Blog de Liliana Ponce- Licenciada y Profesora en Filosofía- Especialista en Teoría del conocimiento e Historia del Pensamiento Político, Buenos Aires, Argentina
12 feb 2023
Mi Recorrido por la Filosofía
1.8. La operación de síntesis (enlace, Verbindung) en el proceso de conocimiento
¿Cuál es la función lógica del Entendimiento en la constitución del
objeto de la experiencia científica?
La Analítica trascendental se va a ocupar entonces de los elementos de
todo nuestro conocimiento a priori que corresponden al Entendimiento.
Como dijimos, la Crítica de la Razón Pura va a ir más allá de la
definición clásica del entendimiento como “facultad de pensar” y va a distinguir
entre Entendimiento y Razón.
En primer lugar, Kant distingue entre afección y función. Como hemos
visto, mediante la Sensibilidad (die Sinnlichkeit) somos afectados por
los objetos, mediante el Entendimiento (der Verstand) los objetos son
pensados. La cuestión es entonces: ¿qué significa pensar? Dice Kant:
Todas las intuiciones,
en cuanto sensibles, se basan en afecciones, mientras que los conceptos lo
hacen en funciones. Entiendo por función la unidad del acto de ordenar diversas
representaciones bajo una sola común. Los conceptos se fundan, pues, en la
espontaneidad del pensamiento, del mismo modo que las intuiciones sensibles lo
hacen en la receptividad de las impresiones. Estos conceptos no los puede
utilizar el entendimiento más que para formular juicios. Como ninguna representación
que no sea intuición se refiere inmediatamente al objeto, jamás puede un
concepto referirse inmediatamente a un objeto, sino a alguna otra
representación de este último (sea tal representación una intuición o sea
concepto también). El juicio es, pues, el conocimiento mediato de un objeto y,
consiguientemente, representación de una representación del objeto (Kant,
Crítica de la Razón Pura, Analítica Trascendental, Sección Primera: A68-B93).
Esto significa que los conceptos son “funciones de unidad” de nuestras
representaciones. Kant considera que podemos reducir la actividad del
Entendimiento a la formulación de juicios y, en ese sentido, definirlo como “la
facultad de juzgar”. Pero para juzgar se necesitan conceptos. De ese modo,
podemos distinguir los elementos con los cuales opera a priori el
Entendimiento: conceptos y juicios. De allí se desprende la división de la
Analítica trascendental en Analítica de los conceptos y Analítica de los
principios: así como los conceptos a
priori posibilitan la reunión de una multiplicidad dada a la intuición en
un “objeto”, los principios a priori representan “formas de enlace”
entre conceptos y, en ese sentido, son las “formas del juicio”.
El entendimiento puro
no sólo se distingue completamente de todo lo empírico, sino incluso de toda
sensibilidad. Constituye, pues, una unidad subsistente por sí misma,
autosuficiente, no susceptible de recibir adiciones exteriores. Por
consiguiente, el conjunto de su conocimiento constituirá un sistema comprendido
y determinado bajo una idea. La completud y la articulación de tal sistema
pueden, al mismo tiempo, suministrar una prueba de la corrección o la
autenticidad de todos los elementos cognoscitivos que entran en él. Toda esta
parte de la lógica trascendental consta de dos libros: el primero contiene los
conceptos del entendimiento puro; el segundo comprende los principios del
entendimiento puro (Kant, Crítica de la Razón Pura, División Primera de
la Lógica trascendental. Analítica trascendental: B90)
La Analítica trascendental se ocupará de descomponer “la capacidad misma
del entendimiento” para investigar el origen de los conceptos a priori y
analizar su uso. Ocuparse de los conceptos como “condiciones a priori”
de pensar los objetos de la experiencia científica es, según Kant, la tarea
propia de una filosofía trascendental. Y la llevará a cabo a partir del
análisis de las distintas formas de juicio, lo que le permitirá deducir la
tabla de las categorías como “conceptos puros”.
Ahora bien, ¿cuál es la función lógica de los conceptos? Si
descomponemos el proceso mediante el cual se produce el acto de conocimiento,
podemos observar que tenemos una multiplicidad dada a la Sensibilidad que
suministra la “materia” de nuestro conocimiento sin la cual los conceptos
permanecerían vacíos. Esta multiplicidad requiere ser “ordenada” bajo las
“formas” a priori de la Sensibilidad que son el espacio y el tiempo. Una
vez que intervienen el espacio y el tiempo, nos encontramos, como hemos visto,
con el “fenómeno indeterminado de la intuición empírica”. Sin embargo, esa
multiplicidad ordenada aún no constituye un objeto de conocimiento si la misma
no es “recorrida, asumida y unida” de una manera determinada mediante un acto
de “síntesis” (Verbindung).
Entiendo por síntesis,
en su sentido más amplio, el acto de reunir diferentes representaciones y de
entender su variedad en un único conocimiento. Semejante síntesis es pura si
la variedad no está dada empíricamente, sino a priori (como la variedad
en el espacio y en el tiempo). Antes de cualquier análisis de nuestras
representaciones, éstas tienen que estar ya dadas, y ningún concepto puede
surgir analíticamente en lo tocante a su contenido. La síntesis de algo
diverso (sea empírico o dado a priori) produce ante todo un conocimiento
que, inicialmente, puede ser todavía tosco y confuso y que, por ello mismo,
necesita un análisis. Pero es propiamente la síntesis la que recoge los
elementos en orden al conocimiento y los reúne con vistas a cierto contenido.
Ella constituye, pues, lo primero a que debemos atender si queremos juzgar
sobre el origen primero de nuestro conocimiento (Kant, CRP, Analítica
trascendental, Analítica de los conceptos, Parágrafo 10: B103).
Y
si bien la síntesis es producida por la imaginación (die Einbildungskraft),
que cumple una función “ciega, aunque indispensable del alma” (einer
blinden, obgleich unentbehrlichen Funktion der Seele), la facultad que
llevará dicha síntesis a conceptos es el Entendimiento. Y será solo por la
acción de este último que obtendremos “conocimiento en sentido propio” (die
Erkenntnis in eigentlicher Bedeutung).
La misma función que
da unidad a las distintas representaciones en un juicio proporciona también a
la mera síntesis de diferentes representaciones en una intuición una unidad
que, en términos generales, se llama concepto puro del entendimiento. Por
consiguiente, el mismo entendimiento y por medio de los mismos actos con que
produjo en los conceptos la forma lógica de un juicio a través de la unidad
analítica, introduce también en sus representaciones un contenido trascendental
a través de la unidad sintética de lo diverso de la intuición; por ello se
llaman estas representaciones conceptos puros del entendimiento, y se aplican a
priori a objetos, cosa que no puede hacer la lógica general (Kant, Crítica
de la Razón Pura, Analítica Trascendental, Analítica de los conceptos, Parágrafo
10: B105).
El concepto puro del Entendimiento es entonces una “función” que da unidad
a las distintas representaciones dadas en una intuición. De ese modo, introduce
en las representaciones un contenido trascendental, puesto que permite la
unidad sintética de la diversidad de la intuición. Ellos se llaman conceptos
puros del Entendimiento porque se aplican a priori a objetos. Puesto que
esa unidad es la misma que les da unidad a las distintas representaciones en un
juicio, habrá tantos conceptos puros referidos a priori a objetos de la
intuición en general como funciones lógicas dentro de la tabla de los juicios
posibles. Kant llamará a estos conceptos como lo hizo Aristóteles: categorías
(del Entendimiento puro).
Los conceptos a priori del Entendimiento tienen carácter
trascendental porque se refieren a los objetos sin haber tomado nada de la
experiencia. Es por ello que exigen una “deducción trascendental” que no se
identifica ni con el proceso de abstracción del que hablaba Locke ni con la
repetición habitual de la que hablaba Hume. Además, puesto que no se necesita
de ninguna intuición (como es el caso de las condiciones a priori de la
Sensibilidad) en cuanto “condiciones para una experiencia posible”, van a ser objeto
de sospecha tanto en lo que concierne a su procedencia como a su validez
objetiva. Al mismo tiempo, Kant aclara que, sin su presencia en el proceso de
conocimiento, no sería posible ni la necesidad ni la universalidad de nuestras
investigaciones científicas. Tomemos, por ejemplo, el concepto de causa.
