por Liliana Ponce
La
interpretación de una obra del pasado no surge sólo de ella misma ni es
arbitraria. Toda interpretación es suplementaria: le da al texto un exceso de sentido.
El sentido del texto se hace disponible en una serie diferencial (su
inscripción en relación con otros textos) y según una regla secuencial (su
inscripción en relación con una serie temporal).
La
filosofía tiene una existencia concreta en los textos que produce y en los que
se manifiesta. En cuanto obra discursiva, en cuanto obra racional y en cuanto
reflexión sobre los trabajos filosóficos de la historia debe ser considerada,
al mismo tiempo, como Filosofía (discurso-objeto) y como Meta-filosofía
(metadiscurso).
Esto
significa que la filosofía no sólo se
expresa en las construcciones racionales que nos llegan desde nuestra tradición, sino también en la actividad
de la razón por la cual ella se constituye a sí misma y, relacionándose con sus
propias obras en esta reflexión, no puede dejar de devenir obra de interpretación de sí misma. En
Filosofía, la interpretación es interpretación de la Historia de la
Filosofía.
Sin
embargo, durante buena parte de su historia, la filosofía no ha tenido
historia. Tenía conocimiento del pasado, su pasado; pero sin la pretensión de
estudiarlo ordenada y metódicamente. La Historia de la Filosofía es una
"invención" reciente, data de fines del siglo XVIII y principios del
siglo XIX. Así, la filosofía "moderna", se ha definido como una época
fundamentalmente "antihistórica": Descartes defendía, contra las
fuerzas del pasado, la libertad del espíritu, la autonomía del desarrollo de la
razón. Para él, la verdad no había que buscarla en los textos, sino en la
evidencia de la idea clara y distinta. "Hacer ciencia" no era, para
él, "escribir la historia", sino emprender el camino de la razón,
para acceder a sus "indubitables" certezas.
Luden
Braun (Histoire de l'histoire de la
philosophie, Paris, 1973), ha distinguido dos etapas principales en el
desarrollo de la Historia de la Filosofía: a) la etapa de "prácticas"
de historia de la filosofía; b) la etapa de "desarrollo" de la
disciplina propiamente dicha, siendo el siglo XVIII el "punto de
inflexión" entre ambos períodos.
El
primer período, el período de "prácticas", incluye doxografías,
biografías y narraciones, donde lo que falta es una "mirada de
conjunto" del pensamiento filosófico. En este período, encontramos algunas
reflexiones históricas en la obra de Aristóteles (fragmentarias y en distintas
obras como la Poética, la Política, o la Metafísica), Diógenes Laercio (Vida
de los filósofos más ilustres), San Agustín (Civitas Dei), siendo la época del Renacimiento donde encontramos
los comienzos de una "historia erudita" de la filosofía.
La
historia de la filosofía, nace entonces en el Renacimiento, cuando se descubre
en Occidente a los compiladores de fines de la Antigüedad (Plutarco, Sexto
Empírico, Clemente de Alejandría, el propio Diógenes Laercio). A través de
estos pensadores, se revela una multiplicidad de “escuelas” antiguas, de
perspectivas que habían escapado por completo al pensamiento medieval. Sin
embargo, en este período, la "historia de la filosofía" se limita a
la "filosofía antigua" o a la filosofía que va hasta el primer siglo
de nuestra era, esto es, hasta el período en que se detienen las compilaciones
de los autores nombrados. De allí que la "historia de la filosofía
medieval" no forme parte del trabajo de los historiadores de la filosofía
sino hasta el siglo XVII.
Bacon
también concibe a la historia de la filosofía como historia de las escuelas,
como una parte de la historia literaria. Lo que le interesa no es tanto el
análisis y el conocimiento preciso del contenido de las doctrinas, sino su
enumeración y su sucesión. Y esto en la medida en que el objetivo de los
hombres del Renacimiento no es informarse sobre el pasado, sino restaurarlo y
remontar el espíritu humano hasta sus fuentes vivientes. Por lo demás, no se
estudia a los autores si no se comparte su doctrina: a través del trabajo de
los seguidores o partidarios se conoce la historia propiamente dicha de las
doctrinas.
