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7 jul 2011

Mis notas sobre Locke



John Locke y la discusión onto-gnoseológica acerca de la idea de "sustancia".



La tradición gnoseológica moderna se mueve en el espacio donde los "objetos" de la representación son algo esencialmente distintos de las "cosas". La tensión que debe resolver toda "teoría del conocimiento" está dada entre el pensamiento matemático de la naturaleza y la existencia de un mundo natural objetivo. Si "nuestras" representaciones son distintas del mundo realmente existente, sólo será posible, en principio, una representación "cierta" de nuestras ideas y no una representación "adecuada" al ser "en sí" de las cosas. El problema de la sustancialidad del mundo realmente efectivo es transversal al problema del conocimiento en la modernidad. La pregunta por el “cómo” se conoce está inserta en un horizonte que no es ajeno a la problematización de “lo que” se conoce. La discusión ontológica acerca del "ser de la sustancia" implica una tematización acerca del "objeto" de nuestro verdadero conocimiento.
¿Cómo es pensada la realidad filosófica del concepto de "sustancia" en la teoría del conocimiento de John Locke? Para abordar esta cuestión, podemos comenzar con el problema metafísico de la sustancia. En las Investigaciones Lógicas, Edmund Husserl considera que la evolución de las teorías sobre los objetos universales fue dominada por tres malentendidos:
a) El primero, fue la hipóstasis metafísica de las especies universales, que aceptaba la realidad fuera del pensamiento de las sustancias. En este caso, el ser universal es un "ser en sí", trascendente a la conciencia. Ya en Platón, se planteó la cuestión de las Ideas, esas realidades inmutables, idénticas y universales "más allá" del mundo de los sentidos. Fue particularmente Aristóteles quien estableció la diferencia entre sustancia primera (el "esto" individual y concreto) y sustancia segunda (el "concepto" universal correlato de la "forma" inteligible). Siendo toda la realidad un compuesto "hylemórfico", el acto del conocimiento se pensó como un proceso de "captación" de lo inteligible a partir de lo sensible. La "imagen" sensible (el “fantasma") era entonces el punto de partida de nuestras auténticas representaciones, y su función era servir de mediación para que el intelecto agente actualizara la "potencia" de una esencia conceptual que era el "objeto" de nuestro verdadero conocimiento.
b) El segundo malentendido lo proporciona la doctrina psicológica de las especies universales. Esto que Husserl denomina la hipóstasis psicológica, y que consiste en la aceptación de una existencia real de las sustancias en el pensamiento. A diferencia del "ser en sí" supuesto por la metafísica tradicional, el universal no es más que un objeto pensado por nosotros. John Locke, su representante, llegó a la conclusión de que, si las especies universales no son nada real fuera de nosotros, entonces no son nada más que ficciones de nuestro espíritu, un modo de hablar, pero impropio.
c) el tercer malentendido lo constituyó el nominalismo derivado de esta última postura, para el que lo universal sólo podía ser interpretado como un objeto "singular", una representación "imperfecta" utilizada por el espíritu con la pretensión de comunicar y ampliar nuestro conocimiento.
Recordemos ahora el papel jugado por la sensación y la reflexión en la doctrina del conocimiento de Locke. Como sabemos, el Ensayo sobre el Entendimiento humano (1690) es un intento por determinar "los orígenes, la certidumbre y el alcance del entendimiento humano, junto con los fundamentos y grados de las creencias, opiniones y asentimientos" (Libro I, Cap. 1, Parag. 2).
Para responder a la pregunta: "¿De dónde provienen nuestras representaciones legítimas de los objetos?" Locke nos propone un método histórico- genético que intentará "dar cuenta del modo en que nuestro entendimiento alcanza esas nociones que tenemos de las cosas y establecer ciertas reglas de la certidumbre de nuestro conocimiento o mostrar los fundamentos de aquello que se tiene por verdad" (Ensayo...).
El método es necesario para averiguar los límites que existen entre la opinión y el conocimiento y examinar cómo debemos regular nuestro asentimiento y "moderar nuestras persuasiones". Por lo tanto, habrá que: 1ero. investigar el origen de las ideas; 2do. mostrar el tipo de conocimiento a que se llega a través de ellas; 3ero. investigar las ideas referidas a la fe u opinión y determinar la validez y el grado de nuestro asentimiento.
Una vez llevado a cabo este tipo de investigación, podremos determinar el alcance y los límites de nuestro entendimiento, esto es, establecer hasta qué punto tiene facultades para alcanzar la certeza y en qué casos puede solamente "opinar o conjeturar" (Libro I, Cap.1, Parág. 4).
En el Libro II del Ensayo… Locke establece como única fuente de nuestro conocimiento a la experiencia: ella es la instancia última de donde se deriva todo nuestro saber. La observación empírica es "lo que provee a nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar", esto es, de ideas:
La idea es el objeto del acto de pensar. El hombre es consciente de que tiene ideas en su mente. Lo que hay que averiguar es cómo llegaron esas ideas a su mente" (J. Locke, Ensayo… Libro II, Cap. 1, Parág. 1).
A su vez, la experiencia admite dos momentos estrictamente diferenciados como puntos de partida para la formación de los conceptos: la sensación, entendida como "percepción de los sentidos"; la reflexión, entendida como "percepción de nosotros mismos y de nuestros estados internos"(Libro II). Sólo ellas proporcionan el material o "contenido" de todas nuestras representaciones. En ningún caso el espíritu añade algo a esas representaciones que ofrecen a su consideración los sentidos o la percepción interna.
La sensación y la reflexión están concebidas entonces como una "duplicación": la sensación es una "imagen" de los objetos exteriores y la reflexión es una "imitación" o "re-producción" de los estados interiores del espíritu. Según esta doctrina, el entendimiento adopta frente a aquello que lo afecta, una actitud "pasiva", limitándose a "recibir" y "re-producir" determinados contenidos con los que se enfrenta.
El entendimiento funciona así como un "espejo" que no puede "rechazar, modificar o suprimir" las imágenes proyectadas por los objetos exteriores y los estados internos. Los "objetos de los sentidos" y las "actividades del alma" inculcan al espíritu una serie de "ideas simples" ante las cuales aquel no puede "cerrarse, modificarlas o borrarlas" (Libro II, Cap. 1, Parág. 25).
Sin embargo, al analizar las "ideas complejas", tales como las nociones de "espacio", "tiempo", "número", "fuerza", "infinito", Locke se ve obligado a admitir una nueva acepción del término "reflexión". Este término cobra un nuevo sentido cuando se lo emplea para designar la función de "combinación" entre distintas representaciones o "ideas simples". Toda formación "abstracta" de conceptos y e.d. toda ciencia, radica en esta capacidad de comparación, combinación y disolución de los "elementos primitivos" de las percepciones. El problema se presenta cuando, al analizar la formación de las ideas complejas, más allá de las sensaciones, nos encontramos ante una incertidumbre respecto de su legitimidad objetiva.
Vemos entonces que las sensaciones, cumplen en la doctrina del conocimiento de Locke una doble función: a) por un lado, constituyen la fuente de donde se desprende el contenido de las ideas; b) por otro lado, son la garantía de la existencia de los objetos de los que provienen.
Todas ellas son... según la explicación originaria, simplemente copias o reproducciones de un ser objetivo que se da con una realidad acabada, fuera de nosotros o en nosotros mismos. Todo objeto exterior y toda representación interior imponen al espíritu, sin más, los conceptos de existencia y de la unidad, y del mismo modo, el concepto de la fuerza y de la causación figura entre aquellos cuyo "original" aparece directamente dado en las percepciones de los sentidos y en la percepción de nosotros mismos (Ernst Cassirer, El problema del conocimiento, Tomo II, Cap. II).
Esta problemática se manifiesta particularmente al abordar la noción de "infinito". Si explicamos este concepto por la sensación, sólo nos encontramos ante cuerpos limitados y si lo explicamos por la reflexión, no se encuentra como correlato una "regla objetiva". Nos preguntamos: "¿De dónde proviene entonces la coacción que nos obliga a pensar la serie de los números como infinita?" Si hacemos derivar la serie del "concepto" de número, no queda explicada esa noción por el método genético.
Si no podemos derivarla por el método genético, ¿deberemos entonces considerarla como una "ilusión" de nuestro espíritu? Lo mismo valdría para los demás conceptos de la ciencia: espacio, tiempo, número y fuerza. Locke resuelve el problema de este modo: considera que todas estas determinaciones no encuentran su origen en "las ideas simples" proporcionadas y al mismo tiempo fundamentadas por la sensación, sino en la facultad de "reflexión" entendida como "combinación" o "separación" de elementos, aún cuando esa separación o combinación no nos sean "dadas" a nuestra percepción.
En el cap. 29 del Libro II, Locke aborda el problema de la claridad y distinción de las ideas, recurriendo a la "metáfora de la luz":
...Puesto que la luz es aquello que nos descubre a los objetos visibles, llamamos oscuro a aquello que no está situado en una luz suficiente para descubrirnos pormenorizadamente la forma y los colores que pueden observarse y que, con mejor luz, serán discernibles (Libro II, Cap. 29, Parag. 2).
Del mismo modo, nuestras ideas simples son claras cuando son "visibles" como los objetos mismos (una sensación o una percepción bien ordenada o un recuerdo de la misma naturaleza). Las ideas complejas, formadas por la combinación de ideas simples, serán claras en la medida en que estén compuestas de ideas claras y su orden esté bien determinado en la mente.
Las ideas claras son también distintas cuando "la mente percibe la diferencia respecto a todas las demás; y una idea confusa es aquella que no se distingue lo bastante de otra, de la cual debe ser diferente" (Libro II, Cap. 29, Parag. 4).
A su vez, las palabras sirven como medio de comunicación de las ideas: son los nombres apropiados a las ideas para expresarlas con distinción. Las ideas confusas, desde este punto de vista, son aquellas que nos privan de la ventaja que ofrecen los nombres distintos y hacen "incierto" el uso de las palabras. En este punto, el análisis genético de las representaciones o ideas, se entrelaza con un análisis del "significado" de las palabras.
Debido a la ligazón que se establece entre "las palabras" y "las cosas representadas", una palabra incierta es lo mismo que un pensamiento confuso. Puesto que, si como dice Michel Foucault en Las palabras y las cosas, el lenguaje no es la re-duplicación del mundo, sino el pensamiento mismo que se expresa en el discurso, entonces las palabras claras son la presentación de esas ideas claras y distintas que son el mundo.
Las palabras representan el pensamiento, tanto como este se representa a sí mismo: representar no quiere decir aquí "traducir" o proporcionar una "versión sensible" o material de los "objetos" del pensamiento. Esos objetos, ideas o impresiones, se manifiestan como palabras, porque en cuanto tales son lógos, pensamiento y palabra.
En la época clásica no se da nada que no se dé en la representación, pero por este hecho mismo no surge ningún signo, no se enuncia ninguna palabra, ninguna frase ni proposición se dirige jamás a ningún contenido sino por el juego de una representación que se dispone a distancia de sí misma, se desdobla y se refleja en otra representación que es equivalente a ella. Las representaciones no se enraízan en un mundo del que tomarían su sentido, se abren por sí mismas sobre un espacio propio, cuya nervadura interna da lugar al sentido. Y el lenguaje está ahí en este rodeo que la representación establece respecto de sí misma... (M. Foucault, 1966, Cap. IV, Hablar)
Las palabras son el pensamiento mismo. Entonces, si las palabras son las "señales" de las ideas alojadas en la mente, es preciso "clarificar" o "normalizar" el uso de los términos para evitar disputas fundadas en la "oscuridad" que envuelven ciertas palabras, producto de la "confusión" de ciertas "ideas" que hunden al entendimiento en un "cono de sombras"(Libro III, Cap. 9).
En el Cap. II del Libro III del Ensayo… Locke aclara que las ideas son los signos "invisibles de las cosas", y a su vez, las palabras son los "signos externos sensibles" de las ideas de los hombres. Así como las sensaciones son el resultado de las impresiones sensibles que afectan nuestros sentidos, las ideas son las imágenes de las sensaciones y las palabras son la expresión sonora de esas imágenes. Entre impresiones sensibles, ideas y palabras existe una relación de continuidad. El problema del conocimiento radica en aquellas palabras que no expresan ninguna imagen suscitada por una impresión sensible: el uso legítimo del lenguaje consiste en que las palabras sean las "señales sensibles" de las ideas, y las "ideas significadas" sean la reproducción de una percepción sensible, ya que puede haber palabras "que no signifiquen nada", que no representen más que "quimeras, palabrería vana" y que estén "faltas de sentido auténtico".
Según Locke, ya que las ideas complejas son combinaciones de ideas simples reunidas y unificadas bajo un nombre general, no hay que confundir el estatuto epistemológico de las ideas con el estatuto ontológico de la realidad que nombran. La pregunta por el origen de las palabras está asociada así a la pregunta por el origen de nuestro auténtico y legítimo conocimiento: toda palabra para ser comprendida debe presentar una "idea clara y distinta", de allí la necesidad de "clarificar" las condiciones de uso del lenguaje para que las palabras no obstaculicen el camino hacia la verdad.
Como dice M. Foucault, la forma "moderna" de la representación hace posible el pasaje del "comentario" a la "crítica". Comentar es descubrir un sentido "oculto" en un "texto", mientras que criticar es analizar, descomponer y recomponer los elementos simples a partir de los cuales se construyen las proposiciones que expresan nuestros conocimientos
...la crítica sólo puede analizar el lenguaje en términos de verdad, de exactitud, de propiedad o de valor expresivo. Interroga al lenguaje como si fuera función pura, conjunto de mecanismos, gran juego autónomo de los signos, pero no puede a la vez dejar de plantearse la pregunta acerca de su verdad o de su mentira, de su transparencia o de su opacidad, ...del modo de presencia de lo que dice en las palabras por medio de los cuales lo representa (M.Foucault, 1966, Cap. IV).
En esta época, la crítica se ejerce sobre el "papel representativo" del lenguaje; y toma la forma de crítica de las palabras, ya que Locke se encuentra ante la imposibilidad de construir una ciencia a partir del vocabulario recibido de la tradición filosófica racionalista pleno de ambigüedades, confusiones e imperfecciones. Locke comparte con Descartes la idea de que la base de todo conocimiento son las representaciones simples, "claras y distintas".
De este modo, todas nuestras ideas "universales", entre ellas, la idea compleja de "sustancia" requieren de un análisis que permita determinar su adecuación o inadecuación a la realidad "objetiva". Puesto que una ciencia no puede constituirse en modo alguno haciendo referencia a simples acontecimientos singulares, Locke trata de salvar la ineludible ruptura que persiste entre percepción de lo individual y abstracción de lo universal, puesto que el conocimiento científico siempre pertenece al dominio de "lo universal".