Si uno quisiera eludir
estas fatigosas investigaciones diciendo que la experiencia ofrece ejemplos
incesantes de semejante regularidad de los fenómenos, ejemplos que bastan para
suscitar la abstracción del concepto de causa y, a la vez, confirmar la validez
objetiva de tal concepto, entonces no se advertiría que es absolutamente
imposible que surja así el concepto de causa. Este o bien debe fundarse
enteramente a priori en el entendimiento, o bien debe ser abandonado por
completo como pura fantasmagoría. En efecto, este concepto exige
inapelablemente que algo, A, sea de tal índole, que otra cosa, B, le siga
necesariamente y según una regla absolutamente universal. Los fenómenos
suministran casos de los que puede extraerse una regla según la cual algo
ocurre habitualmente, pero nunca una regla según la cual la secuencia tenga
carácter necesario. Por ello es igualmente inherente a la síntesis una
dignidad que no es posible expresar empíricamente y que consiste en que el
efecto no sólo se añade a la causa, sino que es puesto por ésta y se sigue de
ésta. La estricta universalidad de la regla no es tampoco una propiedad de
las reglas empíricas. Estas no pueden adquirir por inducción sino una
universalidad comparativa, es decir, una extensa aplicabilidad. Cambiaría,
pues, completamente el uso de los conceptos puros del entendimiento si los
tratáramos como simples productos empíricos (Kant, Crítica de la Razón Pura,
Analítica Trascendental, Analítica de los conceptos, Parágrafo 13:
A91/A92-B123/B124, el subrayado es nuestro).
La deducción trascendental de todos los conceptos a priori implica
que los conceptos no provienen de la experiencia pero que, al mismo tiempo,
deben ser reconocidos como condiciones a priori de la posibilidad de la
experiencia (sie als Bedingungen a priori der Möglichkeit der Erfahrungen erkannt
werden müssen). Y si bien estos conceptos son necesarios, puesto
que no se derivan de la experiencia, y suministran el fundamento objetivo de la
posibilidad de la experiencia, el desarrollo de los mismos en la experiencia en
la que se encuentran, no constituye una deducción, sino una ilustración. Esto
significa que los conceptos se derivan, necesariamente, de la naturaleza del
Entendimiento puro.
En consecuencia, si queremos saber cómo son posibles
conceptos puros a priori hay que analizar cuáles sean las condiciones a
priori de las que depende y en las que se basa la posibilidad de la
experiencia cuando hacemos abstracción de todos los elementos empíricos de los
fenómenos. Un concepto que expresara de modo universal y suficiente esta
condición formal y objetiva de la experiencia recibiría el nombre de concepto
puro del entendimiento (Kant, Crítica de la
Razón Pura, Analítica Trascendental, Analítica de los conceptos: A96).
Ahora bien, una vez que el Entendimiento se halla en posesión de los conceptos
puros, tiene la posibilidad de pensar objetos que pueden no ser dados a la
experiencia, ya que los conceptos son condiciones de una experiencia posible. Sin
embargo, si los conceptos puros del Entendimiento no se utilizan conforme a las
condiciones formales y materiales relativas a una experiencia posible y a su
objeto, nada podríamos pensar a través de ellos, pues se trata de “formas de
pensar” que adquieren “contenido” cuando se ponen en relación con una intuición
(sea empírica, sea pura).
A su vez, si el Entendimiento no contara con los conceptos puros como
condiciones a priori de la experiencia en general, tampoco sería posible
el conocimiento. Porque conocer es llevar a cabo un acto de “síntesis” con los
materiales suministrados por la Sensibilidad y por el Entendimiento. Este acto
intelectual denominado “síntesis” sólo es posible por las funciones del
Entendimiento, esto es, por los conceptos.
Con ello haremos
notar, a la vez, que no podemos representarnos nada ligado en el objeto, si
previamente no lo hemos ligado nosotros mismos, y que tal combinación es, entre
todas las representaciones, la única que no viene dada mediante objetos, sino
que, al ser un acto de la espontaneidad del sujeto, sólo puede ser realizada
por éste. Se advierte fácilmente que este acto ha de ser originariamente uno,
indistintamente válido para toda combinación y que la disolución, el análisis,
que parece ser su opuesto, siempre lo presupone. En efecto, nada puede disolver
el entendimiento allí donde nada ha combinado, ya que únicamente por medio del
mismo entendimiento ha podido darse a la facultad de representar algo que
aparezca ligado (Kant, Crítica de la Razón Pura, Analítica Trascendental,
Analítica de los conceptos, Parágrafo 15: B130).
El acto de síntesis implica reunir la diversidad en una unidad, por eso
decimos que el concepto cumple una función de reunión y de unificación. La facultad
de enlazar (de unificar y de juzgar) es justamente el Entendimiento. La segunda
parte de la Analítica trascendental se ocupará de los principios del
Entendimiento puro como formas a priori del juzgar en general.
La analítica de los
principios no será, pues, más que un canon del Juicio, un canon que le enseña a
aplicar a los fenómenos aquellos conceptos del entendimiento que contienen a
priori las condiciones relativas a las reglas. Por ello, al adoptar como
tema los principios del entendimiento propiamente dichos, utilizaré la
denominación de doctrina del juicio, con lo cual queda especificada la tarea
con mayor exactitud (Kant, CRP, Analítica trascendental, Libro Segundo,
Analítica de los principios: A132-B171).
Kant aclara que el juzgar consiste en “subsumir bajo reglas” un fenómeno
determinado. Y, aunque la lógica general no pueda imponer “normas” a la
facultad de juzgar, la lógica trascendental, por el contrario, tiene como labor
propia el corregir y asegurar el “buen uso” del Entendimiento puro. La
filosofía trascendental, como arte analítico y crítico, establecerá las normas
de uso del Entendimiento puro para evitar pasos en falso.
La filosofía
trascendental tiene la peculiaridad de poder señalar a priori, además de
la regla (o más bien, de la condición universal de las reglas) dada en el concepto
puro del entendimiento, el caso al que debemos aplicarla. El motivo de su
ventaja, en este sentido, respecto de todas las demás ciencias educativas (con
excepción de las matemáticas) reside precisamente en que trata de conceptos que
han de referirse a priori a sus objetos y cuya validez objetiva no
puede, por tanto, ser mostrada a posteriori. En efecto, ello
significaría olvidar su dignidad. La filosofía trascendental debe, más bien,
exponer, a la vez (utilizando características generales, pero suficientes), las
condiciones bajo las cuales pueden darse objetos concordantes con tales
conceptos. De lo contrario, éstos carecerían de todo contenido y,
consiguientemente, serían meras formas lógicas, no conceptos puros del
entendimiento (Kant, Crítica de la Razón Pura, Analítica trascendental,
Libro Segundo, Analítica de los principios: A135/A136-B175).
Ahora bien, si seguimos descomponiendo los elementos de nuestra facultad
cognoscitiva, descubriremos el uso lógico de la Razón (die Vernunft) como
facultad de inferir, partiendo de ciertas proposiciones, una conclusión.
Conceptos, juicios y razonamientos son los elementos en que podemos descomponer
nuestra capacidad racional, elementos que están en la base de la división de la
lógica general.
La lógica general está
construida sobre un plan que coincide exactamente con la división de las
facultades superiores de conocimiento. Tales facultades son: entendimiento,
juicio y razón. Precisamente de acuerdo con las funciones y el orden de las
facultades psíquicas comprendidas bajo el amplio nombre de entendimiento, la
lógica trata, pues, en su analítica, de conceptos, juicios e inferencias. Dado
que la mencionada lógica es meramente formal, hace abstracción de todo
contenido del conocimiento (sea puro o empírico) y se ocupa tan sólo de la
forma del pensar (o sea, del conocimiento discursivo). Por ello puede incluir
en su parte analítica el canon de la razón, cuya forma posee una norma segura,
una norma que puede ser conocida a priori con sólo analizar los diversos
elementos de los actos de la razón, sin tomar en cuenta la peculiar naturaleza
del conocimiento utilizado en ella (Kant, Crítica de la Razón Pura,
Analítica trascendental, Libro Segundo, Analítica de los principios:
A131-B169/B170).
