Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716)
Doctor en Derecho, secretario del barón de Boinebourg, colaborador del jurista Lasser, consejero en la corte de Maguncia, consejero aúlico en Hannover, consejero particular del emperador Carlos X y, al final de su vida, de Pedro el Grande: nunca un filósofo había aconsejado [ni aconsejó] tantos príncipes. Por ello, parecería que se podría esperar de él una teoría completa y coherente de lo político. Versado en todos los asuntos políticos, jurídicos y diplomáticos de su tiempo, ¿cómo no pensó filosóficamente la "cosa política"? ¿cómo no extrajo del "teatro de la vida humana" una serie de enseñanzas que le permitieran construir un "sistema" acabado y cerrado y una serie de "programas" para el presente y para el porvenir? se pregunta Christiane Frémont en su Singularités: individus et relations dans le système de Leibniz (Paris, Vrin, 2003).
Sin embargo, tampoco de su Filosofía podemos encontrar un "sistema", sino sólo algunos esbozos de compendios sistemáticos de su doctrina (Monadología, Discurso de metafísica, Teodicea). Es por ello que en el ámbito de la filosofía política, debemos contentarnos con algunas muestras adaptadas a las circunstancias históricas, que quizás no puedan aspirar a la validez universal. Al mismo tiempo, creemos que no dejan de ser coherentes con sus proposiciones onto-gnoseológicas fundamentales.
En lo que sigue, presentamos una síntesis de las ideas pedagógicas de Leibniz referidas a la educación del príncipe, a partir del texto en francés Ensayo sobre la pedagogía de Leibniz de Joseph Vernay (Heidelberg, Carl Winters Universitätsbuchhandlung, 1914).
El "Proyecto de Educación de un príncipe" fue escrito por Leibniz en lengua francesa el 26 de enero de 1693 en el transcurso de una mañana. Lo hizo a solicitud de M. de la Bodinière, preceptor en un casa principesca alemana. Este último le había enviado su propio plan de educación, para preguntarle a Leibniz su opinión.
En primer lugar, Leibniz considera tres grados de perfección en la educación de un príncipe: lo necesario, lo útil y lo agradable-
- Lo necesario: un príncipe debe ser un hombre de bien y de buen corazón, con un juicio seguro y una honestidad perfecta, es decir, debe tener sentimientos de piedad, de justicia y de bondad, debe cuidar su libertad de espíritu y razonar justamente sobre todos los asuntos, a fin de conservar sus buenos modales. Esta última cualidad, es decir, la honestidad, es tomada en el sentido del siglo XVII: un hombre honesto es aquel que cumple y que tiene todas las cualidades del corazón y del espíritu.
- Lo útil: el arte de la guerra y la política. El primero comprende la disciplina militar, la subsistencia de las tropas, sus movimientos, los campamentos, las operaciones estratégicas, las fortificaciones, las armas y todo el conjunto de materiales militares. Para ser hombre de Estado, es necesario que el príncipe conozca lo fuerte y lo débil de su reino y de las naciones vecinas, los ingresos, las finanzas, las leyes y las ordenanzas, el derecho público, el protocolo, etc. En rigor, un príncipe podría no ser ni hombre de guerra ni político, con la condición de rodearse de hombres eminentes en ciencia militar y de ministros que fueran excelentes políticos. Pero siempre será mejor si lo hace por sí mismo y recibiendo el consejo de hombres ilustres.
- Lo agradable: Fuera de la cultura general, sobre la cual Leibniz enumera todas las materias de los programas que nosotros conocemos, él desea para el príncipe que sea "elocuente en sus palabras y en sus escritos", que hable bien, que sepa miles de cosas, la danza y otros ejercicios, la música, las diversiones y los juegos honestos, por ejemplo, que sea hábil en los torneos de caza, en una palabra, en todas las artes de lo agradable.
Si Leibniz consideraba que todos aquellos destinados a la magistratura o al ejército tenían que tener una cultura universal, con mayor razón esto era necesario para el príncipe que debía dirigir a los otros. Pues la "mónada príncipe" debe alcanzar un desarrollo mucho mayor y más completo que la "mónada súbdito". "La razón quiere que un príncipe esté más elevado en saber y en mérito que sus súbditos, que los sobrepase en dignidad y en potencia". Además, un príncipe dispone de medios mucho más eficaces que los de un estudiante ordinario, medios que le permiten "hacer en un año, lo que los demás hacen en cinco o seis años".
¿Cómo llegar entonces a esta perfección? El príncipe seguirá los programas y los métodos indicados en la primera parte. Deberá comenzar en su más tierna infancia y se le ordenará año por año los ejercicios y los estudios que deberá realizar.