De este
modo, el resultado de toda la erudición del Renacimiento es la fragmentación
del pensamiento filosófico en una infinidad de escuelas y de estudios
filológicos sobre las fuentes. En 1645, Horn (Historia philosophica) remarca que su siglo (con Descartes y
Hobbes) es "el siglo de los filósofos" mientras que el siglo
precedente había sido "el siglo de los filólogos": según este autor,
lo que se quiere hacer hoy, ya no es restaurar los pensamientos y las verdades
del pasado, sino encontrar, más allá de la multiplicidad de opiniones, las
fuentes de la filosofía verdadera.
Para
los racionalistas de los siglos XVII y XVIII, la "historia de la
filosofía" no es más que un museo de errores y de tropiezos del espíritu
humano, y no sirve más que como "erudición", por lo cual la
filosofía, si aspira a la verdad, deberá cambiar profundamente sus
"métodos" y sus "perspectivas".
Ahora
bien, nos preguntamos con Emile Bréhier:
"¿Es posible una
mirada de conjunto sobre el pasado filosófico? ¿No se corre el riesgo, a causa
de la enorme complicación de los hechos, de que sea muy difícil, si no se elige
y se quiere ir al ritmo de pensamientos indefinidamente múltiples, o de que sea
superficial, si se elige? Es cierto de no se puede representar el pasado sin
clasificar los hechos de alguna manera; esta clasificación implica ciertos postulados..."
(Bréhier, 1928: 2).
A fines del siglo
XVIII, los pensadores intentaron introducir una cierta unidad y continuidad en
la historia de la filosofía. Durante la primera mitad del siglo XIX se vio el esfuerzo
por construir aquello que no había sido más que un esbozo. La idea de
considerar la Historia de la Filosofía
en el conjunto y la unidad de su desarrollo es un aspecto de las doctrinas del
"progreso" del espíritu humano que nacen de la mano de la filosofía
de Hegel por un lado y de la filosofía positivista de Comte por el otro. Ambos
incluyen como elemento necesario para el desarrollo del "espíritu"
una historia de la marcha filosófica de la humanidad. Para ellos, no es posible
definir el “espíritu humano” aislándolo de su propia historia. En este momento,
se busca un principio de enlace interno que permita comprender las doctrinas y
de apresar su significación histórica puesto que lo que le faltaba a los
historiadores era el sentido histórico, esto es, la percepción de los matices
del pensamiento pasado.
Reinhold lo expresa
muy bien:
"La razón por la cual la
historia de la filosofía aparece en nuestros manuales como una historia de la
locura de los hombres más que de su sabiduría, por la cual los más célebres y a
menudo los más meritorios de la antigüedad son maltratados de la manera más
indigna, por la cual sus visiones más profundas son malinterpretadas en el
santuario de la verdad y entendidas como los más simples errores, es que se ha
comprendido mal sus ideas, y se las debía comprender mal porque, juzgándolas,
se atenían a los principios posteriores de una de las cuatro escuelas metafísicas
principales, o porque estaban habituados por los métodos de la filosofía
popular a prevenir las búsquedas más profundas de los oráculos del sentido
común" (Reinhold, Uber den Begrif
der Geschichte der Philosophie, dans Fülleborn, Beitraege zur Geschichte der
Philosophie, I, 1791, p. 33, citado por Bréhier, 1928).
Este mismo
programa es seguido por Tenermann (Geschichte
der Philosophie, Leipzig,
1798-1819, 11 vol, citado ibidem), para quien la historia no debe presuponer
una idea previa de la filosofía. Una historia de la filosofía no es más que una
"pintura" de la formación gradual de la filosofía, "la pintura
de los esfuerzos de la razón por realizar la idea de una ciencia de las leyes
de la naturaleza y de la libertad" (Bréhier, 1928: 20-21).
Ahora bien, este
principio de unidad interna de la historia de la filosofía se presenta de dos maneras:
a) como principio de clasificación de las doctrinas que trata de hacer entrar
en un pequeño número de "tipos" todas las escuelas posibles; b) como
desarrollo gradual en el que cada doctrina importante constituye un momento
necesario.