Sin embargo, dice Kant, puesto que el uso trascendental de la Razón no
tiene validez objetiva, la Analítica trascendental, como Lógica de la verdad,
no puede ocuparse de los conocimientos suministrados por ella. Por ello, de la
Razón y de su función se va a ocupar la segunda parte de la Lógica
trascendental, denominada Dialéctica trascendental. Por el momento, no vamos a
entrar a la crítica realizada por Kant, sin embargo, podemos adelantar que,
para caracterizar su uso, es necesario distinguir entre “conceptos del
Entendimiento” e “Ideas de la Razón”.
Sea cual sea la
explicación sobre la posibilidad de los conceptos procedentes de la razón pura,
se trata de conceptos inferidos, no obtenidos por simple reflexión. Los conceptos
del entendimiento son también pensados a priori con anterioridad a la
experiencia y van destinados a ésta. Pero no contienen más que la unidad de la
reflexión sobre los fenómenos en el sentido de que éstos han de pertenecer
necesariamente a una posible conciencia empírica. Sólo mediante estos conceptos
es posible conocer y determinar un objeto. Ellos son, pues, los que dan
previamente materia a la inferencia. Antes de ellos no hay conceptos a
priori de objetos, conceptos de los que ellos pudieran derivarse. Al
contrario, su realidad objetiva se basa exclusivamente en que, dado que
constituyen la forma intelectual de toda experiencia, siempre ha de ser posible
mostrar su aplicación en ésta. Sin embargo, -la denominación «concepto de
razón» muestra ya de antemano que éste no permite que se lo confine a la
experiencia, pues se refiere a un conocimiento del que todo conocimiento
empírico es sólo una parte (quizá la totalidad de la experiencia posible o de
su síntesis empírica); aunque ninguna experiencia real llegue plenamente a tal
conocimiento, siempre pertenece a él. Los conceptos de la razón sirven para concebir,
al igual que los del entendimiento sirven para entender (las percepciones). Si tales
conceptos contienen lo incondicionado, se refieren a algo bajo lo cual está
comprendida toda experiencia, pero sin ser nunca un objeto de experiencia, algo
hacia lo cual se dirige la razón en sus inferencias a partir de la experiencia
y a la luz de lo cual evalúa y mide el grado de su uso empírico, pero sin que
ello constituya jamás un miembro de la síntesis empírica. Si esos conceptos
poseen, no obstante, validez objetiva, podemos llamarlos conceptus ratiocinati
(conceptos correctamente inferidos). En caso contrario, se han deslizado
gracias a una inferencia ficticia, y podemos llamarlos conceptus ratiocinantes
(conceptos sofísticos), Pero, dado que este problema sólo puede ser resuelto en
el capítulo sobre las inferencias dialécticas de la razón pura, no lo tendremos
en cuenta ahora. De momento, tal como hicimos al denominar categorías a los
conceptos puros del entendimiento, daremos a los conceptos de la razón pura un
nuevo nombre y los llamaremos ideas trascendentales, denominación que vamos
ahora a explicar y justificar (Kant, Crítica de la Razón Pura, Lógica
Trascendental, Segunda Parte, Dialéctica Trascendental: A310/311-B367/B368, el
subrayado es nuestro).
Como vemos, la Razón es la facultad de inferir conceptos que no se
refieren directamente a objetos y, en esa operación, ir más allá de la
experiencia posible. Pero, con esa acción puede incurrir en errores lógicos o
en errores de índole trascendental, esto es, referidos a la manera que tenemos
de conocer a los objetos de una experiencia posible. Pero ese será el tema
específico de la Dialéctica trascendental, de la que no nos vamos a ocupar por
el momento.
1.7 La especificidad de la Estética trascendental y de la Lógica trascendental como disciplinas
¿Cuál es el campo trascendental en que se inscribe la Crítica de la Razón Pura?
La
noción de “trascendental” es una noción de base en la Crítica de la Razón
Pura. Sin embargo, el término es utilizado por Kant de una manera confusa y
a veces contradictoria (Verneaux, 1952). Filosofía trascendental, sujeto
trascendental, estética trascendental, lógica trascendental, esquema
trascendental, son algunas de las expresiones utilizadas a lo largo de la obra.
Para comenzar a comprenderla, nosotros vamos a tomar un pasaje de la Introducción
a la 2da. Edición de la CRP:
Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa, no
tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal
modo ha de ser posible a priori. Un sistema de
semejantes conceptos se llamaría filosofía transcendental (Kant, CRP,
Introducción: A11/A12-B25)
[Ich nenne alle Erkenntnis
transzendental, die sich nicht so wohl mit Gegenständen, sondern mit unserer
Erkenntnisart von Gegenständen, sofern diese a priori möglich sein soll,
überhaupt beschäftigt. Ein System solcher Begriffe würde Transzendental-Philosophie
heißen]
Para
nosotros, esta primera aproximación al término “trascendental” nos suministrará
la clave de lectura que nos permitirá avanzar en el camino trazado por la
Crítica. En primer lugar, a partir de allí es posible distinguir entre las
disciplinas (conocimientos, Erkenntnis) que se ocupan de los objetos y
la Filosofía trascendental, que no se ocupa de los objetos, sino de
“nuestro modo de conocer/los… en general”. Y Kant agrega: “en cuanto esto es
posible a priori”. En este punto, el campo de lo trascendental se aleja
de la experiencia y se acerca al dominio de lo a priori.
Sin
embargo, no debe confundirse el campo trascendental con todos nuestros
conocimientos a priori, sino con aquellos que se presentan como “condiciones
de posibilidad” de conocer a los objetos. En este sentido, no podemos
llamar a este tipo de conocimiento (diferente de las ciencias y de la
Metafísica, como hemos podido observar) una “doctrina”, sino que lo
denominaremos simplemente “crítica trascendental” ya que pretende mostrar el
valor de todo conocimiento a priori. Kant nos advierte que no se trata
de ampliar el campo de nuestros conocimientos haciendo referencia a todos los
conocimientos a priori o independientes de la experiencia y agrega una
distinción muy interesante entre “organon” y “canon”:
Semejante crítica es, pues, en lo posible, preparación
para un organon y, en caso de no llegarse a él, al menos para un canon
de la misma según el cual podría acaso exponerse un día, tanto analítica como
sintéticamente, todo el sistema de filosofía de la razón pura, consista éste en
ampliar su conocimiento o simplemente en limitarlo (Kant, CRP, Introducción:
A12-B26).
La filosofía
trascendental se presenta entonces, si no puede constituirse en “organon” (en
herramienta para la construcción del sistema de la razón pura) al menos como un
“canon” (un conjunto de normas, preceptos o principios) que permitirá
establecer los alcances y los límites de los conocimientos a priori. Y
esto es así, dice Kant, porque no se ocupa de “la naturaleza de las cosas”,
sino del entendimiento, de sus alcances y limitaciones como facultad de
conocimiento.
En este punto,
Kant propone a la Filosofía trascendental como “la idea de una ciencia cuyo
plan tiene que ser enteramente esbozado por la crítica de la razón pura de modo
arquitectónico, es decir, a partir de principios, -garantizando plenamente la
completud y la certeza de todas las partes que componen este edificio” (Kant,
CRP, Introducción: A13-B26). Nótese que Kant habla de la “idea de una ciencia”
que está esbozada en la Crítica de la Razón Pura, pero que no se identifica con
ella, puesto que esta última solo se ocupará de los principios del conocimiento
sintético a priori.
Veamos entonces
cuáles serían las partes que, por el momento, podemos distinguir en esta
“ciencia” que vamos a exponer (la Crítica de la razón pura), teniendo en cuenta
que hará referencia no a objetos determinados, sino al “modo de conocer”(los)
tal como es posible para nosotros, los seres humanos. Para ello, tendremos que
empezar por esbozar cómo se produce/construye el conocimiento. En este punto, veamos
qué nos adelanta Kant al respecto en la Introducción a la Estética
Trascendental.
Como introducción o nota preliminar, sólo parece necesario
indicar que existen dos troncos del conocimiento humano, los cuales proceden
acaso de una raíz común, pero desconocida para nosotros: la sensibilidad y el
entendimiento. A través de la primera se nos dan los objetos. A través de la
segunda los pensamos. Así, pues, en la medida en que la sensibilidad contenga
representaciones a priori que constituyan la condición bajo la que se
nos dan los objetos, pertenecerá a la filosofía trascendental. La doctrina
trascendental de los sentidos corresponderá a la primera parte de la ciencia de
los elementos, ya que las únicas condiciones en las que se nos dan los objetos
del conocimiento humano preceden a las condiciones bajo las cuales son pensados
(Kant, CRP, Introducción: A15/A16-B29/B30).