De las ideas y de las palabras: conocimiento, lenguaje y representación.
En este punto, deberemos tener en cuenta el hecho de que las "ideas" no remiten en forma inmediata a las "cosas reales", sino a las impresiones sensibles o los modos en que nuestros sentidos son afectados por ellas. Por lo tanto, aunque las ideas de sustancia "parecen" referirse a algo existente, debemos encontrar, antes de emplearlas con certeza, las "impresiones sensibles" intermediarias entre "las palabras" y "las cosas".
Además, en cuanto las palabras no tienen una "conexión natural" con las "ideas" que representan, los hombres pueden utilizar las mismas palabras para designar ideas diferentes e incluso utilizar palabras que no designan nada. Para remediar este uso "abusivo" del lenguaje, Locke nos invita a investigar los orígenes de las palabras y de las ideas.
El análisis genético establecido como "modelo" de la investigación, implica la necesidad de encontrar la "raíz" de la cual provienen las palabras (la "idea" que ellas expresan, su "sentido" o "significado"), teniendo en cuenta que toda palabra es una "convención". Si se trata de una palabra que mienta "ideas complejas" (que no son sino "colecciones de ideas simples"), habrá que examinar la serie de "ideas simples" que sirven a su composición.
Sin embargo, en la medida en que no es posible hallar entre nuestras "impresiones sensibles" una "estructura" que responda a la "idea" de sustancia como "soporte" o "sustrato" del cual se deriven una reunión de cualidades sensibles, el "concepto" de sustancia aparece: a) como unidad psicológica, producto de nuestra capacidad de "combinación" de ideas simples; y al mismo tiempo, b) como límite de nuestro conocimiento del mundo corporal.
Y esto es así en la medida en que toda idea será "adecuada" si representa perfectamente el arquetipo (la impresión sensible) de donde ha sido tomada y será "inadecuada" cuando representa parcialmente o de modo incompleto ese arquetipo. De ese modo, las ideas de sustancias referidas a las "cosas reales" no son adecuadas: a) si se supone que se refieren a una "esencia real" de las cosas; b) si se supone que son nuestras representaciones de las cosas, pero que coinciden con las cosas.
Los nombres de las sustancias son entonces de "dudosa" significación siempre que se suponga que las "ideas" que expresan se refieren a "la realidad" de las cosas y a modelos que están presentes "en la naturaleza". Porque siempre, en nuestras definiciones, deberemos "adecuar nuestras ideas complejas a las existencias reales y regular el significado de sus nombres por las cosas mismas, si queremos que nuestros nombres sean sus signos o las signifiquen" (Libro III, Cap.9. Parág. 11).
Las ideas de sustancias, referidas en última instancia a una "especie universal" (hombre, pájaro o murciélago) no encuentran ni pueden encontrar su "arquetipo" en la percepción de algo singular. Por lo tanto, cuando Locke afirma el carácter "psicológico" de la "idea" de sustancia, basada en la ley de "asociación" o "composición" interna, hace que la percepción adopte un nuevo rol en la doctrina de la génesis de nuestro "verdadero" conocimiento. Ella resultará ser una "mediación" entre el sujeto del conocimiento (= el intelecto) y el objeto del conocimiento (= el mundo corporal).
De este modo, el concepto de "sustancia" se revela como límite: el mundo corporal, el mundo de los fenómenos de la naturaleza, al no poder ser penetrado en su "esencia", ofrece resistencia a los sentidos, los cuales sólo podrán proporcionarnos un conocimiento "superficial".
Según los principios del método genético, todo concepto que quiera ser una "reproducción fiel" de la realidad, deberá ser garantizado por las sensaciones. Toda idea deberá ser el "reflejo" de una estructura objetiva en la realidad. Si no lo es, ningún concepto quedará legitimado como "conocimiento objetivo".
Sinteticemos brevemente la teoría de la formación de las ideas "abstractas" o "complejas" en la posición de Locke: 1ero. en nuestra percepción de lo efectivamente real no hay nada más que individuos singulares, nada que se parezca a un universal; 2do. los individuos-objeto de las percepciones pueden ser clasificados en especies y géneros conforme a sus igualdades y semejanzas por obra de la reflexión como "combinación"; 3ero. las ideas complejas son el resultado de una yuxtaposición de "ideas simples", por lo que en toda idea válida deberán reaparecer las notas fenoménicas en forma aislada o en grupos; 4to. la creencia de que existen especies universales resulta de la operación de "nombrar" la multiplicidad mediante términos "comunes".
Esto último implica reconocer en los hombres la capacidad de "abstraer" notas singulares comunes y "asociar" esas ideas abstractas a palabras con significaciones universales. De modo que, para Locke, las ideas abstractas universales no son sino "artificios" que pueden tener una doble consecuencia: o bien ayudarnos a comunicar y ampliar nuestros saberes, o bien servir de obstáculos para alcanzar la verdad.
De allí esa necesidad de regular el uso del lenguaje. Puesto que si las ideas de sustancias remiten a entidades que se sitúan siempre "más allá" de nuestras impresiones, sólo podrán tener un significado "imperfecto" y "provisional". Las "ideas" de sustancia, que se suponen referidas a un "soporte" para los predicamentos, y como tal, a modelos inaccesibles a nuestros sentidos, nunca podrán ajustar su significación a esos modelos, "ni ser establecida por ellos" (Libro III, Cap. 12, Parág. 12).
Este "escepticismo", conduce a Locke a un nuevo agnosticismo, puesto que si bien no niega la posibilidad de la ciencia en su totalidad, admite la existencia de un mundo en sí del cual no podremos obtener ninguna "certeza" fuera de aquella que nos proporcionan nuestros sentidos:
Nuestra ciencia humana queda exclusivamente remitida a nuestras representaciones y conceptualizaciones, mediante las cuales podemos extraer conclusiones dirigidas a lo trascendente, mientras que no podemos, en principio, llegar a auténticas representaciones de las cosas en sí mismas, representaciones que expresen adecuadamente la propia esencia de ellas. No tenemos representaciones y conocimientos adecuados sino de nuestra propia realidad psicológica. (Edmund Husserl, Crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Cap. II, Parág. 22).
A nuestro entender, lo que Locke no termina de distinguir es el carácter representativo del concepto de "sustancia" y su sentido. Locke confunde el fenómeno mismo de la "sustancialidad" (como permanencia) con la significación del "concepto" de sustancia. Dicho de otro modo, permanece en la tradición metafísica que establece que "lo que" significa una palabra es aquello a "lo que" se refiere, en este caso, una "entidad real universal". La diferencia está en que aunque "la sustancia" está fuera de nosotros mismos, no podemos aprehenderla más que como un dato real de "nuestra conciencia", derivada de la composición de los datos obtenidos de los sentidos. De este modo, no queda garantizada su "adecuación", "correspondencia" o "semejanza" con la "verdadera" realidad. La moderna "imagen del mundo" establecida por Locke en el punto de partida de su "teoría del conocimiento", se diluye tras la búsqueda del "texto" que se esconde "por debajo" de la representación.