El primer punto de
vista está representado por de Gérando (Histoire
comparée des systérnes de philosophie relativement aux principes des
connaissances humaines, París, año XII, 1804, 3 vol.), quien abandona el
antiguo método de la historia de las escuelas. Según él, la "historia
narrativa" debe ser sustituida por una "historia inductiva y
comparada", cuyo "método" consiste en establecer un número de
cuestiones primitivas a las cuales debe responder cada sistema. Según las
respuestas dadas, se puede apresar el espíritu de cada uno de ellos y
agruparlos en "clases naturales"; una vez hecha esta clasificación,
se podrá compararlos, comprender sus puntos de divergencia y, finalmente,
considerándolos como experiencia en la marcha del espíritu humano, juzgar cuál
es el mejor. Para todo esto es necesario: a) establecer cuál es la cuestión
primitiva que sirve de base a la clasificación b) agrupar y clasificar los
"sistemas" conforme a los criterios establecidos c) ordenarlos en un
cuadro o "tabla" donde se muestre la pluralidad de sistemas
Según Bréhier, el problema que sirve de base para la
clasificación es el de la naturaleza del
conocimiento humano; por lo cual la "historia de la filosofía" es
un "ensayo de filosofía experimental" que muestra el valor de cada
solución dada al problema del origen del conocimiento (Bréhier, 1928: 22).
El método de
Victor Cousin (Histoire genérale de la
philosophie, 4ta. edic., Paris, 1867, p. 4) no agrega mucho al de de
Gérando. Es una especie de médium entre el método del botánico que clasifica a
las plantas por « familias» y la explicación psicológica, que enlaza los hechos
primitivos del espíritu humano. Ante la « prodigiosa » cantidad de sistemas
filosóficos, pertenecientes a diversidad de países y de tiempos, es necesario
desprender un número de «caracteres » que permitirán reducir esta « multitud
infinita » de sistemas a un número de sistemas principales que comprendan a los
demás. Después de la clasificación viene la explicación.
"Estas
grandes familias de sistemas provienen del espíritu humano" (Bréhier, 1928:
22). Esta es la causa por la cual el espíritu humano, tan constante a sí mismo
como la naturaleza, los reproduce sin cesar." La historia de la filosofía
se transforma así en "psicología del espíritu humano". En ambos
casos, puede decirse que: "Se domina a la historia negándola, puesto que
se reemplaza el desarrollo de las doctrinas en el transcurso del tiempo por su
clasificación" (Bréhier, 1928: 22).
El segundo punto
de vista que permite introducir unidad en la historia de la filosofía es el de la relación dinámica entre los sistemas,
en el que cada uno aparece como un momento necesario de una historia única.
Esta es la idea de una "historia de la filosofía" que refleja las
tendencias generales de comienzos del siglo XIX: la historia de la filosofía
"progresa" como lo hace la "humanidad" misma.
Para Comte en Systeme de Politique positive
(1851-1854), de lo que se trata es de reconocer una "ley inmanente"
que pueda aprehenderse por la "observación directa". No hay ciencia
que pueda ser comprendida sin su propia historia, siempre
"inseparable" de la historia general de la humanidad. El pensamiento
de Comte se corresponde con el movimiento general que hemos visto aparecer en
el siglo XVIII contra la idea de una historia de la filosofía como mera
enumeración de escuelas fragmentarias. Para Comte, existe una "continuidad
dinámica" que nos impide creer que en las opiniones humanas existen
"cambios radicales". Cada una de las modificaciones del pensamiento
no son sino la expresión del impulso de la progresiva
subordinación del espíritu al orden objetivo. Lo que muestra este pasaje
progresivo de la marcha del espíritu es
la transformación de una "lógica" puramente subjetiva a los métodos
"objetivos" de la ciencia. Como señala Bréhier:
"Esta visión de una marcha
continua, que no puede ser retrógrada, conduce a Comte a transformar por entero
el valor dado por los historiadores del siglo XVIII a cada período del pasado,
particularmente al pensamiento griego y medieval. [Comte] protesta formalmente contra
"las hipótesis irracionales de ciertos eruditos sobre una pretendida
anterioridad del estadio positivo frente al estadio teológico", alusión
debida a una objeción que se puede extraer de la ciencia positiva de los
griegos que precede al pensamiento medieval" (Bréhier, p. 23).
Estas hipótesis,
agrega, "han sido revertidas irrevocablemente a partir una erudición
mayor". La unión de la teología y de la metafísica, que caracteriza a la
Edad Media, unión que, a los ojos de los escritores protestantes como Brücker o
los enciclopedistas, es un escándalo y una monstruosa alianza, es precisamente
lo que hace superior a la Edad Media ante la antigüedad, y lo que prepara a la
edad moderna. La teología sin metafísica es necesariamente el politeísmo; que constituye
el verdadero estadio teológico, donde la imaginación prevalece libremente. El
monoteísmo resulta siempre de una teología esencialmente metafísica, que
restringe la ficción por medio del razonamiento (Comte, 1851-1854).