El campo
trascendental quedó delineado entonces como aquel en que se encuentran las
“condiciones” que posibilitan (a priori) el conocimiento de los objetos
y no como un campo de objetos determinados. En ese sentido, lo trascendental
consiste en la forma que tenemos de conocer en general a los objetos, y no en
un conocimiento de objetos dados a priori. Aquí, es necesario referirse
a lo que Kant nos había anticipado: debemos revertir la relación entre los
objetos y los conceptos, revolucionar nuestro modo de pensar para poder avanzar
con paso firme por el terreno del conocimiento válido.
Tenemos que aceptar
como punto de partida que el conocimiento humano está doblemente determinado, esto
significa que en el proceso de conocer actúan elementos de distinta índole que
se derivan de las dos facultades intervinientes, la Sensibilidad y el
Entendimiento. Por lo tanto, será necesario llevar adelante una analítica de
los elementos provistos a priori por esas dos facultades para reconocer
los límites de la validez de su uso. Cuando Kant asume la tarea de descomponer
el objeto de la experiencia científica en sus elementos constitutivos, divide a
la Crítica de la Razón Pura en dos partes: la doctrina de la intuición,
que es la Estética y la doctrina del pensar, del juzgar, que es la Lógica.
Puesto que
nuestra capacidad receptiva no es meramente pasiva en el acto de conocer, sino
que “ordenamos” la multiplicidad dada a la intuición empírica bajo ciertas
“condiciones” que son a priori, Kant considera que deberá existir una
ciencia que se ocupe de “la forma” que tenemos (el modo) de conocer a los
objetos partiendo de la intuición. En cuanto esta doctrina no se ocupa de los
objetos, sino de la manera que tenemos de conocerlos a priori, se
llamará Estética Trascendental:
La ciencia de todos los principios de la sensibilidad a
priori la llamo estética trascendental. Tiene que existir, pues, esa
ciencia, y ella constituye la primera parte de la doctrina trascendental de los
elementos, en oposición a aquella otra ciencia que contiene los principios del
pensar puro y que se llama lógica trascendental.
Así, pues, en la estética trascendental aislaremos primeramente
la sensibilidad, separando todo lo que en ella piensa el entendimiento mediante
sus conceptos, a fin de que no quede más que la intuición empírica. En segundo
lugar, apartaremos todavía de esta última todo lo perteneciente a la sensación,
a fin de quedarnos sólo con la intuición pura y con la mera forma de los
fenómenos, únicos elementos que puede suministrar la sensibilidad a priori.
En el curso de esta investigación veremos que hay dos formas puras de la
intuición sensible como principios del conocimiento a priori, es decir,
espacio y tiempo. Nos ocuparemos ahora de examinar esas formas (Kant, CRP,
I. Doctrina trascendental de los elementos. Primera Parte. Estética
Trascendental, Parágrafo 1: A21/A22-B35/B36).
Entonces, mientras
la Estética trascendental muestra las condiciones de aparición de los objetos
en la intuición, la Lógica trascendental se ocupará de las condiciones a
priori de pensar un objeto en general. Para caracterizar esta Segunda
Parte de la Doctrina general de los elementos (que componen nuestras
representaciones científicas), Kant va a distinguir entre Lógica general y
Lógica trascendental.
La lógica, por su parte, sólo puede ser considerada
desde una doble perspectiva: como lógica de lo general o como lógica del
peculiar uso del entendimiento. La primera incluye las reglas absolutamente
necesarias del pensar, aquéllas sin las cuales no es posible uso alguno del
entendimiento. Se refiere, pues, a éste sin tener en cuenta la diferencia de
los objetos a los que pueda dirigirse. La lógica del uso peculiar del
entendimiento comprende las reglas para pensar correctamente sobre cierta clase
de objetos. La primera podemos llamarla lógica de los elementos. La última
podemos denominarla el organon de tal o cual ciencia. La última suele
estudiarse en las escuelas como propedéutica de las ciencias, a pesar de ser
algo que la razón, de acuerdo con su proceder, alcanza en último lugar, cuando
dicha ciencia particular ya está acabada hace tiempo y no necesita para su
corrección y perfección más que un repaso final. En efecto, hay que poseer ya
un notable conocimiento de los objetos cuando se quieren señalar las reglas
sobre el modo de constituirse una ciencia de los mismos (Kant, CRP, Segunda
Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica
trascendental: A52-B76/B77).
Sin embargo, no
basta con tener en cuenta las “reglas generales del pensar” para no incurrir en
errores o contradicciones en lo que respecta a nuestros procesos de
conocimiento. La lógica general pura se ocupa de la forma del pensamiento en
general (la forma correcta del deducir y del juzgar), por lo tanto, “sólo tiene
que ver con principios a priori y es un canon del entendimiento y de la
razón, aunque sólo en relación con el aspecto formal de su uso, sea cual sea el
contenido (empírico o trascendental)” (Idem: A53/B77). Ahora bien,
puesto que podemos reconocer la existencia de conceptos empíricos y de
conceptos a priori (que no se derivan de ninguna experiencia), será
necesaria una ciencia que se ocupe del origen, la amplitud y la validez de esos
conocimientos a priori. De ese modo, será la Lógica trascendental la
encargada de ocuparse de las formas que tenemos de referirnos a priori a
los objetos.
Con la esperanza, pues, de que haya tal vez conceptos
que se refieran a priori a objetos, no en cuanto intuiciones puras o
sensibles, sino simplemente en cuanto actos del entendimiento puro —actos que
son, por tanto, conceptos, pero de origen no empírico ni estético—, nos hacemos
de antemano la idea de una ciencia del conocimiento puro intelectual y
racional, un conocimiento a través del cual pensamos los objetos plenamente a
priori. Semejante ciencia, que determinaría el origen, la amplitud y la
validez objetiva de esos conocimientos, tendría que llamarse lógica
trascendental, ya que sólo se ocupa de las leyes del entendimiento y de la
razón, si bien únicamente en la medida en que tales leyes se refieren a objetos
a priori, a diferencia de lo que hace la lógica general, que se refiere
indistintamente a conocimientos racionales, tanto empíricos como puros mismos
(Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea
de una lógica trascendental: A57-B81/B82).
A su vez, la
Lógica trascendental, como la Lógica general, puede dividirse en Analítica y
Dialéctica. La Analítica es aquella en que se descompone toda la labor formal del
Entendimiento y de la Razón en sus elementos (conceptos, juicios y
razonamientos) y los investiga como “formas” del pensar en general. En la
Lógica Trascendental, del mismo modo que en la Estética trascendental, aislamos
los elementos de nuestro conocimiento que provienen exclusivamente del
Entendimiento y empleamos la siguiente regla: los conocimientos a priori
que provienen del Entendimiento solo pueden utilizarse bajo la condición de que
se apliquen a objetos que han sido efectivamente intuidos, pues sin intuiciones
nuestros conceptos carecen de objetos y se encuentran completamente vacíos.
… La parte de la lógica
trascendental que trata de los elementos del conocimiento puro del
entendimiento y de los principios sin los cuales ningún objeto puede ser
pensado es, pues, la analítica trascendental y constituye, a la vez, una lógica
de la verdad. Pues ningún conocimiento puede estar en contradicción con ella
sin perder, al mismo tiempo, todo contenido, esto es, toda relación con algún
objeto y, consiguientemente, toda verdad. Sin embargo, resulta muy atractivo y
tentador el servirse de esos conocimientos puros del entendimiento y de esos
principios por sí solos, e incluso el utilizarlos más allá de los límites de la
experiencia, que es, no obstante, la única que puede suministrarnos la materia
(objetos) a la que pueden aplicarse dichos conceptos puros del entendimiento.