Lic. Liliana Ponce

10 sept 2009

Mis notas sobre Hume

La crítica humeana de la causalidad y la disolución de la objetividad de la ciencia.

David Hume adopta el criterio de la "pura sensación" como pauta metodológica para determinar la validez de nuestras representaciones. En nombre de la "inadecuación" de la idea de conexión necesaria a una impresión sensible que le otorgue legitimidad, rechaza la posibilidad de una fundamentación genuina del conocimiento científico.

Mientras Locke concluye que la experiencia es un modo limitado e imperfecto de conocimiento, porque no es más que la yuxtaposición y acumulación de percepciones aisladas de los sentidos, que no puede garantizar un saber sujeto a una rigurosa necesidad deductiva, Hume parte del enjuiciamiento contrario: "nuestra imagen empírica del universo no puede reivindicar para sí ninguna clase de certeza porque, en vezde detenerse en las "impresiones" concretas, las trasciende constantemente, añadiéndoles hipótesis que no es posible apoyar en ninguna clase de impresiones" (Ernst Cassirer, El problema del conocimiento, T. II, Cap. V).

El problema investigado por Hume es entonces hasta qué punto la experiencia puede garantizar nuestras representaciones científicas de los objetos, siendo su conclusión que las ideas de "sustancia" y de "conexión necesaria", sobre las que se asienta la física moderna, trascienden los límites de "lo dado" y son el producto de una inferencia de la imaginación que combina (según "principios" ajenos a los datos proporcionados por los sentidos) impresiones e ideas "simples" para formar ideas "complejas". Con ello, se disuelve la posibilidad de un conocimiento "objetivo" del mundo.

Hume reconoce como "objetos" para nuestra conciencia a las ideas e impresiones, objetos cuya diferencia radica en el grado de "fuerza y vivacidad" con que se presentan ante el espíritu. La presencia de una impresión o idea en el espíritu constituye por sí misma la medida de su realidad. Cuando nos representamos "las cosas" en la conciencia, las representamos como existentes: Hume rechaza la idea metafísica de una doble realidad de las cosas; como si ellas tuvieran un ser ante la conciencia y un ser al margen de nuestra representación. En esto, sigue la concepción berkeleyana de que "ser" es "ser percibido": la manifestación empírica del ser ante la conciencia es la marca de su existencia.

El problema de la causalidad queda reducido entonces a la pregunta por la validez de la conexión necesaria entre nuestras percepciones. Y del mismo modo que la idea de causalidad quedará encerrada en los límites del "universo de la imaginación", el problema de la sustancialidad se desplazará desde la cuestión de un ser que permanece en el espacio a la de un ser que permanece en el tiempo: "¿qué nos autoriza y qué nos obliga a coordinar en un todo continuo estas imágenes que nos son dadas siempre por la realidad de una sucesión discontinua y llena de lagunas, haciendo que a ellas corresponda siempre uno y el mismo "objeto"? (Cassirer).

El punto de partida para la reflexión filosófica será el principio según el cual "todas nuestras ideas están copiadas de impresiones". Impresiones e ideas no son más que dos formas distintas del representarse un objeto en la conciencia con mayor o menor nitidez y vivacidad:

Parece que una proposición que no admite mayor discusión es la que afirma que todas nuestras ideas son sólo copias de nuestras impresiones o, en otras palabras, que es imposible pensar en algo que anteriormente no hayamos percibido, bien sea a través del sentido externo o interno. Me he esforzado por explicar y demostrar tal proposición y he expresado la esperanza de que, mediante su apropiada aplicación, alcancen los hombres una mayor precisión y claridad en los razonamientos filosóficos de la que ha podido obtenerse hasta ahora (D. Hume, Investigación sobre el entendimiento humano, VII, I, Parág. . 49).
Como señala Hume en la II Sección de la Investigación sobre el Entendimiento humano, las impresiones son aquellas percepciones que penetran con mayor fuerza y vivacidad en el espíritu y las ideas son las imágenes débiles de las impresiones en la conciencia. La relación entre ideas e impresiones, en principio, está fundada en la SEMEJANZA o CORRESPONDENCIA entre ambas: "las unas parecen ser en cierto modo el reflejo de las otras, así que todas las percepciones del espíritu humano son dobles y aparecen a la vez como impresiones e ideas" (D. Hume, Tratado sobre la naturaleza humana, I, 1).

Sin embargo, teniendo en cuenta que existen en el espíritu impresiones e ideas simples y complejas (conforme admitan o no distinción y separación), se hace necesario "limitar la decisión general de que todas nuestras impresiones e ideas son semejantes" (Tratado, I). Así, conforme al criterio de la "pura sensación" y de la "correspondencia" o "adecuación" de las ideas a las impresiones (y no de los "conceptos" a las "cosas"), Hume examinará si los conceptos que constituyen las diversas ramas del saber (la matemática, las ciencias de la naturaleza y la metafísica) se ajustan a esos cánones.

Respecto a la matemática, podemos adelantar que Hume llega a la misma conclusión que arribará Nietzsche en 1873: aplicando el criterio general de la "pura sensación" a los entes y relaciones matemáticos, nos encontramos con que "la naturaleza" dada a los sentidos, no habilita una correspondencia entre impresiones e ideas, de modo que es válido preguntarse: "¿qué clase de verdad podemos atribuir a predicados que tratan de sujetos absolutamente vacíos y carentes de contenido?" (Cassirer). Si la realidad de hecho de nuestras impresiones está en la base y es fundamento de todo juicio de conocimiento valedero, entonces las líneas, los ángulos y los triángulos, y las relaciones de que habla el geómetra no son más que el producto de una creación de la fantasía que salta por encima de los datos de los sentidos.

Y así como en las definiciones geométricas salimos del radio seguro de las sensaciones para echarnos a "vagar" por un terreno de entidades desconocidas (= no percibidas), lo mismo pasa con las "formas" y "sustancias" de la ontología escolástica: ambas ramas del conocimiento encuentran su raíz "en el mismo impulso desenfrenado de nuestra imaginación, que la lleva constructivamente a levantar sobre la realidad empírica un mundo conceptual hecho de apariencias..." (Cassirer).

Hume reconoce así una doble función de la facultad de pensar: recordar e imaginar. Por el recuerdo, la memoria "conserva la forma original en la que sus objetos fueron presentados", siendo esas ideas "vivaces y consistentes". Por la fantasía, la imaginación tiene la libertad de "alterar el orden y transformar las impresiones" en otras ideas a las que quizás no les corresponda nada "real".

De allí surge la necesidad de investigar la naturaleza y la validez de nuestras ideas. Pues la imaginación es la facultad de unir y separar ideas simples conforme a "principios de asociación" que trascienden el ámbito de las percepciones inmediatamente dadas, y está en el origen de la formación de ideas complejas tales como las "relaciones, modos y sustancias". Entre ellas, Hume analizará los "elementos" en que pueden descomponerse las ideas de causalidad y de sustancia para determinar la validez cognoscitiva de los dos pilares sobre los que se articula el conocimiento científico de la naturaleza.

De la idea de conexión necesaria.
La idea de "poder, fuerza, energía o conexión necesaria" es una idea compleja, y como tal, deberá ser reducida a sus elementos simples para determinar su legitimidad.

...Las ideas complejas pueden quizás ser conocidas por definición, que no es otra cosa que una enumeración de aquellas partes o ideas simples que las componen. No obstante, una vez que hayamos analizado las definiciones en sus elementos más simples y encontremos todavía alguna ambigüedad y oscuridad, ¿a qué recurso podríamos apelar? ¨¿Mediante qué invención podríamos aclarar estas ideas y presentarlas con precisión y distinción a nuestra visión intelectual? Al producir la impresión o percepción original de la que la idea es copia, pues estas impresiones son todas fuertes y sensibles. No admiten ambigüedad alguna... (D. Hume, Investigación…., Sección VII, Parág. . 49).

La pregunta relevante en este sentido será: ¿de dónde procede esta idea de "conexión necesaria" con la cual suponemos que la naturaleza sigue un curso regular? Notemos que esta idea implica que "bajo cualquier circunstancia", a un fenómeno considerado como causa le sigue necesariamente un determinado efecto. Hume va a analizar entonces las posibles fuentes de donde se deriva la idea de la causalidad.