Comte entiende
entonces por filosofía no tanto a los sistemas técnicos de los especialistas de
la filosofía, sino a un estado mental difundido
a través de la sociedad que se manifestará en las instituciones jurídicas, en
las obras literarias o en las obras de arte. Lo que le interesa a Comte, antes
que nada, son las "representaciones colectivas", en las que los
puntos de vista individuales toman su lugar en cuanto "reflejos de lo
colectivo", en el que cada "sistema de opinión" está en relación
con una "época", y es esta relación la que justifica su presencia en
la "historia" positiva.
Como señala
Bréhier, antes de Comte, Hegel también hizo una defensa de los sistemas,
mostrando que su diversidad no se opone a la unidad del espíritu. Según Hegel,
la historia de la filosofía hace visible, en las diversas filosofías que aparecen,
que no hay más que una única filosofía en diversos grados de desarrollo, y que
los principios particulares sobre los cuales se apoya un sistema no es más que
una rama de un único y mismo conjunto (Ver: Georg W. F. Hegel, Lecciones de Historia de la Filosofía,
Introducción). Para Hegel, la historia de la filosofía es el desarrollo
(despliegue) de un "único espíritu viviente" que toma posesión de sí
mismo en el tiempo.
"Unidad del espíritu humano y
continuidad de su desarrollo, tales son las certezas a priori que, imponiéndose al historiador antes de haber comenzado
su investigación, lo ponen en manos del hilo que le permitirá orientarse. Lo
que esta tesis supone, es la existencia de una especie de a priori histórico, a priori
que consiste en la naturaleza del espíritu y cuyo conocimiento no es del todo
accesible por métodos históricos. La historia de la filosofía es la historia de
las manifestaciones del espíritu; como tal, está libre de contingencias y de
accidentes; el historiador está así seguro de encontrar un lazo dialéctico
entre los sistemas que se suceden. Del mismo modo, Comte hace reposar su
"ley de los tres estadios", no en una inducción histórica, sino sobre
la "naturaleza" del espíritu humano" (Emile Bréhier, 1928: 26).
Con Hegel y Comte,
nos encontramos en el extremo opuesto de la situación en que el Renacimiento
había dejado a la historia de la filosofía: el pasado no se opone al presente, no hay que
"restaurarlo", sino que debe ser comprendido en el desarrollo de la
unidad de un plan sistemático y preconcebido. Sin embargo, esto no es más que
un "postulado", o un "supuesto" introducido por el
historiador de la filosofía. El conocimiento de la ley inmanente que gobierna
el desarrollo histórico no es, en ninguno de los dos casos, el resultado de la
"observación" o de la "inducción" histórica, sino el
resultado de una operación de la filosofía misma: la unificación en un todo
coherente de una multiplicidad de pensamientos. Estamos frente al momento de la
emergencia del "concepto"
de "historia de la filosofía".
Sin embargo, hacia
fines del siglo XIX, se abandona la doctrina de una pretendida "necesidad
histórica" que organiza la totalidad de los sistemas de pensamiento. Esta
época, y la nuestra, nos dan el espectáculo de una especie de desagregación de
las grandes síntesis históricas. Según Bréhier, los "signos" externos
de este "estado del espíritu", es que las obras de historia de la
filosofía, ya no son "historias de conjunto", sino obras limitadas a
un período histórico, a una nación o a un problema filosófico. Por su parte,
las historias generales de la filosofía adoptan un método más
"analítico" que "sintético" y tienden a recoger los
resultados de trabajos especializados, más que a "descubrir" la ley
inmanente de un desarrollo. Ejemplos de este modo de "hacer historia de la
filosofía", son la Philosophie
analytique de l'histoire (1896-97) de Renouvier, la Histoire de la philosophie européenne (1883) de Alfred Weber, la Histoire de la philosophie par problèmes, de Paul Janet y G.
Séailles (1887), y los Grundriss der
Geschichte der Philosophie (1923-1928) de Friedrich Ueberweg, que trata de
dar cuenta de los trabajos originales sobre cada cuestión.