Por ello corre peligro éste último de efectuar, a base de vacías sutilezas, un
uso material de los principios meramente formales del entendimiento puro y de
formular juicios indiscriminadamente sobre objetos que no nos son dados, e
incluso sobre objetos que quizá no se nos pueden dar de ningún modo. Teniendo,
pues, en cuenta que esa analítica no debería ser, en realidad, sino un canon destinado
a enjuiciar el uso empírico, se hace de ella un empleo abusivo cuando la
hacemos valer como organon de uso universal e ilimitado, cuando nos
aventuramos a juzgar sintéticamente, a afirmar y decidir, con el simple
entendimiento puro, sobre objetos en general. En este caso, sería, pues,
dialéctico el uso del entendimiento puro. Consiguientemente, la segunda parte
de la lógica trascendental tiene que ser una crítica de esa apariencia
dialéctica. Esta parte se llama dialéctica trascendental, no como arte de
producir dogmáticamente semejante apariencia (un arte que, desgraciadamente, es
muy corriente en no pocas fantasmagorías metafísicas), sino como una crítica
del entendimiento y de la razón con respecto a su uso hiperfísico. Esta crítica
tiene como finalidad descubrir la falsa apariencia de las infundadas
pretensiones del entendimiento y reducir su ambición de inventar y de ampliar, que
cree lograr mediante meros principios trascendentales, a mera evaluación y
protección del Entendimiento puro frente a los artificios sofísticos” (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental
de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A63/A64-B88).
Sin embargo, la
mera forma lógica del conocimiento no es suficiente para dar cuenta de la
verdad objetiva de los conocimientos. Por ello, es muy tentador confiar
exclusivamente en las reglas de la lógica general cuando, en lugar de ser
utilizadas simplemente como canon, se las utiliza como organon para la
producción de nuevos conocimientos. Sin embargo, esto es, según Kant, un abuso.
Este uso de la razón recibe el nombre de Dialéctica.
Por muy diferente que haya sido la
acepción en que los antiguos tomaron la ciencia o el arte de la dialéctica, se
puede colegir, partiendo de la forma en que efectivamente la empleaban, que no
significaba para ellos sino la lógica de la apariencia. Se trataba de un
arte sofístico para dar apariencia de verdad a la ignorancia y a sus ficciones
intencionadas, de modo que se imitaba el método del rigor que prescribe la
lógica en general y se utilizaba su tópica para encubrir cualquier pretensión
vacía. Se puede, pues, anotar, como advertencia segura y útil, que la lógica
general, considerada como organon, es siempre una lógica de la
apariencia, esto es, una lógica dialéctica. La lógica no nos suministra
información alguna sobre el contenido del conocimiento, sino sólo sobre las
condiciones formales de su conformidad con el entendimiento, condiciones que
son completamente indiferentes respecto de los objetos. Por tal motivo, la
pretensión de servirse de ella como de un instrumento (organon)
encaminado a extender o ampliar, al menos ficticiamente, los conocimientos,
desemboca en una pura charlatanería, en afirmar, con cierta plausibilidad,
cuanto a uno se le antoja, o en negarlo a capricho. Semejante enseñanza está en
absoluto desacuerdo con la dignidad de la filosofía. Por ello se ha preferido
asignar a la lógica el nombre de dialéctica, en cuanto crítica de la
apariencia dialéctica, y éste es el sentido en que queremos que se entienda
también aquí (Kant, CRP, Segunda Parte de la
doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental:
A61-B85/B86).
Kant
no deja de insistir en que el Entendimiento no puede hacer un uso de las
categorías y de los principios puros fuera de los límites de una experiencia
posible (CRP, B 298). La Crítica de la Razón Pura, intentando desmontar
los mecanismos mediante los cuales la Razón puede inducirnos a error, va a
mostrar las reglas según las cuales es posible distinguir entre el conocimiento
“legítimo” al cual puede acceder el Entendimiento y el conocimiento “ilusorio”
al cual puede conducirnos el uso abusivo de nuestra facultad de pensar.
Desde el punto de vista del conocimiento, pensar “significativamente” es
el acto que consiste en relacionar un concepto con una intuición “dada”.
Nuestra naturaleza, dice Kant, está hecha de tal manera que la intuición no
puede ser más que “sensible” y no contiene más que el modo en que los objetos
nos afectan y que el Entendimiento es la facultad que nos permite pensar los
objetos de una intuición sensible. De este modo, ya no es posible pensar la
verdad de nuestras representaciones como mera “adecuación” del Entendimiento
con su objeto, sino mediante una elucidación de las condiciones materiales del
uso legítimo de la facultad de pensar. El trayecto que nos muestra la Crítica
de la Razón Pura es justamente el análisis de nuestras representaciones, la
descomposición de los elementos que configuran el objeto de legítimo
conocimiento. Si quebramos los cánones establecidos por la crítica, corremos el
riesgo de perder la certeza de la verdad de nuestras representaciones. Una vez
que hemos descifrado las inclinaciones de la razón, cuando transgredimos los
límites establecidos, nos perdemos en el amplio territorio de sus “vacías
sutilezas”, errores e “ilusiones”.
1 feb 2023
Mi lectura de la Crítica de la Razón Pura
por Liliana Ponce
13. La Dialéctica trascendental. De la crítica de las Ideas trascendentales.
14. La Dialéctica trascendental. Del Alma, del Mundo y de Dios.
15. La Metodología trascendental.
1.6. Intuición y concepto: las dos formas de la representación
Con estas aclaraciones, Kant subraya la idea de que “para nosotros los humanos” el conocimiento es un representar que se refiere a objetos que deben sernos dados a la intuición. Este modo de representar (propio de nosotros, los hombres) no es un mero “pensar objetos mediante conceptos”, ya que en este caso (cuando los objetos nos son dados, o se hacen presentes ante el sujeto del conocimiento) el modo del representar es la intuición. Por lo tanto, con la intuición sola no alcanza para producir el objeto del conocimiento; pero tampoco alcanza con el mero pensamiento. De este modo: “El conocimiento humano es una particular unidad de intuición y pensamiento. Kant señala esta determinación de la esencia del conocimiento humano a lo largo de toda su obra” (Heidegger, 2009: 174).
El intuir es una forma de representar inmediata a
través de la cual se hace presente en cada caso particular un objeto. El
pensar, por su parte, es un representar mediato que no se refiere a algo
particular (como sería el objeto de una intuición), sino a algo general. Esto
general es el concepto. Pensar es entonces representar(se) algo en general
mediante conceptos.
Tenemos que aclarar que, en sentido estricto, un
objeto no es ni “lo dado” a la sensibilidad (una sensación), pero tampoco es lo
simplemente percibido (en el espacio y/o en el tiempo). Un objeto se constituye
cuando lo dado es pensado bajo conceptos, esto es, bajo una “regla general”.
Para que haya conocimiento, es necesario que los elementos que lo conforman
sean unidos (enlazados) de determinado modo. Aquello que posibilita la unión
(el enlace) de los elementos de la representación es el “yo pienso”. Más
adelante volveremos sobre esto.
Por lo tanto, “lo intuido” por sí mismo no constituye
una “experiencia”, un objeto de experiencia como pretendían los empiristas, que
partían de las sensaciones o de las impresiones para constituir las “ideas de
las cosas” (dadas). Pero tampoco constituye un “objeto de conocimiento” aquello
que es pensado conceptualmente de un modo general, como pretendían los
dogmáticos racionalistas que confiaban en la consistencia de los enunciados
para justificar sus apreciaciones respecto de objetos suprasensibles. Entonces,
como señala Heidegger, cuando Kant subraya que el objeto es dado mediante la
intuición y que es pensado mediante conceptos, puede generarse el malentendido
de que ya hay “objeto” (en la intuición o en el concepto) antes de la
composición:
Mas bien el objeto (Gegenstand)
solo está (steht) cuando lo intuitivo es pensado conceptualmente, y el
objeto solo está enfrente (entgegen) cuando el concepto determina lo
dado intuitivamente como tal (Heidegger, 2009: 180).
Según Kant, intuición y concepto son dos modos
diferentes del representar que se producen por la acción de dos facultades
también diferentes: la Sensibilidad y el Entendimiento. Así, el carácter del
intuir es el de recibir; mientras que el pensar es el determinar y el fijar.