En la Sección II de la Investigación… Hume había señalado cuál era "el origen de las ideas":

...En primer lugar, cuando analizamos nuestros pensamientos o ideas, independientemente de cuán compuestos o sublimes sean, encontramos siempre que remiten a aquellas ideas simples que copiamos de una sensación o sentimiento precedente. Incluso aquellas ideas que a primera vista parecen tener un origen más amplio, se revelan a un escrutinio más detallado como derivadas de él. La idea de Dios, en el sentido de un Ser infinitamente inteligente, sabio y bueno surge de la reflexión sobre las operaciones de nuestra propia mente que aumenta en forma ilimitada, las cualidades de bondad y sabiduría... (Sección II, Parág. . 14).
En principio, habrá que buscar entonces la fuente de la idea de conexión necesaria en la experiencia de los objetos externos y de los sentimientos internos. Sin embargo, de las propiedades percibidas de los cuerpos no se deduce, ni por la sensación ni por el razonamiento lógico, la "fuerza activa" que hace mover la maquinaria del mundo:

...Cuando contemplamos los objetos externos y consideramos la acción de las causas no podemos nunca en un caso único, descubrir poder o conexión necesaria alguna; ninguna propiedad que vincule el efecto a la causa y haga de este una consecuencia infalible. En efecto, sólo hallamos que de hecho el uno sigue a la otra... (Investigación..., Sección VII, Parág. 50).
Y si no podemos percibir la fuerza que hace que un fenómeno antecedente sea la causa de otro fenómeno que lo sucede en el tiempo y que aparece en forma contigua en el espacio, podríamos confiar en que la causalidad "se deriva" lógicamente de algunas de las propiedades percibidas en los cuerpos. Sin embargo, esto tampoco es posible:

... De la primera presentación de un objeto no podemos jamás conjeturar qué efecto resultará de él. No obstante, si el poder o energía de una causa pudiera ser descubierto por la mente, estaríamos en condiciones de prever el efecto incluso prescindiendo de la experiencia; podríamos, desde un comienzo, pronunciarnos con certeza acerca de él basados únicamente en la fuerza del pensamiento o del razonamiento (Sección VII, Parág. 50).
Por lo tanto, ni la percepción de los objetos externos ni la fuerza del razonamiento legitima la posibilidad de concebir una relación de causalidad y de regularidad entre dos fenómenos cualesquiera del mundo empírico.

...En realidad, no hay parte alguna que por sus propiedades sensibles, descubra algún poder o energía o nos dé pie para imaginar que pudiera producir algo o ser seguida por otro objeto que pudiésemos llamar su efecto. Solidez, extensión, movimiento: estas propiedades están contenidas en sí mismas y nunca señalan hacia cualquier otro efecto que pueda derivarse de ellas (Sección VII).
Consideremos entonces si entre las operaciones de nuestro espíritu encontramos alguna actividad capaz de determinar un efecto sobre el mundo de los cuerpos. Aquí retorna el problema de la relación que se establece entre dos órdenes de ser por completo diferentes: el alma y el cuerpo. ¿Puede nuestra voluntad ser tan efectiva como para determinar los movimientos de nuestro propio cuerpo? ¿Es el acto de voluntad inherente al espíritu asimilable a la causalidad que rige en el mundo corpóreo?

...Un acto de volición produce movimiento en nuestros miembros o hace surgir una nueva idea en la imaginación. Conocemos esta influencia de la voluntad por la conciencia. Por ello, adquirimos la idea de poder o energía y sabemos con certeza que nosotros y todo otro ser inteligente poseemos tal poder. Esta idea es entonces una idea de la reflexión, pues surge al reflexionar sobre las operaciones de nuestra propia mente y sobre el dominio que ejerce la voluntad tanto sobre los órganos del cuerpo como sobre las facultades del alma (D. Hume, Sección VII, Parág. . 51).
A pesar de que somos conscientes de nuestros actos de voluntad, en cuanto los conocemos por experiencia, de lo que no estamos ciertos es de la energía que hace posible la conexión entre nuestros deseos conscientes y nuestras acciones. Esto es aplicable tanto a las acciones del cuerpo como a las acciones del alma. Y si como dice Spinoza, el cuerpo tiene razones que la razón ignora, es posible concluir con Hume que aunque estemos familiarizados con los actos de volición, no "sabemos" de la energía de la voluntad que hace de nuestras acciones un "efecto del alma".

Ahora bien, todo esto no inhabilita la realidad de hecho del concepto de causalidad que está presente en la conciencia de los hombres, que han adquirido, "a través del hábito prolongado" la "actitud mental" de "esperar" que al presentarse una "causa" le siga "inmediatamente" su "efecto". Los hombres "esperan" que todo lo que aconteció habitualmente en el pasado, vuelva a suceder en el futuro. Y esa espera está fundada tanto en la "repetición de lo mismo" como en el "supuesto" de un curso uniforme y regular de la naturaleza. Sólo el "milagro" -entendido como quiebra del orden regular natural- que sorprende hace tomar conciencia de que el "nexo" entre la causa y el efecto nunca fue percibido como tal.

Hume concluye entonces que es en vano buscar las fuentes de la idea de "poder o conexión necesaria". Por lo tanto, llega a afirmar que:

...Todos los acontecimientos aparecen desligados y separados. Un acontecimiento sigue a otro pero jamás observamos un enlace entre ellos. Aparecen asociados pero nunca enlazados. Y como no podemos tener idea de algo que nunca se haya presentado al sentido externo o a la sensación interna, la conclusión necesaria parece ser que no poseemos la idea de conexión o poder en absoluto y que estas palabras están completamente desprovistas de significado cuando se emplean, bien sea en los razonamientos filosóficos o en la vida cotidiana (D.Hume, Investigación… Sección VII, Parág. . 58).
Si la experiencia nos proporciona solamente la repetición habitual de la sucesión entre dos fenómenos contigüos, queda en pie la pregunta que diera comienzo a la investigación: ¿de dónde proviene la idea de un enlace causal entre ambos? Como vemos, lo que está puesto en juego es la validez del "principio de inducción" como vía para garantizar el conocimiento legítimo de la naturaleza.

...Cuando se presenta algún objeto o acontecimiento natural, nos es imposible, por medio de la sagacidad o la intuición, descubrir o incluso conjeturar, prescindiendo de la experiencia, qué acontecimiento resultará de él o anticipar algo más allá del objeto que se halla inmediatamente presente a la memoria o a los sentidos. Incluso después de un caso o experimento donde hayamos observado que un determinado acontecimiento sigue a otro, no estamos autorizados a establecer una regla general ni a predecir lo que ocurrirá en casos similares... No obstante, siempre que una especie determinada de acontecimientos, en cada caso, ha sido asociada con otra, no tenemos escrúpulo alguno en predecir la ocurrencia de una al aparecer la otra... Llamamos entonces a uno de los objetos causa y al otro efecto. Suponemos que existe alguna conexión entre ellos, un poder en la primera mediante el cual infaliblemente produce el segundo y que actúa con la mayor certidumbre y la más fuerte necesidad (Investigación..., Sección VII, Parág.. 59, el subrayado es nuestro).
El problema que Hume plantea es entonces el de la viabilidad lógica del principio de inducción, ya que ni nuestras convicciones subjetivas habituales acientíficas ni los rigurosos principios metódicos de la ciencia nos garantizarán la validez objetivas de las llamadas "leyes de la naturaleza". Nada hay en la experiencia que permita inferir de la asociación habitual entre dos fenómenos una conexión necesaria entre ellos.

La primera vez que un hombre observa la comunicación de movimiento por impulso, como sucede cuando chocan dos bolas de billar, no podría afirmar que un acontecimiento estaba conectado con el otro, sino sólo asociado con él. Después de observar varios casos de esta naturaleza, puede afirmar que están conectados. ¿Qué modificación se ha presentado para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Ninguna, sólo que ahora siente que tales acontecimientos están conectados en su imaginación y puede predecir sin dificultad la existencia de uno a partir de la presencia del otro. Cuando decimos entonces que un objeto está conectado con otro, sólo queremos decir que han adquirido una conexión en nuestro pensamiento y han generado aquella inferencia...(Sección VII, Parág. . 59).
Con esto, Hume concluye que no es posible convalidar, mediante la experiencia -única fuente genuina del verdadero conocimiento-, ninguna idea de causalidad que imponga cierta "necesidad física" a los fenómenos del mundo natural. Al mismo tiempo, nos dice que "el espíritu" tiende por sí mismo a ordenar y articular -enlazar- las diferentes percepciones concretas que se ofrecen a los sentidos actuando como si se tratase de un "orden regular" objetivo.

Por lo tanto, en cuanto la "idea de conexión necesaria" no se corresponde con una impresión sensible y es el resultado de la función sintética de la imaginación, ese conocimiento rebasa los límites de "lo dado" constituyendo su objeto por un acto de inferencia que se sitúa siempre "más allá" de la percepción sensible. Toda ley de la naturaleza resulta entonces una "máxima no empírica" que carece de fundamento y legitimidad. Sometido al juicio de "la experiencia" el entendimiento resultó "culpable" de introducir una idea no-fundada en el testimonio de los sentidos. Si todas nuestras ideas verdaderas son "copia de una impresión", entonces la idea de conexión necesaria se revela como una imagen fantasmática que no recubre más que una "ficción útil".

A diferencia del conocimiento matemático, cuya operación fundamental consistía en "abstraer" de las propiedades sensibles de las cosas sus determinaciones "numéricas", en la ciencia de la naturaleza se produce un enriquecimiento de la percepción: la imaginación construye sobre la base de los datos de los sentidos la idea de causalidad.

Y del mismo modo que se construye la idea de conexión necesaria por obra de esa facultad de "trascender lo dado" que es la imaginación, también se construirá la idea de sustancia como permanencia en el tiempo de un "objeto" que nunca ha sido "dato" para los sentidos. Es la imaginación,

...la que, siguiendo a las impresiones concretas, y en base a la semejanza entre ellas, pasa de la una a la otra y establece entre ellas un nexo espiritual que nosotros interpretamos enseguida, falsamente, como un nexo sustancial que se da en las cosas mismas. Hablamos como si se tratase de un objeto idéntico, cuando en realidad estamos ante grupos de representaciones separadas, aunque unidas entre sí por medio de relaciones asociativas (E. Cassirer).
La imaginación es la facultad que provoca la creencia en la conexión necesaria objetiva entre los fenómenos y que genera la "ilusión" de los objetos permanentes. El gran aporte de la filosofía de Hume a la teoría del conocimiento resulta entonces el derrumbamiento del sensualismo como base fundamentadora de la objetividad de la ciencia, y con ello, una actitud escéptica respecto de la posibilidad del "saber en general". Hume descubrió la "ilusión" de las teorías clásicas del conocimiento, y no pudo reconstruir el edificio del saber sobre nuevas bases. Esa tarea le fue reservada a Kant.