La Retórica tendrá un carácter fundamentalmente práctico en vistas a formar la palabra. Con este fin, se lo hará aparecer a menudo en público, en pequeñas comedias en las que jugará un rol. La conversación con personas distinguidas también tendrá lugar en este programa: en efecto, durante el siglo XVII, la conversación era un modo de enseñanza fácil y fructífero.
Por lo demás, las ciencias que convienen a un futuro jefe de Estado son: la historia, la geografía, la genealogía, la heráldica, el arte militar. Leibniz insistirá mucho sobre la aritmética, la geometría y la lógica, que le darán a la razón del príncipe "un equilibrio sólido y un hábito de justicia".
"Pero, en la mayor parte de las circunstancias de la vida, uno está obligado a decidirse rápidamente, a resolver casos sobre simples verosimilitudes sin poder esperar demostraciones palpables y, como el gran arte del razonamiento es saber pesar las razones al modo de una balanza, para dar preferencia al lado que importa, es necesario llevar al príncipe a ejercer el arte de razonar en la moral, en la política y en el derecho, y formarlo con casos, primero fáciles y luego un poco más confusos que tratará de desarrollar".
La historia le suministrará estos casos y ejemplos. Los consejos, las leyes y las ordenanzas, los cánones, las alianzas y los tratados de sus antepasados explicados en función de las modernas necesidades, le servirán de una poderosa ayuda para gobernar más tarde. Pero lo que importa, sobre todo, "es inspirar en el joven príncipe buenos sentimientos preferiblemente hacia todos los conocimientos".
Y si bien en la primera parte Leibniz no ha descuidado la educación moral, porque la considera como el fin de los estudios, pareciera que ha llamado la atención sobre todo en la formación intelectual. Sin embargo, en este Proyecto para la educación de un príncipe, Leibniz insiste particularmente sobre este punto y da más detalles: "Las primeras impresiones deben consistir en hacer que un niño no sea ni intimidado ni apenado, que no se lo engañe ni se lo desaliente; pero tampoco que se lo acostumbre a ser terco dándole todo lo que quiere".
Hay que evitar dos excesos: la severidad y la debilidad. Se pervierte tanto por la opresión como por la complacencia. La indulgencia está siempre más cerca de la justicia que la severidad. El educador debe seguir a la naturaleza y ayudarla, jamás constreñirla violentamente ni forzarla. La educación es una obra de variedad infinita: nada está más lejos de ella que los puntos de vista restringidos y uniformes, los medios violentos, los mecanismos inflexibles y los movimientos forzados. Además, la indulgencia no es debilidad: sería una deplorable bondad aquella que tolerara todo. El niño tiene defectos y es necesario trabajar para corregirlos, discreta, pero enérgicamente.
"Que no se lo engañe". Cuando se trata de formación moral, es necesario evitar cuidadosamente dar al niño fórmulas vanas o falsas ideas que luego no podrán ser destruidas. Una noción falsa sobre la conducta práctica pone en la cabeza del niño los errores más despreciables y los gérmenes de los vicios más peligrosos. Esta primera educación moral no es, entonces, como pretende Rousseau, por completo negativa, ya que es necesario que el niño se apropie de lo bueno.
Y para disuadir al niño "de algún deseo poco razonable", Leibniz aconseja la "variedad de placeres". Habrá que divertirlo por medio de movimientos y espectáculos agradables. Del mismo modo que considera necesario variar la enseñanza haciéndola agradable, debe hacerse lo mismo con respecto a la virtud. Ante la educación del príncipe, es necesario formar "su espíritu y sus costumbres: su espíritu en los sentimientos de virtud, de generosidad y de caridad; sus costumbres en la dulzura y la afabilidad". Y agrega que, con respecto al tiempo y a las riquezas, lo mejor sería que el príncipe las emplee en "la asistencia de los demás". Generosidad, dulzura, caridad, amabilidad, virtudes que convienen a todos los seres humanos, pero especialmente a aquel que está destinado a dirigirlos. Virtudes que aprenderá no solamente en los libros o de la boca de un pedagogo, sino sobre todo en la práctica de las personas de las que puede aprender. Por ello, hay que alejar de él a los aduladores, que sólo le inspirarán malos sentimientos y podrán corromperlo.
Finalmente, la virtud para el príncipe está por encima del saber: "si hay rectitud de espíritu y voluntad de hacer el bien, [el príncipe] gobernará mejor que el más sabio y el más hábil hombre de la tierra que se deje llevar por la amoralidad".
Estas son, resumidas, las ideas contenidas en el "Proyecto de educación de un príncipe" realizada por Joseph Vernay (pp. 58-65).
Con este breve apartado, hemos intentado establecer un puente entre las ideas filosóficas y las ideas pedagógico-políticas del pensador de Leipzig, considerado "el último espíritu universal" de la historia intelectual europea.
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