Por eso Kant dice que el pensar tiene que ver con la espontaneidad de los
conceptos del Entendimiento y el intuir está ligado a la capacidad receptiva de
la Sensibilidad. El pensamiento es espontáneo porque saca de sí (extrae) los
parámetros (las formas) de la determinación. A su vez, el intuir humano no
puede crear aquello que intuye. Eso significa que el objeto de la intuición
debe sernos “dado”. El “darse” de los objetos a la Sensibilidad es un
mostrarse, un hacerse presente. Aun así, no se intuye al objeto “tal como es”,
puesto que la intuición se realiza “bajo ciertas condiciones” (las formas a
priori de la Sensibilidad, esto es, el espacio y el tiempo). La diferencia
entre “intuir” y “pensar” consiste en que:
…el intuir humano precisa
que le sea dado lo intuible, lo que le sea dado ha de mostrarse, debe poder
hacerse patente. Esto sucede mediante los órganos sensoriales. Por medio de
ellos, como dice Kant, nuestros sentidos -ver, oír, etc- son “tocados”; se les
hace algo, son aludidos. Lo que así nos atañe y el modo en que acaece este
atañer de lo que atañe es la sensación como afección. En el pensamiento, en el
concepto, por el contrario, lo representado es lo que nosotros configuramos y
disponemos según su forma; “según su forma” mienta aquí el cómo en el que lo
pensado, lo representado conceptualmente, es representado, es decir, en el cómo
de lo general. Por el contrario, el qué, por ejemplo “lo arbóreo” debe ser dado
según su contenido… (Heidegger, 2009: 182).
Intuición y Concepto, Sensibilidad y Entendimiento,
Receptividad y Espontaneidad, son los pares de conceptos utilizados por Kant
para dar cuenta de los elementos esenciales del conocimiento. Así, Kant
considera que “lo dado” a la intuición es siempre una “multiplicidad
indeterminada”, que deberá ser “ordenada” en primer lugar, bajo las formas a
priori de la intuición y “unida” bajo las formas a priori de los
conceptos. A su vez, la designación del espacio y el tiempo como “formas a
priori” de la Sensibilidad y, al mismo tiempo, como “intuiciones puras”,
encierra una gran oscuridad que no podrá ser iluminada desde el suelo kantiano
(Heidegger, 2004:222).
Que el espacio y el tiempo sean las formas a
priori de la Sensibilidad (las condiciones de posibilidad de la intuición
humana), significa que los objetos/fenómenos/sensaciones se dan “en el espacio”
y/o “en el tiempo”, esto es, bajo un cierto “orden” (espacial y/o temporal).
De este modo, los objetos del sentido externo se
intuyen en el espacio, pero el espacio no es “una cosa” (una especie de
receptáculo) en el cual aparecen los objetos, sino un eje de coordenadas en el
cual ubicamos a los fenómenos dados tomando como punto de referencia la
posición del sujeto.
b) El espacio no es más que
la forma de todos los fenómenos de los sentidos externos, es decir, la condición subjetiva de la
sensibilidad. Sólo bajo esta condición nos es posible la intuición externa.
Ahora bien, dado que la receptividad del sujeto, cualidad consistente en poder
ser afectado por los objetos, precede necesariamente a toda intuición de esos objetos, es posible entender cómo la
forma de todos los fenómenos puede darse en el psiquismo con anterioridad a
toda percepción real, es decir, a priori, y cómo puede ella, en cuanto
intuición pura en la que tienen que ser determinados todos los objetos,
contener, previamente a toda experiencia, principios que regulen las relaciones
de esos objetos (Kant, CRP, Sección 1era. De la Estética Trascendental:
A26-B42, el subrayado es nuestro).
Y los objetos en general (tanto los objetos del
sentido externo como del sentido interno) se dan “en el tiempo”, esto es, se
inscriben bajo cierto orden temporal en relación con el sujeto frente al cual
se hacen presentes.
c) El tiempo es la
condición formal a priori de todos los fenómenos. El espacio, en cuanto
forma pura de toda intuición externa, se refiere sólo, como condición a priori,
a los fenómenos externos. Por el contrario, toda representación, tenga o no por
objeto cosas externas, corresponde en sí misma, como determinación del
psiquismo, al estado interno. Ahora bien, éste se halla bajo la condición
formal de la intuición interna y, consiguientemente, pertenece al tiempo. En
consecuencia, el tiempo constituye una condición a priori de todos los
fenómenos en general, a saber, la condición inmediata de los internos (de
nuestras almas) y, por ello mismo, también la condición mediata de los
externos. Si puedo afirmar a priori que todos los fenómenos externos se hallan
en el espacio y están determinados a priori según las relaciones espaciales,
puedo igualmente afirmar en sentido completamente universal, partiendo del
principio del sentido interno, que absolutamente todos los fenómenos, es decir,
todos los objetos de los sentidos, se hallan en el tiempo y poseen
necesariamente relaciones temporales (Kant, CRP, Sección 1era. De la Estética
Trascendental: A34-B50/B51, el subrayado es nuestro).
En la teoría kantiana del conocimiento, el espacio y
el tiempo son interpretados como “formas de la intuición” (como “condiciones
formales” del darse de los objetos a la intuición), como “condiciones de
posibilidad” de intuir un objeto dado a la Sensibilidad. En este sentido, Kant
los considera como la “forma” del fenómeno entendido como “el objeto
indeterminado de una intuición empírica”. Esto quiere decir que los objetos de
la intuición no están “determinados”, pero sí están “ordenados”.
Si se trata de objetos del sentido externo, pueden
darse aquí o allá, en un cierto orden de coexistencia; y también pueden darse
aquí y ahora, o en un cierto orden de sucesión. Si se trata de los objetos del
sentido interno, estos solo se dan “en el tiempo” y, en todos los casos,
siempre están referidos a mí (como sujeto del conocimiento). Así, el espacio y
el tiempo deben ser pensados como condiciones subjetivas del “darse” de los
objetos. Sin embargo, en la medida en que espacio y tiempo son intuiciones
puras y a priori, ellas mismas son universales y necesarias, y no
dependen de cada uno de nosotros como sujetos empíricos, sino de la
subjetividad trascendental. Más adelante nos referiremos a ella.
Kant recurre finalmente a la matemática pura para
justificar el carácter de intuiciones puras del espacio y el tiempo y les
atribuye “realidad empírica” e “idealidad trascendental”, en la medida en que
sólo existen como “condiciones” del darse de los objetos en la intuición. Espacio
y tiempo no son, entonces, objetos ideales o cosas en sí mismas, sino formas de
la intuición, formas que nos permiten representarnos “lo dado” a la intuición
empírica.
Ahora bien, tiempo y espacio
son las intuiciones que establece la matemática pura como base de todos los
conocimientos y juicios, los cuales se presentan igualmente como apodícticos y
necesarios, pues la matemática debe presentar todos sus conceptos, primero, en
la intuición, y la matemática pura en la intuición pura; esto es, construirlos,
sin lo cual (porque no puede proceder analíticamente, es decir, por
descomposición de los conceptos, sino sólo sintéticamente) le es imposible dar
un paso en tanto que le falta la intuición pura, en la cual solamente puede
estar dada la materia de los juicios sintéticos a priori. La geometría toma por
base la intuición pura del espacio. La aritmética misma hace efectivo su
concepto de número por la adición sucesiva de la unidad en el tiempo; pero,
particularmente, la mecánica pura puede hacer efectivo su concepto de
movimiento sólo por medio de la representación de tiempo. Pero ambas representaciones
son meramente intuiciones; pues si se prescinde de la intuición empírica del
cuerpo y de su cambio (movimiento), de todo lo empírico, esto es, lo que
pertenece a la sensibilidad, subsisten todavía tiempo y espacio, que son, pues,
intuiciones puras que existen a priori en el fondo de aquélla, y por
esto ellas mismas no pueden ser omitidas, pero que, precisamente por ser puras
intuiciones a priori, prueban que son meras formas de nuestra
sensibilidad, que deben preceder a toda intuición empírica, esto es, a la
observación de los objetos reales, y según los cuales, los objetos, pueden ser
reconocidos a priori, pero, sin duda, solamente tal como nos aparecen (Kant,
Prolegómenos: Parágrafo 10).
A
diferencia de las intuiciones, que se refieren inmediatamente a su objeto, los
conceptos son representaciones mediatas de los objetos dados a la intuición. A
diferencia de Locke y de Hume, Kant considera que los conceptos provienen del
Entendimiento, pero que no encuentran su “origen” (o base) en una intuición
(sensación o impresión) empírica. Locke encontró conceptos puros del
Entendimiento, pero derivó de la experiencia esos conceptos, aun cuando los
mismos sobrepasan ampliamente los límites de la experiencia. Hume reconoció que
los conceptos a priori eran indispensables para ir más allá de la
experiencia y poder conectar dos fenómenos de manera universal y necesaria. Sin
embargo, los consideró meras “ficciones de la imaginación”.