Lic. Liliana Ponce
Prof. Titular de Gnoseología
Facultad de Humanidades y Artes, UNR
Ciclo lectivo 2001

1 sept 2009

Mis notas sobre Spinoza

Spinoza y la necesidad de una reforma del Entendimiento.
En la historia de la metafísica occidental, cuya operación fundamental consiste en determinar, desde el comienzo, el espacio en el cual van a manifestarse los seres, nos encontramos con una filosofía que, desde el ámbito del pensar como representar, cumple el viejo sueño platónico de abarcar la totalidad. En la filosofía de Baruch de Spinoza (1632-1670), la Naturaleza será pensada como ese dominio donde se consuma la identidad entre "el orden del ser" y "el orden del conocer".

Siguiendo la especificidad de la empresa moderna, Spinoza esboza un "plan de objetos" que determina en forma anticipada el modo de ser de los entes y explicita el "rigor" con que esos objetos deberán ser explicados: la región de objetos a investigar será la naturaleza y la matemática será la vía adecuada para el conocimiento de los fenómenos naturales. La consumación de la identidad entre "el orden de las ideas" y "el orden de las cosas" se operará a través de la demostración geométrica de que Ser y Pensar son la expresión de una única sustancia: Dios.

A pesar de que Spinoza retoma la terminología heredada de la tradición escolástica, la modernidad de su pensamiento reside justamente allí donde, more geometrico, se produce la construcción de un nuevo dominio de objetos: Deus, sive Natura, y se establecen las relaciones entre la sustancia única, Dios, y sus modos de ser, las cosas.

En el Tratado de la reforma del Entendimiento (TRE), texto escrito probablemente en 1661 y publicado en la Opera postuma de 1677, Spinoza considera que el "objetivo principal" del método no consiste en "prescribir" un conjunto de reglas que conduzca al Entendimiento hacia la verdad ni tampoco en realizar una "crítica" de la facultad de conocer que nos permita establecer sus límites, sino más bien de determinar la "naturaleza" del Entendimiento para conocer la "naturaleza" de las cosas. De lo que se trata es de detectar, entre los modos de conocer, una forma‚ que se constituya en "norma" o "paradigma" de la verdad: la idea verdadera o, como dice Spinoza, la "idea de la idea".

Esta estrategia parece, en principio, circular, ya que la Verdad se determina ante la forma de la verdad: el criterio de verdad no será entonces la "evidencia", sino la "fuerza" con que la idea verdadera se presenta ante el entendimiento. Toda idea verdadera es absolutamente cierta y al mismo tiempo adecuada, en tanto expresa la esencia de las cosas. Para decidir la verdad de una representación cualquiera, será necesario hallar previamente la "norma de la idea verdadera" que nos permita conocer "el poder de comprensión" del espíritu. Sobre esa pauta, se podrá detectar la verdad de todas las ideas que se nos presentan.

Pues como la verdad no necesita de ningún signo y como para suprimir toda duda basta poseer las esencias objetivas de las cosas... las ideas, resulta que el método verdadero no es buscar el signo de la verdad después de la adquisición de las ideas, sino el camino para buscar, en el orden debido, la verdad misma, o las esencias objetivas de las cosas, o las ideas... (Spinoza, TRE, Parág. 36).
Como la "verdad" y "adecuación" de las ideas formadas ante el Entendimiento no se resuelve por su correspondencia con las "esencias objetivas" de las cosas, sino en su fuerza o poder ante el espíritu, el Entendimiento no queda definido como un "receptáculo" de ideas, sino como "potencia" o "fuerza", "fuerza innata" que se apropia de ciertos "instrumentos intelectuales" para poder "avanzar gradualmente hasta alcanzar la más alta sabiduría" (TRE, Parág. 29).

Toda idea verdadera es "algo distinto de su objeto": la idea es la "esencia formal" de la "esencia objetiva" de las cosas. Una idea ante el espíritu es, al mismo tiempo, real e inteligible. El "objeto" se manifiesta ante el espíritu como "esencia objetiva" y la verdad de la esencia objetiva es justamente la certeza o su "esencia formal".

De lo que resulta que la certeza no es sino la esencia objetiva misma, es decir, nuestro modo de percibir la esencia formal de la certeza misma. De donde resulta...que para tener la certeza de la verdad, no se necesita ningún otro signo, sino la posesión de la idea verdadera... De donde resulta claro que nadie, fuera del que posee la idea adecuada o la esencia objetiva de alguna cosa, puede saber qué es la certeza suprema, sencillamente porque la certeza y la esencia objetiva son la misma cosa... (TRE, Parág. 35).
Una idea verdadera es entonces una idea cierta‚ (clara y distinta) y adecuada‚ puesto que se refiere más al "pensar" que a "lo pensado" (remite al entendimiento y no a la cosa). Una idea verdadera se distingue más de una idea confusa o imaginada (que representa confusamente la conexión del orden causal de las cosas), que de una idea falsa (que implica el asentimiento de una idea imaginada). La forma del pensamiento verdadero debe buscarse en el entendimiento y no en las cosas.

El error consiste en confundir el orden o las conexiones entre las ideas, con el orden y la conexión de las cosas: ninguna idea verdadera podría ser "dudosa", puesto que no es posible dudar acerca de la adecuación de una idea con la norma de la idea verdadera. No se puede dudar acerca de la naturaleza de cosas que por sí mismas pertenecen al orden de las ideas. El objetivo del método será entonces formar "ideas" claras y distintas acerca del "orden de la naturaleza" tal como se presenta ante el entendimiento. Aclaremos que la cuestión de que el orden de la naturaleza sea idéntico al orden de las ideas no es un problema que se resuelva por medio de la teoría del conocimiento spinoziana, sino por una decisión metafísica fundamental que consiste en asimilar el "orden del ser" al "orden del conocer".

En el Libro II de la Etica Spinoza define a la idea como un "concepto del alma" (def. III) y a la idea adecuada como "una idea que, considerada en sí misma, sin relación al objeto, posee todas las propiedades o denominaciones intrínsecas de una idea verdadera" (def. IV). De donde resulta que "el buen método ", como dice en el será aquel que muestre "cómo hay que dirigir el espíritu según la norma de la idea verdadera dada" (Parág. 38). El método del que habla Spinoza entonces:

...consiste en comprender qué es la idea verdadera, distinguiéndola de los otros modos de conocer e investigando su naturaleza, para conocer nuestro poder de comprensión y ceñir a nuestro espíritu a comprender según esta norma todo lo que debe ser comprendido, dándole, como ayuda, reglas ciertas, y tratando de que el espíritu no se fatigue en cosas inútiles (Parág. 37).
En el Apéndice del Libro I de la Etica, Spinoza distingue entre "inteligir" e "imaginar". La imagen, indica un modo de ser afectado por las cosas, mientras que la idea remite a la intelección de la esencia de las cosas. Inteligir e imaginar son dos modos diferentes de "representarse" el mundo. Nos imaginamos algo, cuando no llegamos a comprender su : el imaginar implica cierto desconocimiento que lleva a llenar con "imaginaciones" las lagunas del Entendimiento. Inteligir es comprender el orden necesario de las cosas, la ley de su necesidad.

...todas las nociones por las cuales el vulgo suele explicar la naturaleza, son sólo modos de imaginar, y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino sólo la contextura de la imaginación; y pues, tienen nombres como los que tendrían entidades existentes fuera de la imaginación, no las llamo entes de razón, sino de imaginación y así, todos los argumentos que contra nosotros se han obtenido de tales nociones, pueden rechazarse fácilmente...(Spinoza, Etica, Libro I, Apéndice).
Poseer una idea verdadera, es entonces, estar cierto de ella: saber algo acerca del mundo. La idea verdadera es la esencia formal de las cosas (su presencia ante el espíritu) y su esencia objetiva (la expresión de su naturaleza y sus propiedades).

Con este planteo, Spinoza lleva a cabo una renovación radical respecto de la filosofía de Descartes. En primer lugar, porque la afirmación de la verdad de una idea no depende de la semejanza entre el mundo de las representaciones interiores a la y el mundo real objetivo, La verdad de una idea se impone por su propia fuerza:

Toda idea que en nosotros es absoluta, o sea, adecuada y perfecta, es verdadera (Etica, Libro II, Escolio, prop. LXIII).
La falsedad consiste en una privación de conocimiento, implícita en las ideas inadecuadas, o sea, mutiladas y confusas (Etica, Prop. XXXV).

En segundo lugar, porque la fuerza de la idea verdadera reside en su intelegibilidad y demostrabilidad. Conocemos las cosas cuando llegamos a comprender sus causas. El pensamiento verdadero consiste en conocer "las cosas" conforme a su propio modo de ser: por sí mismas o por sus causas próximas.

La expresión de "la naturaleza" de las cosas estará dada en la definición. Una buena definición, que expresa la esencia de las cosas, permite derivar las propiedades inherentes a las cosas. La matemática, que versa sobre las esencias y propiedades de las figuras, nos proporciona así una "norma de la verdad" que nos permitirá alcanzar el verdadero conocimiento de las cosas. Definir, postular y demostrar serán las operaciones conforme a las cuales se construirá el edificio del saber. El punto de partida de la investigación no será entonces la "evidencia" de una idea, sino la definición a partir de la cual se podrá concebir el "orden" o la "concatenación causal" de las cosas: tanto del ser que es y se concibe por sí mismo (la sustancia) y del ser que es y se concibe por su causa próxima (los modos).

Con esto, Spinoza quiere indicar que la esencia de las cosas conocidas no se encuentra ni más acá ni más allá de la argumentación misma: la definición de la esencia de las cosas y la demostración de sus propiedades forman parte de la construcción/representación more geometrico del mundo.

¿Cuál es entonces el sentido del método geométrico? Su importancia no reside simplemente en que la geometría y la aritmética "poseen un objeto tan puro y simple que no es necesario hacer ninguna suposición que la experiencia haya hecho incierta, sino que ambos consisten absolutamente en una serie de consecuencias que deben deducirse por vía racional" (R. Descartes, Reglas… Regla II). Frente a la visión cartesiana de la geometría como "modelo" de la ciencia, Spinoza nos invita a escribir el texto de la naturaleza en caracteres geométricos, a través de la afirmación de un conjunto de definiciones, axiomas, proposiciones, demostraciones y corolarios. Y así como Galileo nos invitaba a leer en su libro, con Spinoza comprender la naturaleza será sinónimo de recorrer el camino geométrico del Entendimiento, "buscar en el orden debido la verdad misma" (TRE, Parág. 36 ).