Bréhier menciona
como "causas" de esta transformación: por un lado, el avance de los
estudios filológicos a partir de 1850, donde la disponibilidad de fuentes y
recursos impide un trabajo idéntico sobre los textos y la multiplicación de
estudios sobre las doctrinas no permite encontrar un punto de apoyo sólido para
una construcción sintética. Por otro lado, la ambición de describir el
"conjunto" del pasado filosófico deja de lado la individualidad de
los filósofos. Hasta ese momento, los historiadores de la filosofía se habían ocupado
más de las "filosofías" que de las individualidades (Platón,
Descartes, Pascal) que dieron origen a los sistemas. Sin embargo, para Bréhier,
las filosofías, lejos de reducirse a la expresión de "las mentalidades
colectivas", del "medio ambiente" o de "los momentos
históricos", son verdaderas creaciones de sus productores. Esto no
significa que haya que dejar de lado los condicionantes culturales en las
cuales emergen las filosofías.
Por último, cabe
señalar que hoy, ya no es pensable la construcción de un "sistema",
ni de filosofía, ni de historia de la filosofía. A las grandes
"síntesis" del pasado, se le opone la diversidad de cuestiones y de
problemas: hoy el filósofo es lógico o epistemólogo, filósofo de la las
matemáticas o filósofo de la religión. Bréhier se pregunta: ¿Cómo podría el
historiador alinear el vasto campo de doctrinas tan diferentes?
Del mismo modo que
el pensamiento, la historia de la filosofía bascula entre una construcción
analítica y una construcción sistemática (aunque de ahora en más sin tener en
cuenta la totalidad de las producciones filosóficas).
Hoy, el abandono
de una idea de "progreso fatal", forma parte del pensamiento
filosófico acerca de la historia de la filosofía, en cuanto "la idea de
una marcha incesante y continua es de hecho contraria a la realidad
histórica" (Bréhier, 1928: 32). Tampoco la búsqueda de la
"unidad" concierne al trabajo del historiador de la filosofía:
"La verdad es que la curva de la vida intelectual, si puede hablarse así,
es extremadamente complicada, y que sólo los estudios de detalles pueden dar
cuenta de sus rodeos" (ibídem, p. 32)
Lo que se muestra,
en esto que podríamos llamar la "historia crítica" de la filosofía,
es que podemos identificar no uno, sino varios esquemas posibles de desarrollo.
El pensamiento filosófico se mueve, se vuelve sugestivo, se transforma en un
método de vida espiritual, en una dirección mental (Sócrates y Platón) o en una
doctrina decisiva que tiene una respuesta lista para todas las preguntas (la
escolástica).
"Hay momentos en que el
pensamiento intelectual, como si estuviera fatigado, renuncia a afirmar su
propio valor y cede a las doctrinas que pretenden alcanzar la realidad por
intuición, sentimiento o revelación; por ejemplo cuando el intelectualismo del
siglo XVIII, con su confianza en la razón, es seguido bien de cerca por la
orgía romántica..." (Bréhier, 1928: 32).
Como pensamientos
vivientes, las doctrinas filosóficas no son "cosas", sino "temas
de meditación", problemas para la reflexión que se proponen y que dejan
abierto el "camino del pensar". Las filosofías de los filósofos son "enjeux",
desafíos para seguir pensando.
"La historia de la
filosofía nos enseña que el pensamiento filosófico no es una de esas realidades
estables que, una vez encontradas, subsisten como una invención técnica; este
pensamiento es continuamente vuelto a poner en cuestión, está continuamente en
peligro de perderse en fórmulas que, fijándolo, lo traicionan; la vida
espiritual no está más que en el trabajo
y no en la posesión de una pretendida verdad adquirida" (Bréhier, 1928: 36).
Estos son algunos
de los matices con que se presenta ante nosotros, hoy, el concepto de historia de la filosofía.
Marzo de 2015
Bibliografía:
- Duque, Félix
(1989) : Los destinos de la tradición.
Filosofía de la historia de la filosofía. Barcelona, Anthropos.
- Bréhier, Emile (1928): Histoire
de la philosophie. Paris, Alcan.
- Hegel, G.W.F. (1995) Lecciones
sobre la historia de la filosofía. México, Fondo de Cultura Económica.
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