… La derivación empírica ideada por ambos autores no
es compatible con la realidad de los conocimientos científicos a priori que
poseemos, a saber, la matemática pura y la ciencia general de la naturaleza, lo
cual refuta tal derivación. El primero de esos dos hombres famosos abrió las
puertas a la exaltación ya que, una vez autorizada, la razón no permite que se
la tenga a raya con vagas recomendaciones de moderación. El segundo, pensando
haber descubierto que lo que había sido universalmente considerado como razón
era sólo un espejismo de nuestra facultad cognoscitiva, se entregó por entero
al escepticismo. Vamos a probar ahora si es posible hacer que la razón humana
pase felizmente entre esas dos rocas, si es posible señalarle unos límites,
dejando abierto, no obstante, todo el campo de actividad que corresponde a su
fin (Kant, CRP, Segunda Parte, Sección Segunda, Parágrafo 14. Paso a la deducción
trascendental de las categorías: A94).
Puesto que estos conceptos son a priori, esto es independientes de la experiencia y, sin embargo, se utilizan para configurar un “objeto de experiencia” (ein Gegenstand der Erfahrung) habrá que preguntarse acerca de su validez objetiva, su sentido y su significación. Esta será justamente la tarea que Kant emprenderá en toda la Lógica Trascendental. Veamos entonces la división de la obra en el próximo apartado.
1.5 El papel de la sensibilidad y el entendimiento en la constitución del objeto de la experiencia científica
¿Por qué hablamos del “objeto en la experiencia” y no del “objeto de la
experiencia”?
Como
hemos visto, Kant había anticipado, en primer lugar, que era necesario invertir
la relación entre los conceptos y los objetos y, en segundo lugar, que todo
conocimiento comienza con la experiencia pero que no todo conocimiento procede
de ella. A partir de estas dos primeras afirmaciones podemos concluir que Kant
considera indispensable la “donación” de los objetos a conocer y la
“configuración” de los mismos mediante conceptos que no se derivan de ellos.
Tanto en la Introducción a la Estética trascendental como en la
Introducción a la Lógica Trascendental Kant aclara esta perspectiva:
Sean cuales sean el modo o los medios con que un
conocimiento se refiera a los objetos, la intuición es el modo por medio del
cual el conocimiento se refiere inmediatamente a dichos objetos y es aquello a
que apunta todo pensamiento en cuanto medio. Tal intuición únicamente tiene
lugar en la medida en que el objeto nos es dado. Pero éste, por su parte, sólo
nos puede ser dado [al menos a nosotros, los humanos] si afecta de alguna
manera a nuestro psiquismo. La capacidad (receptividad) de recibir
representaciones, al ser afectados por los objetos, se llama sensibilidad.
Los objetos nos vienen, pues, dados mediante la sensibilidad y ella es la única
que nos suministra intuiciones. Por medio del entendimiento, los objetos
son, en cambio, pensados y de él proceden los conceptos. Pero, en definitiva,
todo pensar tiene que hacer referencia, directa o indirectamente [mediante
ciertas características], a intuiciones y, por consiguiente (entre los
humanos), a la sensibilidad, ya que ningún objeto se nos puede dar de otra
forma (Kant, CRP, Primera Parte, Estética Trascendental, Parágrafo 1: A19-B33).
Luego
de estas aclaraciones, Kant da una serie de definiciones que más adelante vamos
a retomar. Veamos entonces lo que dice respecto al conocimiento en la
Introducción a la Lógica trascendental:
Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del
psiquismo: la primera es la facultad de recibir representaciones (receptividad
de las impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de
tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la primera
se nos da un objeto; a través de la segunda, lo pensamos en relación con la
representación (como simple determinación del psiquismo). La intuición y los
conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento,
de modo que ni los conceptos pueden suministrar conocimiento prescindiendo de
una intuición que les corresponda de alguna forma, ni tampoco puede hacerlo la
intuición sin conceptos… (Kant, CRP, Segunda Parte, Lógica Trascendental, I:
A50-B74, el subrayado es nuestro).
Como
podemos observar, Kant no habla de formas diferenciadas de representaciones
(sensaciones, ideas, impresiones) en el origen de nuestro conocimiento, sino de
facultades, de nuestras facultades cognoscitivas y distingue, en primer lugar,
entre la Sensibilidad (nuestra capacidad de recibir representaciones) y el
Entendimiento (nuestra capacidad de pensar los objetos de nuestras intuiciones
sensibles). Con ello, remite a nuestra facultad de conocer y a los elementos
que podemos encontrar tras el análisis (esto es, la descomposición) de los
objetos de la representación científica.
Kant
considera que la diferencia entre los elementos (las representaciones que
provienen de la Sensibilidad y las representaciones que provienen del
Entendimiento) es trascendental, esto es, que se refiere al modo, la
manera, en que tenemos de representarnos a los objetos[1]. En este sentido, la
Sensibilidad y el Entendimiento suministran dos formas distintas de la
representación de un objeto. Por medio
de la sensibilidad, nos representamos a los objetos en la intuición (que puede
ser pura o empírica). Por medio del Entendimiento nos representamos a los
objetos mediante conceptos. Sobre esta base, Kant lleva a cabo la descripción
analítica del proceso de conocimiento.
En
el Parágrafo 1 de la Estética trascendental, Kant da una serie de
definiciones que requieren ser investigadas. La Sensibilidad (Sinnlichkeit)
es
la capacidad de ser afectados por las cosas. El efecto que produce la afección
sobre nuestra Sensibilidad se llama sensación. La representación del
objeto que obtenemos a partir de esa afección se llama intuición. La
intuición es la manera que tenemos de referirnos inmediatamente a un objeto. La
intuición revela la presencia del objeto ante el sujeto del conocimiento. Ella
solo tiene lugar cuando el objeto (para nosotros, humanos) nos es dado.
La
intuición puede ser pura o empírica. Una intuición empírica es aquella
que se refiere al objeto a través de la sensación. La intuición pura es
aquella que ordena al objeto de la intuición empírica. Estas formas que, en
principio, organizan a las impresiones brutas recibidas a través de la
Sensibilidad bajo ciertas relaciones y que no pueden ser, ellas mismas,
sensaciones, son a priori. Esto significa que la Sensibilidad se
representa a “las cosas” (que nos afectan) en una intuición como “dato” (lo
dado) a la capacidad receptiva ordenada “bajo ciertas relaciones” (las formas a
priori de la Sensibilidad) conforme al modo en que se hacen presentes. Este
“objeto” aún indeterminado (no pensado) de la intuición empírica se llama
“fenómeno”. En él, podemos entonces distinguir una materia y una forma:
…Lo que, dentro del fenómeno, corresponde a la
sensación, lo llamo materia del mismo. Llamo, en cambio, forma
del fenómeno aquello que hace que lo diverso del mismo pueda ser ordenado en
ciertas relaciones. Las sensaciones sólo pueden ser ordenadas y dispuestas en
cierta forma en algo que no puede ser, a su vez, sensación. Por ello, la
materia de todo fenómeno nos viene dada únicamente a posteriori. Por el
contrario, la forma del fenómeno debe estar completamente a priori dispuesta
para el conjunto de las sensaciones en el psiquismo y debe, por ello mismo, ser
susceptible de una consideración independiente de toda sensación (Kant, CRP,
Primera
Parte, Estética Trascendental, Parágrafo 1: A20-B34).
Puede
decirse entonces que las “formas” utilizadas por la Sensibilidad para ordenar
los objetos dados constituyen las “condiciones subjetivas” del darse de los
objetos a nuestra capacidad receptiva que, como vemos, no es puramente
receptora. Esas formas puras a priori de la Sensibilidad son, según
Kant, el espacio y el tiempo.
Por medio del sentido externo (propiedad de nuestro
psiquismo) nos representamos objetos como exteriores a nosotros y como estando
todos en el espacio, dentro del cual son determinadas o determinables su
figura, su magnitud y sus relaciones mutuas. El sentido interno por medio del
cual el psiquismo se intuye a sí mismo o su estado interno no suministra
intuición alguna del alma misma como objeto. Sin embargo, hay sólo una forma
determinada bajo la que es posible la intuición de un estado interno, de modo
que todo cuanto pertenece a las determinaciones internas es representado en
relaciones de tiempo. El tiempo no puede ser intuido como algo exterior, ni
tampoco el espacio como algo en nosotros. ¿Qué son, pues, el espacio y el
tiempo? (Kant, CRP, Primera Parte, Estética Trascendental, Parágrafo 2,
A22/A23-B37).