Si se procede correctamente, investigando lo que debe ser investigado en primer lugar, sin ninguna interrupción del encadenamiento de las cosas, y si se sabe cómo hay que plantear los problemas antes de llegar a resolverlos, nunca tendremos sino ideas completamente ciertas, es decir, claras y distintas. Pues la duda no es otra cosa que la vacilación del espíritu acerca de alguna afirmación o negación que afirmaría o negaría si no hubiera algo cuya ignorancia hace que sea imperfecto el conocimiento de esa cosa. De donde se colige que la duda proviene de que se estudian las cosas sin orden. (TRE, Parág. 80).

El método geométrico se constituye así en el instrumento más adecuado (al Entendimiento mismo) para dar cuenta del orden y la conexión de las cosas entre sí. Spinoza delinea de este modo una nueva "imagen del mundo", la imagen de un mundo desprovisto de fines donde la Naturaleza encuentra inscripta en sí misma la ley de su necesidad.

Necesidad geométrica y conocimiento del orden natural.
En el libro I de la Etica, Spinoza efectúa la demostración geométrica que permite derivar de la naturaleza divina la Necesidad de la naturaleza. Esta necesidad es la regularidad inmanente a la Naturaleza misma, la conexión causal en el orden real de "las cosas". Ese orden real se explica a través de la relación que se establece entre Dios como "causa" y "las cosas" como sus efectos.

De la necesidad de la naturaleza divina, deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos.
(Etica, Libro I, Prop. XVI)

Spinoza identifica a la sustancia única, Dios, con la Naturaleza misma. La sustancia es aquello que es y se concibe por sí mismo. Dios es aquello cuya esencia implica su existencia. Los atributos son aquello que el Entendimiento concibe como constitutivos de la sustancia: extensión y pensamiento. Los modos son "en otra cosa", aquello que no puede ser y concebirse sino en otro y por otro. Dios es la sustancia infinita que se manifiesta, para el Entendimiento, a través de sus atributos, en los modos. No hay que buscar a Dios "más allá" de los entes naturales, sino reconocer en los entes naturales la esencia de Dios.

Conforme a la prop. XVIII del Libro I de la Etica, Dios es la única sustancia, la "causa inmanente de todas las cosas", la causa eficiente de todo lo que es y puede concebirse, "absolutamente causa primera". Su acción consiste en expresarse en las cosas:

Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios, nada puede ser ni concebirse (Etica, I, prop. XV).
Dios es al mismo tiempo, "causa próxima" de las cosas que se derivan en forma inmediata de su naturaleza y "causa remota" de todos los fenómenos. Si "todo lo que es, es en Dios", entonces TODO es expresión de su infinita naturaleza. Además, nada hay en la naturaleza que no se siga de la naturaleza divina, "todo está determinado a ser y obrar de cierta manera" (Etica, I, Prop. XXIX). En este sentido, todo ocurre en Dios y por causa de Dios.

Nos encontramos en Spinoza una nueva determinación del concepto de Dios: Dios es al mismo tiempo, natura naturans y natura naturata. Dios es causa de sí mismo expresada en la totalidad infinita de sus efectos. Los atributos divinos (extensión y pensamiento) son la expresión de una única naturaleza infinita. El ser infinito de Dios, no debe ser interpretado como una simple posibilidad de ser infinito, sino como la infinitud absoluta, aquello "que perfecciona dentro de sí, en presente, una pluralidad absoluta sin más allá" (G.W. F. Hegel, Lecciones de Historia de la Filosofía) .

El Entendimiento distingue entre "el orden del ser" (el atributo extensión) y "el orden del conocer" (el atributo pensamiento), pero ambos manifiestan la esencia absoluta de Dios. Dios es en las cosas del mismo modo que las cosas son en Dios. Dios es la totalidad de las cosas. Sólo así es Ser absoluto e Infinito en acto.

Gilles Deleuze en Spinoza y el problema de la expresión (1968) aclara que la categoría central sobre la que se articula la Etica, es la categoría de expresión que significa al mismo tiempo: explicare e implicare. Ser y pensar son el despliegue del ser infinito de Dios y a la vez, están envueltos en la idea de Dios. Dios es lo expresado y lo que se expresa, el efecto y la causa. Deus, o la Naturaleza, son dos expresiones de lo Mismo: sólo así el universo infinito reconoce en sí mismo el principio de su movimiento.

La necesidad de la naturaleza es entonces la expresión de la absoluta e infinita potencia de Dios, pues todo procede, en forma inmanente de él:

Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han sido (Etica, I, Prop. XXXIII).Las cosas no podrían obrar de otro modo porque su acción está determinada por la necesidad de la naturaleza divina. Dios no obra por capricho ni por su propia voluntad: la Naturaleza está determinada a obrar por necesidad.

La voluntad no puede llamarse causa libre, sino sólo causa necesaria (Etica, I, Prop. XXXII)
Dios no obra en virtud de la libertad de su voluntad (Corolario I).

Todas las cosas se siguen de la necesidad de la divina naturaleza y están determinadas a existir y obrar de cierta manera: de la naturaleza divina se sigue la necesidad del orden eterno de todas las cosas. Todo está sujeto a la ley inmanente de la divina naturaleza: en el mundo no hay nada contingente porque en el mundo no hay nada distinto de Dios.

Todo cuanto existe expresa la naturaleza, o sea, la esencia de Dios de una cierta y determinada manera, esto es, todo cuanto existe expresa de cierta y determinada manera la potencia de Dios, que es causa de todas las cosas y así debe seguirse de ello algún efecto (Etica, Demostración de la Prop. XXXVI)
A través de la categoría de "expresión", Spinoza intenta pensar la identidad de la causa y el efecto: entre Dios y la naturaleza no hay una distinción real. Puesto que sólo existe una única sustancia, tal como ha sido demostrado en la Prop. XIV de la Etica, la cosa pensante y la cosa extensa sólo son atributos de la única sustancia: Dios.

Y así como en el libro I de la Etica Spinoza aclaraba la distinción ontológica entre "Dios" y "las cosas", en el libro II de la Etica, Spinoza establece una distinción gnoseológica entre el "orden del ser" y "el orden del conocer". Extensión y pensamiento son las dos "maneras" con que el Entendimiento se representa el Ser Infinito de Dios. Cuerpos e ideas expresan "de cierta y determinada manera la esencia de Dios": las cosas singulares y los pensamientos singulares, expresan la naturaleza de Dios de determinada manera (Etica, Libro II, Prop. I y II).

Así como la exigencia geométrica de "comprender la naturaleza", esto es, de conocer el orden necesario de todas las cosas, nos llevó desde "las cosas" a "Dios"; las "ideas de las cosas" nos llevarán hasta la "idea de Dios". Puesto que la esencia expresada en la definición explica la naturaleza de la cosa definida, y ella no es sino la expresión de la causa o "razón de ser" de la cosa, el orden de las cosas debe remontarse desde las "causas próximas" hasta la "causa primera", aquello que es y se concibe por sí mismo: la sustancia infinita, Dios.

Ahora bien, la idea de Dios, es la idea de un ser "absolutamente infinito", de una "sustancia que consta de infinitos atributos" y que se expresa en "infinitos modos". Dios es el principio de determinación a actuar, aquello que lleva a todo ser a producir sus efectos. La idea de Dios es la Idea de una causa remontada al infinito, de un ser que se produce a sí mismo en la serie de sus infinitas determinaciones.

Y puesto que "el conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa" (Libro II, Axioma IV), la ciencia de los fenómenos naturales consistirá en investigar el "orden necesario" de todas las cosas. Ese encadenamiento causal de las cosas, nos llevará finalmente a la idea de un ser que sea la "causa" de la necesidad.

Ninguna cosa singular, que es finita y tiene una existencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia determinada, y a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada y así hasta el infinito... (Etica, I, Prop. XXVIII).
El orden real necesario de todas las cosas es expresado mediante la conexión formal de las ideas. El Entendimiento se representa el orden inmanente de todas las cosas a través de las "ideas adecuadas" que manifiestan la esencia o causa próxima de todas las cosas. El orden de las ideas reproduce el orden de las cosas, ya que son una manifestación de lo Mismo: Dios.

El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas (Etica, II, Prop. VII)
Spinoza aclara en el Corolario de esta Proposición, que la "potencia de actuar" de Dios es "idéntica" a su "potencia de pensar". Por lo tanto, lo que se sigue "objetivamente" de la "naturaleza infinita de Dios", también se sigue "formalmente". Lo que se sigue de la necesidad de la naturaleza divina, se sigue de la Idea de Dios, "en el mismo orden y con la misma conexión". El mismo orden, derivado de la infinita naturaleza de Dios, se sigue bajo el atributo de la extensión y bajo el atributo del pensamiento. El paralelismo entre ambos órdenes queda garantizado esta vez con la categoría de la "expresión":

Escolio: antes de seguir adelante, debemos traer a la memoria aquí lo que más arriba hemos mostrado, a saber, que todo cuanto puede ser percibido por el Entendimiento infinito como constitutivo de la esencia de una sustancia pertenece sólo a una única sustancia, y consiguientemente, que la sustancia pensante y la sustancia extensa son una sola y misma sustancia, aprehendida ya desde un atributo, ya desde otro. Así también, un modo de la extensión y la idea de dicho modo son una sola y misma cosa, pero expresada de dos maneras... (Etica, II, Prop. VII).
El problema de la verdad como "correspondencia" entre "las ideas" y "las cosas" no atañe al Entendimiento: la demostración geométrica de la esencia infinita de Dios que se manifiesta/expresa en sus modos garantiza la identidad entre "el orden del ser" y "el orden del conocer". El Entendimiento deberá ocuparse exclusivamente de la "adecuación" de las ideas, esto es, de su capacidad de expresar "las causas" y el orden eterno de todas las cosas. Conocer es asignarles a "las cosas" una razón suficiente. Sólo así podrá construirse la "verdadera ciencia".

