21 may 2013

La episteme clásica

Cátedra: Historia de la filosofía moderna
Instituto de Educación Superior Nro. 1
Dra. Alicia Moreau de Justo
Ciudad Autónoma de Buenos Aires


En Las palabras y las cosas (1966), Michel Foucault caracteriza el sistema general del pensamiento de los siglos XVII y XVIII en términos de "episteme clásica". Para Foucault, la episteme puede caracterizarse como la "red que define las condiciones de posibilidad de un debate o un problema" en un período determinado de la historia del pensamiento.

A principios del siglo xvii, en este período que equivocada o correctamente ha sido llamado barroco, el pensamiento deja de moverse dentro del elemento de la semejanza. La similitud no es ya la forma del saber, sino, más bien, la ocasión de error, el peligro al que uno se expone cuando no se examina el lugar mal iluminado de las confusiones (Foucault, 1966: 57).

 
La semejanza, figura dominante durante el renacimiento, se vuelve ocasión de la ilusión, donde las metáforas, las comparaciones y las alegorías que definen el espacio poético se tornan en ensueño y encanto de un "saber" que no llegará aún a ser "racional" (Foucault, 1966: 58).
 
La crítica de la semejanza se encuentra ya en Bacon (Novum Organum, 1620), pero su sustitución por el análisis de las identidades y las diferencias aparece en Descartes (Reglas para la dirección del espíritu, 1627).
 
Si Descartes rechaza la semejanza, no lo hace excluyendo del pensamiento racional el acto de comparación, ni tratando de limitarlo, sino por el contrario universalizándolo y dándole con ello su forma más pura (Foucault, 1966: 59).
En Descartes, la comparación es posible introduciendo la "unidad" (los elementos simples) que permiten establecer relaciones (aritméticas) de igualdad y desigualdad. El orden como "figura" y el análisis como "operación" aparecen como configuradores de la "figura del pensar" dominante durante los siglos XVII y XVIII.
 
El "orden" se liga a la búsqueda de un "método" que permita conducir al pensamiento por el camino certero de la ciencia. En este sentido, Bacon propone la necesidad de encontrar una nueva lógica (un nuevo orden para la investigación científica) que haga posible el "progreso" del conocimiento, mientras que Descartes establece un conjunto de "reglas" como método para que la inteligencia pueda alcanzar la verdad de la que es capaz. En Hobbes (Leviathán, 1651) aparece la misma necesidad de ordenar "geométricamente" los signos y conceptos para fundar una ciencia política que legitime las relaciones de poder entre los hombres.
 
Esta figura del "orden" implica la operación del "análisis" como búsqueda de los elementos más simples en los que se pueda descomponer las representaciones en vistas a lograr la "claridad y distinción" necesarias para estar seguros de la verdad. En Leibniz, el análisis implica la búsqueda de los "caracteres" (el alfabeto del pensamiento) de una lengua universal que, a partir del ars combinatoria, posibilite la construcción de una mathesis universalis (un cuadro de representaciones) que exprese de manera ordenada el conjunto del conocimiento. Como vemos, la constitución del signo, es inseparable del análisis.
Cuando la Logique de Port-Royal afirmó que un signo podía ser inherente a lo que designa o estar separado de ello, mostró que el signo, en la época clásica, no está ya encargado de acercar el mundo a sí mismo y hacerlo inherente a sus formas, sino por el contrario, de desplegarlo, de yuxtaponerlo según una superficie indefinidamente abierta y de proseguir, a partir de él, el despliegue infinito de sustitutos según los cuales se lo piensa. Y por ello, se ofrece a la vez al análisis y al arte combinatoria y se le hace ordenable de un cabo a otro. El signo, en el pensamiento clásico, no borraba las distancias y no abolía el tiempo: por el contrario, permitía desarrollarlos y recorrerlos  paso a paso. Gracias a él, las cosas se hacen claras y distintas, conservan su identidad, se desatan y se ligan. La razón occidental entra en la edad del juicio (Foucault, 1966: 67).
 El cálculo parece ser entonces la forma de reglar la organización de la ciencia que atraviesa a la episteme clásica. La búsqueda de los "elementos" de un sistema artificial hará "aparecer" a la naturaleza desde sus elementos de origen y sus posibles combinaciones. En la época clásica, los signos sirven para desplegar la naturaleza en su espacio, ya que ellos expresan los términos últimos de su análisis y las leyes de su composición. El análisis genético de las representaciones, el álgebra y la taxinomia devienen las formas de ordenamiento de las ideas, de los signos y de los seres en el espacio claro y distinto de las representaciones.
 

Bibliografía de consulta:
 
- Foucault, M. (1966) Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires, Siglo XXI, 1968.
- Bacon, F. (2003) Novum Organum. Buenos Aires, Ed. Losada.
- Descartes, R. (1996) Reglas para la dirección del espíritu. Madrid, Ed. Alianza.
- Hobbes, Th. (2003) Leviathán. Buenos Aires, Ed. Losada.
- Leibniz, G. (1982) Escritos filosóficos. Buenos Aires, Charcas.
 

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