El
espacio es la forma del sentido externo y es la condición bajo la cual nos representamos
a “lo dado” bajo el eje de la coexistencia. A partir de la intuición pura del
espacio, nos representamos la figura, la magnitud y las relaciones mutuas entre
los objetos. El tiempo es la forma de los fenómenos en general (tanto los que
provienen del sentido externo como los que provienen del sentido interno) y es
la condición bajo la cual nos representamos a “lo dado” bajo el eje de la
sucesión, el eje de la simultaneidad o el eje de la permanencia.
Veamos
entonces cómo funcionan los demás elementos que se unen a las intuiciones para
configurar el objeto de la experiencia científica. Como podemos observar, para
Kant el conocimiento es el resultado de una composición de intuición y
pensamiento. Ahora bien, podríamos preguntarnos por qué Kant ocupa la mayor
parte de su argumentación en dilucidar cómo funciona el pensamiento. Según
Heidegger (2009), esto es así porque Kant, a diferencia de la metafísica
racional, considera a la intuición como el momento fundamental que sostiene al
conocimiento humano. Por lo tanto, será necesario desprenderse de la primacía
otorgada al pensamiento en la tradición y ocuparse de delimitar y determinar la
naturaleza misma del pensar. Como Kant mismo advierte en la Introducción a la
Lógica trascendental, sin intuición el pensamiento es igual a nada.
Si llamamos sensibilidad a la receptividad que
nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a
recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la capacidad de
producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento.
Nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible,
es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por
objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio,
el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra:
sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno
sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin
conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos
(es decir, añadirles el objeto en la intuición) como hacer inteligibles las
intuiciones (es decir, someterlas a conceptos). Las dos facultades o
capacidades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede
intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento únicamente
puede surgir de la unión de ambos… (Kant, CRP, Segunda Parte.
Introducción. Idea de una lógica trascendental: A51-B75).
Si
tomamos, por ejemplo, un juicio de experiencia, podemos observar que se trata
de juicios empíricos cuya base se encuentra en la observación inmediata de los
sentidos. Sin embargo, en esos juicios, además de “lo dado” a la intuición
sensible, ordenado conforme a “las formas de la Sensibilidad” (el espacio y el
tiempo), existen “conceptos” que tienen su origen completamente a priori
en el Entendimiento. Esos conceptos son las “formas” bajo las cuales esa
multiplicidad ordenada bajo ciertas relaciones queda configurada en un “objeto
de experiencia”.
Los
conceptos cumplen la función lógica de “unir representaciones”. De este modo,
el Entendimiento puede ser definido como la facultad de juzgar, como facultad
de pensar. Ahora bien, pensar es conocer mediante conceptos. Los conceptos
puros del Entendimiento (o categorías) son las formas mediante las cuales “lo
diverso de la Sensibilidad” se transforma en un “objeto”. Sin esa “materia”
(dada a la intuición sensible), los conceptos permanecerían enteramente
“vacíos”, esto es, desprovisto de todo contenido. Esa función de “enlace” de
representaciones es lo que Kant llama “síntesis”.
Entiendo por síntesis, en su sentido más
amplio, el acto de reunir diferentes representaciones y de entender su variedad
en un único conocimiento. Semejante síntesis es pura si la variedad no
está dada empíricamente, sino a priori (como la variedad en el espacio y
en el tiempo). Antes de cualquier análisis de nuestras representaciones, éstas
tienen que estar ya dadas, y ningún concepto puede surgir analíticamente en
lo tocante a su contenido. La síntesis de algo diverso (sea empírico o dado
a priori) produce ante todo un conocimiento que, inicialmente, puede ser
todavía tosco y confuso y que, por ello mismo, necesita un análisis. Pero es
propiamente la síntesis la que recoge los elementos en orden al conocimiento y
los reúne con vistas a cierto contenido. Ella constituye, pues, lo primero a
que debemos atender si queremos juzgar sobre el origen primero de nuestro
conocimiento (Kant, CRP, Segunda Parte, Sección Segunda, Parágrafo 10. De los
conceptos puros del Entendimiento o categorías: A77/A78-B103).
Los
conceptos puros del entendimiento cumplen la función de reunión/unificación de
una multiplicidad dada. De este modo, se introduce un contenido trascendental a
través de la unidad sintética de los conceptos puros del entendimiento. Como
dijimos, la diferencia entre Sensibilidad y Entendimiento es trascendental, y
se refiere a las formas diferenciadas en que nos representamos a los objetos,
sea mediante la intuición, sea mediante conceptos. El Entendimiento, como
facultad de pensar, posee conceptos puros referidos a priori a objetos
de la intuición en general que le permiten pensar los objetos y configurarlos
en una experiencia.
… Ahora bien, hay sólo dos condiciones bajo las cuales
puede conocerse un objeto (die Erkenntnis eines Gegenstandes möglich ist).
En primer lugar, la intuición a través de la cual viene dado, aunque
únicamente en cuanto fenómeno. En segundo lugar, el concepto a través
del cual es pensado el objeto correspondiente a dicha intuición. Pero de ello
se desprende claramente que la primera condición, es decir, la única bajo la
cual pueden intuirse objetos, les sirve efectivamente de base a priori
en el psiquismo, por lo que a la forma de los mismos se refiere. Todos los
fenómenos concuerdan, pues, necesariamente con esta condición formal de la
sensibilidad, ya que sólo gracias a ella puede manifestarse, es decir, sólo
gracias a ella pueden ser empíricamente intuidos y dados. La cuestión reside
ahora en saber si no hay igualmente conceptos a priori previos que
condicionan el que algo pueda ser, no intuido, pero sí pensado como objeto en
general. En tal caso, todo conocimiento empírico de los objetos ha de
conformarse forzosamente a esos conceptos, ya que, si dejamos de presuponerlos,
nada puede ser objeto de la experiencia. Pero resulta que toda
experiencia contiene, además de la intuición sensible mediante la cual algo
está dado, el concepto de un objeto dado o manifestado en la intuición.
Consiguientemente, habrá conceptos de objetos que, como condiciones a
priori, sirvan de base a todo conocimiento experimental. La validez
objetiva de las categorías como conceptos a priori residirá, pues, en el
hecho de que sólo gracias a ellas sea posible la experiencia (por lo que hace a
la forma del pensar). En efecto, en tal caso se refieren de modo necesario y a
priori a objetos de la experiencia porque sólo a través de ellas es posible
pensar algún objeto de la experiencia (Kant, CRP, Segunda Parte, Sección
Segunda, Parágrafo 14. Paso a la deducción trascendental de las categorías:
A92/A93-B125/B126).
Para Kant, todos nuestros conocimientos no son más que la representación
de un fenómeno, en el sentido de que “las cosas” que conocemos no son “en sí
mismas” tal como nosotros nos las representamos. Por un lado, porque al
representarnos “las cosas” en un “espacio” y en un “tiempo”, aquellas se
inscriben de entrada en el orden de la representación de un sujeto. Lo que los
objetos son “en sí mismos”, nosotros no lo sabemos, porque las “cosas en sí”
siempre están re-presentadas bajo las “condiciones de posibilidad” de la
Sensibilidad, es decir, en el espacio y en el tiempo (Kant, KrV, A 49). Y
aunque pudiéramos llevar nuestra intuición de los objetos al punto culminante
de su claridad, nunca estaríamos más cerca de la naturaleza de las “cosas en
sí” (KrV, A 43). Por otro lado, porque los “fenómenos” son las imágenes
sensibles pensadas en términos de “objetos” conforme a las categorías y los
principios del Entendimiento puro. El fenómeno resulta ser entonces “la cosa”
tal como aparece bajo las condiciones de la Sensibilidad y del Entendimiento en
cuanto “facultades de conocimiento”.
[1] En los próximos apartados, nos vamos a detener en la primera definición
que da acerca del término trascendental en la Introducción de la CRP: “Llamo
trascendental todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los objetos cuanto de
nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori…”
(Kant, CRP, Introducción: A11/A12-B25)