Si bien Spinoza reconoce tres géneros de conocimiento (Etica, II, Prop. XL): a) la opinión o imaginación; por las cuales nos imaginamos las cosas a partir de ser "afectados" por ellas; b) la razón; por la cual tenemos ideas adecuadas acerca de las esencias y propiedades inherentes a las cosas; c) la ciencia intuitiva: por la cual conocemos la esencia de las cosas a partir de la esencia formal de los atributos de Dios; el método geométrico presente en todo el texto da muestras de la utilización del segundo género de conocimiento como "modelo" y como "medida" de la Verdad. El método geométrico deviene así "norma" y "regla" de la Verdad de las representaciones del Entendimiento. Sólo lo que es concebido "en el orden debido" es la Verdad misma. La "certeza", como representación del "orden de las ideas" es, en este caso, la garantía de la "verdad", como adecuación al "orden de las cosas".


Lic. Liliana Ponce
Prof. Titular de la cátedra de Gnoseología
Facultad de Humanidades y Artes, UNR
Rosario, ciclo lectivo 2001

Mis notas sobre Leibniz

Leibniz y el modelo lógico-matemático en la fundamentación del conocimiento.
El modelo del conocimiento esbozado por Leibniz, aparece como la "representación" (puesta en escena) más lograda del proyecto matemático del pensamiento moderno. Y esto, en la medida en que combina un formalismo deductivo nacido de las ciencias matemáticas, con una morfología teórica apta para describir totalidades como las de la vida (Michel Serres, "Leibniz" en Historia de la filosofía occidental).

El planteo general del método de conocimiento en el racionalismo vigente en el siglo XVII puede enunciarse como sigue: hay que partir de las más altas certezas intuitivas, pasar por toda la serie de "causas condicionantes" hasta llegar a las verdades que se derivan en forma mediata. Como hemos visto, las dos operaciones claves para acceder al conocimiento verdadero, según Descartes, eran la intuición de verdades evidentes por sí mismas y la deducción de verdades a partir del análisis de las proposiciones complejas y la composición de nociones simples.

Según Leibniz, la verdadera ciencia se constituye en "sistema", en un cuerpo consistente de enunciados que se deduce rigurosamente a partir de un pequeño número de nociones y proposiciones "primitivas" (definiciones y axiomas) siguiendo un encadenamiento secuencial. A su vez, podemos distinguir dos tipos de proposiciones que conforman el espacio de juego del conocimiento científico: a) proposiciones de esencia o verdades necesarias; b) proposiciones de existencia o verdades contingentes; cada una de las cuales, por su forma, encuentra su fundamento en uno de los dos "principios supremos": el principio de identidad o no contradicción y el principio de razón suficiente.

El principio de identidad o no contradicción supone que es verdadero aquello que no implica contradicción, o que su opuesto es lógicamente imposible. El principio de razón suficiente puede ser formulado de este modo:

"Nihil est sine ratione” (Nada es sin razón) ó
"Omne ens habet rationem" (Todo ente tiene una razón)

Según Gilles Deleuze (El pliegue. Leibniz y el barroco, 1988) este principio es el "grito" o la exclamación de la Razón. El mundo (infinito por definición), es una serie continua donde todo sucede según razones. Y si bien nuestro intelecto finito puede no llegar al fondo de todas las razones, para "completar la serie", Dios nos garantiza, en último término, la "racionalidad" del mundo, o lo que Leibniz denomina, su "composibilidad" o convergencia.

El verdadero conocimiento de las cosas se obtendrá, según Leibniz, si es que podemos ofrecer razones de nuestros enunciados. A diferencia de Descartes, que propone como criterio de verdad a la evidencia, Leibniz pretende construir un "sistema de razones" obtenido a partir del ars combinatoria.

De lo que se trata es de definir nociones y reglas de cálculo que permitan organizar un cuadro de representaciones homogéneo, donde cada concepto o enunciado sea el compuesto de un número finito de nociones o enunciados más simples o "primitivos". Como vemos, en el proyecto leibniciano de construcción de una mathesis, (como "ciencia general del orden de las representaciones", según la caracteriza Michel Foucault en Las palabras y las cosas, 1966), la lógica matemática cumple un papel fundamental: sólo a partir de una estrategia argumentativa alcanzaremos un conocimiento definitivo (tanto como el intelecto humano sea capaz) de la verdad.

La primera tarea será, según Leibniz matematizar el dominio o la región de objetos a investigar. Matematizar tiene aquí el sentido de axiomatizar, producir conjuntos (de enunciados) a partir de elementos y relaciones. De la combinación de elementos y relaciones simples (primitivas), será posible dar cuenta (=dar razón) de los compuestos (nociones y proposiciones derivadas).

Debemos tener en cuenta entonces que "matematizar" no significa simplemente "resolver en fórmulas matemáticas" los fenómenos concretos de la naturaleza, sino más bien encontrar el alfabeto, el vocabulario y las reglas primitivas aptas para describir, anticipadamente, esa determinada región de objetos. Lo que en lógica son signos y enunciados primitivos (variables, constantes, funciones, reglas de definición, sustitución y derivación), en música son notas e intervalos, en gramática son sonidos, letras, palabras, reglas para la construcción de frases, etc.

Michel Foucault (1966) indica que el hecho de que la física se haya constituido en física matemática y el estudio de la lengua en gramática general, muestra la relación del conocimiento con el orden:

...En cuanto se trata de ordenar las naturalezas simples, se recurre a una mathesis cuyo método universal es el álgebra. En cuanto se trata de poner en orden las naturalezas complejas (las representaciones en general, tal como se dan a la experiencia), es necesario constituir una taxinomia, y para ello, un sistema de signos. Los signos son con respecto al orden de las naturalezas compuestas lo que el álgebra con respecto. al orden de las naturalezas simples. Pero en la medida en que las representaciones empíricas deben poderse analizar en naturalezas simples, se ve que la taxinomia se relaciona por entero con la mathesis; a la inversa, dado que la percepción de las evidencias no es más que un caso particular de la representación en general, se puede decir también que la mathesis no es más que un caso particular de la taxinomia. Así también, los signos que el pensamiento mismo establece constituyen algo así como un álgebra de las representaciones complejas; y a la inversa, el álgebra es un método para proporcionar signos a las naturalezas simples y para operar sobre estos signos (M Foucault, 1966, Cap. III. Representar)
En Leibniz, entonces, conocer consiste en: 1) definir„; 2) reglar; y por último, 3) derivar. Conocer es "ordenar" las representaciones en un "cuadro", en un "sistema" o "conjunto" (en el sentido matemático del término) de proposiciones.

La primera operación, la operación de la definición, plantea una identidad: la identidad (y la consecuente sustituibilidad de "lo definido" (el definiendum) con "lo que define" (el definiens). El "definir" implica que existe identidad entre un término (lo definido) con por lo menos dos términos y una relación (los definidores). Así, cuando decimos: "3 = 2+1", decimos que el número "tres" (3), se resuelve en la relación entre los números primos "dos" (2) "y" (.) "uno" (1).

Gilles Deleuze (1988) señala que la definición, es una forma de inclusión: la inclusión recíproca, ya que ambos términos son sustituibles. Recordemos que, más adelante, Ludwig Wittgenstein (Tractatus logico-philosophicus, 1922) recalcará este carácter de la definición matemática: una ecuación es por sí misma una regla de sustitución. Decir, p.ej. "x=y", es lo mismo que decir: "x-y=0" y ambas son la expresión de un caso particular de la ecuación general (o cartesiana) de la recta.

Lo característico de la definición matemática, es que no opera por género próximo y diferencia específica (como era el caso de la definición aristotélica), que no requiere de la "comprensión" ni de la "intensión" del concepto, que no es producto de una "abstracción" ni de una "generalización", sino simplemente la expresión manifiesta de una inclusión: de la inclusión del predicado en el concepto sujeto, esto es, de lo que incluye el concepto sujeto, de lo que "envuelve" esa noción. Notemos que esta teoría de la inclusión es importante para pensar la doctrina de la verdad en la filosofía de Leibniz. Por el momento, lo dejaremos planteado.

Ahora bien, ¿cómo se opera en la definición? "Lo definido" remite a sus "definidores". Siguiendo este curso, llegamos a los definidores últimos, a las "nociones primitivas simples" o indefinibles, que constituyen el albafeto primitivo y que hacen posible las definiciones reales de las cosas. Gilles Deleuze señala que esos términos indefinibles implican otro tipo de inclusión: la autoinclusión, pues cada uno de ellos no se incluye más que a sí mismo, son idénticos. De este modo, el "principio de identidad" determina no sólo la sustituibilidad, sino también una cierta clase de seres: los idénticos a sí mismos, cada uno de los cuales, infinitos en su número (como los atributos de Dios), representa un "con junto" que consta de un solo miembro.

Lo segundo, es el pasaje de los "idénticos" a los "definibles" a través de las relaciones. Los definibles son nociones derivadas a partir de una combinación que puede ser "simple" o "compuesta". Nociones derivadas simples son aquellas que comprenden por lo menos dos términos primitivos simples ordenados bajo una relación (un vínculo o una partícula). Nociones derivadas compuestas (o complejas) son aquellas que comprenden nociones derivadas simples o relaciones complejas.

Tomemos un ejemplo de la geometría euclidiana. En el nivel de los "indefinibles" nos encontramos con nociones tales como "punto", "espacio", "intermedio"; en el nivel de las nociones derivadas nos encontramos con el concepto de "línea": "La línea es el espacio intermedio entre dos puntos".

Ahora bien, ¿cómo se legitima este pasaje desde el nivel de los "idénticos" al nivel de los "definibles" a través de las relaciones? Las relaciones, para Leibniz, serán otras formas de los atributos de Dios, pero esta vez aparecen como requisitos (razones necesarias) de los términos definidos. La línea se define como una "relación" entre nociones más simples; y sólo por ser en esta relación constituye un "derivado" a partir de los idénticos. La derivación sólo es posible en vistas de esa relación.

...los términos primitivos, sin relación en sí mismos, adquieren relaciones al devenir los requisitos o los definidores del derivado, es decir, los conformantes de esa materia. Mientras que los primitivos carecían de relación, eran simples autoinclusiones, eran atributos de Dios, predicados de un Ser absolutamente infinito. Pero, desde el momento en que se considera un infinito de segundo orden que deriva de ese ser, los predicados dejan de ser atributos para devenir relaciones, entran en relaciones que definen hasta el infinito los todos y las partes, y ellos mismos están en inclusión recíproca con lo definido... (G. Deleuze, 1988).
Hasta el lugar donde predomina la derivación lógica, funciona como punto de referencia el "principio de identidad" (como sustituibilidad). Sin embargo, no hay que confundir "derivación lógica" con "composición metafísica" de las cosas. El principio de identidad es el "punto fijo" en el cual podemos apoyarnos "sin peligro" y desde el cual podemos avanzar "seguros" en la obtención de la ciencia matemática de la naturaleza. Sin embargo, las cosas del mundo, no sólo tienen "figura", sino también "textura". El mundo es cognoscible no sólo por su necesidad metafísica o geométrica, sino también por una especie de "necesidad" física. Y si bien esta determinación física no le impone necesidad lógica a los fenómenos contingentes, al menos le atribuye certidumbre e infalibilidad a la ciencia que de ella depende (Leibniz, "Verdades necesarias y contingentes", 1686).

Leibniz considera que se requiere de otro principio para "conocer" los fenómenos donde están implicadas las cosas corpóreas: el "principio de razón suficiente", por el cual se atribuyen "razones" a los fenómenos no necesarios (contingentes o posibles, cuyos opuestos son posibles lógicamente) del mundo real. Estos dos principios son los pilares de la doctrina racionalista de la verdad propuesta por Leibniz como teoría de la inclusión.

Verdadera es una afirmación cuyo predicado está incluido en el sujeto, y así, en toda proposición verdadera afirmativa, necesaria o contingente, universal o singular, la noción del predicado está de algún modo contenida en la noción del sujeto, de manera que quien comprendiese perfectamente estas nociones del modo que las comprende Dios, vería con ello claramente que el predicado está contenido en el sujeto (Leibniz, 1686).
Entonces, toda ciencia ("la de la simple inteligencia, concerniente a las esencias de las cosas; la de la visión, concerniente a su existencia, y la media, concerniente a las existencias condicionadas"), resultará siempre de la comprensión de cada término, y procede, en última instancia, por análisis de las nociones.

Una proposición es absolutamente necesaria, cuando puede resolverse (descomponerse) en proposiciones idénticas, de la misma forma que: "Todo número duodenario es cuaternario" se resuelve en:
- "Todo número duodenario es binario senario"
- "Todo número duodenario es binario binario ternario"
- "Todo número duodenario es cuaternario ternario".

Todas las proposiciones referidas a las esencias de las cosas, son necesarias en este sentido geométrico o metafísico.

A las proposiciones que carecen de tal necesidad, Leibniz las llama "contingentes", y se caracterizan por ser sólo "posibles" lógicamente. A este dominio pertenecen las proposiciones en que entra la existencia o el tiempo, la "serie completa de las cosas" (1686). Son de este tipo las proposiciones "inductivas", que representan un conocimiento del orden natural.

Las primeras son "verdades eternas", que valdrán mientras el mundo subsista. Las segundas son verdaderas en un tiempo determinado. Por ello, no sólo expresan lo que concierne a la posibilidad (lógica) de las cosas, sino a lo efectivamente existente, a lo que existe actualmente o a lo que habría de existir dadas ciertas condiciones. Los hechos, que suceden según las mismas razones, suponen una cierta regularidad de la naturaleza.

Sin embargo, aunque podamos dar razones de un hecho, o enlazar dos hechos contingentes, nunca alcanzaremos la demostración analítica completa de la inclusión del predicado en el sujeto. Esto no invalida la "doctrina general de la verdad" según la cual, el predicado está siempre contenido o incluido en el concepto del sujeto, con lo que Leibniz confirma la hipótesis racionalista de que "todos nuestros conocimientos son innatos". Todo conocimiento verdadero es, en última instancia, un conocimiento a priori. Toda verdad es, en última instancia, una "verdad analítica". El punto fundamental de la doctrina leibniciana de la verdad es precisamente este:

Las verdades contingentes son entonces verdades acerca de algo que no es necesario, que puede no ser. El punto de vista fundamental de la teoría del juicio leibniciana está ahora en esto, en comprender también estas veritatis facti como identidades, esto es, fundamentalmente, como originales, como verdades eternas, adjudicarles también a ellas, según la idea, absoluta certeza y verdad. En esto está entonces la tendencia a equiparar posiblemente las veritatis facti a las verdades de razón, si bien expresado así da lugar a interpretaciones erróneas, pues ellas deben permanecer en su particularidad y sin embargo tienen el carácter de la identidad, esto es, de los juicios en los cuales desde el concepto del sujeto mismo que envuelve todos los predicados, ellos pueden ser desarrollados. Mas exactamente: las veritatis facti no son veritatis necesariae pero sí identicae (M. Heidegger, Metaphysische Anfangsgründe der Logik).

Leibniz escribe, en 1686, que durante largo tiempo lo tuvo perplejo el hecho de que el predicado está incluido en el sujeto sin que la proposición sea necesaria. ¿Cómo pueden ser idénticas las proposiciones contingentes? ¿De dónde proviene su peculiar "necesidad"? En este punto, Leibniz recurre a la scientia Dei y al análisis infinitesimal para explicar la especificidad de las "verdades de hecho".

Si conocer consiste en analizar nociones, entonces consiste en desenvolver esas ideas que se hallan "plegadas" en el alma en forma a priori o innata. Los encadenamientos o demostraciones teoremáticos constituyen los tejidos más simples de la malla del conocimiento. Pero hay una serie de encadenamientos más complejos que envuelven los conceptos completos de las cosas y de las sustancias individuales, las mónadas.

Leibniz reconoce no sólo un orden natural regular (pero no necesario) del mundo, sino también una multiplicidad infinita de existentes concretos (las mónadas), a los cuales les corresponde un conocimiento que adopta la forma de enunciados singulares.

Mientras las leyes de la naturaleza representan las condiciones (el límite "posible") de los fenómenos del mundo, las mónadas son ya la actualización de un mundo, el mundo real y efectivamente concreto. Este mundo, es un mundo de seres convergentes, un universo composible (y al mismo tiempo, incomponible con otro). Cada mónada, contiene en sus pliegues la serie infinita del mundo, pero no la ley de esta serie única. La mónada expresa (y representa "desde su punto de vista") el orden y la continuidad de este mundo, el "mejor de los posibles".

La mónada representa al mundo justamente en la medida en que: según su perfección, puede apercibirse de él y, al mismo tiempo, actualiza en ella una sola serie convergente, de la cual no existe una razón lógica, sino sólo una decisión de la voluntad divina.

Dice Leibniz: las verdades necesarias implican la acción del intelecto divino, mientras que las verdades contingentes involucran los decretos de la voluntad divina, y esos decretos se fundan en la percepción de lo mejor, por la cual Dios permite que en la misma serie coexistan Judas y César. Sólo su sabiduría percibe el mayor bien.

Deleuze concluye entonces que la diferencia entre la identidad expresa o virtual concierne a la localización (o no) de la inclusión: las proposiciones de esencia son virtuales hasta el punto donde se alcanza una autoinclusión. Las proposiciones de existencia son virtuales hasta donde se alcanza una inclusión unilateral, hasta donde se puede dar una razón (sin que llegue a ser "lógica") o señalar los requisitos o condiciones para que un hecho se produzca.

El "análisis" de las proposiciones de existencia puede compararse con la operación matemática de extracción de raíces cuadradas, en que se muestra la inclusión de una serie infinita en un número conmensurable.

Por más extraña que pueda parecer la equiparación de las verdades de hecho a las verdades necesarias, la tendencia general de la teoría de la verdad de Leibniz se inscribe en el marco general del racionalismo "moderno": la idea de un conocimiento del ser objetivo y del experimentar empírico desde conceptos de razón, de un conocimiento de lo que es desde la mera razón.

La tesis central de la doctrina leibniciana de la verdad, puede sintetizarse en la fórmula general: "Toda proposición es (en última instancia) analítica", o "Todo juicio puede resolverse en un juicio de identidad" (Heidegger, ibídem).

La "razón" (Grund) de la verdad consiste en el "nexo" (inclusio) entre el predicado y el sujeto. La "naturaleza" o "esencia" de la verdad, está en la peculiar "relación" (connexio) entre los términos del enunciado. La combinación de los términos puede considerarse como un inesse (ser-en), sobre el que se asienta el "principio de infalibilidad". Según Heidegger, inesse quiere decir idem esse (ser lo mismo).

Toda proposición verdadera, en cuanto proposición analítica es una identidad: la diferencia está en que esa identidad puede ponerse expresamente de manifiesto (manifeste) o permanecer oculta (tecte). Para que esto sea posible, es necesario que toda verdad sea a priori.

Y aunque las verdades se distingan en "verdades de razón" o necesarias y "verdades de hecho" o contingentes, esa distinción no les niega su carácter de identidad. Todas las verdades son innatas (están más o menos conscientes en el espíritu del hombre), sean necesarias o contingentes. Como hemos visto, la acción y el intelecto divino, se hallan en el origen de este supuesto.

La diferencia entre "verdades necesarias" y "verdades contingentes" no depende de la "fuente del conocimiento", sino de la necesidad inherente a los fenómenos: las verdades necesarias manifiestan una necesidad puramente lógica, metafísica o geométrica, mientras que las verdades contingentes expresan una necesidad física, una regularidad natural no necesaria desde el punto de vista lógico. Y si bien todo juicio es "necesario" cuando su opuesto es contradictorio y todo juicio es contingente cuando su opuesto es posible, en este mundo, esa posibilidad ya está fuera de juego. Porque en este mundo, se actualizó una de esas posibilidades por obra de un "decreto de la voluntad divina" de elegir, "el mejor de los mundos posibles".

Tenemos así en la filosofía de Leibniz la consumación del ideal racionalista de brindar una explicación de los fenómenos del mundo sensible sin recurrir a "las impresiones" de nuestros sentidos, que brindan siempre un conocimiento parcial de las cosas, ya que no puede penetrar, como lo reconociera Locke, en las "razones". Sin embargo, la figura de Dios aparece como horizonte dentro del cual la necesidad física de la naturaleza adquiere sentido. Pero, recurrir a "la sombra de Dios" no satisface los requerimientos teóricos de sus adversarios empiristas. ¿A qué se asemeja el mundo de nuestras representaciones en la teoría del conocimiento de Leibniz? A una regularidad natural determinada por una decisión divina.

Lic. Liliana Ponce
Prof. Titular de la cátedra de Gnoseología,
Facultad de Humanidades y Artes, UNR
Rosario, ciclo lectivo 2001