¿Cuál es el campo trascendental en que se inscribe la Crítica de la Razón Pura?
La
noción de “trascendental” es una noción de base en la Crítica de la Razón
Pura. Sin embargo, el término es utilizado por Kant de una manera confusa y
a veces contradictoria (Verneaux, 1952). Filosofía trascendental, sujeto
trascendental, estética trascendental, lógica trascendental, esquema
trascendental, son algunas de las expresiones utilizadas a lo largo de la obra.
Para comenzar a comprenderla, nosotros vamos a tomar un pasaje de la Introducción
a la 2da. Edición de la CRP:
Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa, no
tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal
modo ha de ser posible a priori. Un sistema de
semejantes conceptos se llamaría filosofía transcendental (Kant, CRP,
Introducción: A11/A12-B25)
[Ich nenne alle Erkenntnis
transzendental, die sich nicht so wohl mit Gegenständen, sondern mit unserer
Erkenntnisart von Gegenständen, sofern diese a priori möglich sein soll,
überhaupt beschäftigt. Ein System solcher Begriffe würde Transzendental-Philosophie
heißen]
Para
nosotros, esta primera aproximación al término “trascendental” nos suministrará
la clave de lectura que nos permitirá avanzar en el camino trazado por la
Crítica. En primer lugar, a partir de allí es posible distinguir entre las
disciplinas (conocimientos, Erkenntnis) que se ocupan de los objetos y
la Filosofía trascendental, que no se ocupa de los objetos, sino de
“nuestro modo de conocer/los… en general”. Y Kant agrega: “en cuanto esto es
posible a priori”. En este punto, el campo de lo trascendental se aleja
de la experiencia y se acerca al dominio de lo a priori.
Sin
embargo, no debe confundirse el campo trascendental con todos nuestros
conocimientos a priori, sino con aquellos que se presentan como “condiciones
de posibilidad” de conocer a los objetos. En este sentido, no podemos
llamar a este tipo de conocimiento (diferente de las ciencias y de la
Metafísica, como hemos podido observar) una “doctrina”, sino que lo
denominaremos simplemente “crítica trascendental” ya que pretende mostrar el
valor de todo conocimiento a priori. Kant nos advierte que no se trata
de ampliar el campo de nuestros conocimientos haciendo referencia a todos los
conocimientos a priori o independientes de la experiencia y agrega una
distinción muy interesante entre “organon” y “canon”:
Semejante crítica es, pues, en lo posible, preparación
para un organon y, en caso de no llegarse a él, al menos para un canon
de la misma según el cual podría acaso exponerse un día, tanto analítica como
sintéticamente, todo el sistema de filosofía de la razón pura, consista éste en
ampliar su conocimiento o simplemente en limitarlo (Kant, CRP, Introducción:
A12-B26).
La filosofía
trascendental se presenta entonces, si no puede constituirse en “organon” (en
herramienta para la construcción del sistema de la razón pura) al menos como un
“canon” (un conjunto de normas, preceptos o principios) que permitirá
establecer los alcances y los límites de los conocimientos a priori. Y
esto es así, dice Kant, porque no se ocupa de “la naturaleza de las cosas”,
sino del entendimiento, de sus alcances y limitaciones como facultad de
conocimiento.
En este punto,
Kant propone a la Filosofía trascendental como “la idea de una ciencia cuyo
plan tiene que ser enteramente esbozado por la crítica de la razón pura de modo
arquitectónico, es decir, a partir de principios, -garantizando plenamente la
completud y la certeza de todas las partes que componen este edificio” (Kant,
CRP, Introducción: A13-B26). Nótese que Kant habla de la “idea de una ciencia”
que está esbozada en la Crítica de la Razón Pura, pero que no se identifica con
ella, puesto que esta última solo se ocupará de los principios del conocimiento
sintético a priori.
Veamos entonces
cuáles serían las partes que, por el momento, podemos distinguir en esta
“ciencia” que vamos a exponer (la Crítica de la razón pura), teniendo en cuenta
que hará referencia no a objetos determinados, sino al “modo de conocer”(los)
tal como es posible para nosotros, los seres humanos. Para ello, tendremos que
empezar por esbozar cómo se produce/construye el conocimiento. En este punto, veamos
qué nos adelanta Kant al respecto en la Introducción a la Estética
Trascendental.
Como introducción o nota preliminar, sólo parece necesario
indicar que existen dos troncos del conocimiento humano, los cuales proceden
acaso de una raíz común, pero desconocida para nosotros: la sensibilidad y el
entendimiento. A través de la primera se nos dan los objetos. A través de la
segunda los pensamos. Así, pues, en la medida en que la sensibilidad contenga
representaciones a priori que constituyan la condición bajo la que se
nos dan los objetos, pertenecerá a la filosofía trascendental. La doctrina
trascendental de los sentidos corresponderá a la primera parte de la ciencia de
los elementos, ya que las únicas condiciones en las que se nos dan los objetos
del conocimiento humano preceden a las condiciones bajo las cuales son pensados
(Kant, CRP, Introducción: A15/A16-B29/B30).
El campo
trascendental quedó delineado entonces como aquel en que se encuentran las
“condiciones” que posibilitan (a priori) el conocimiento de los objetos
y no como un campo de objetos determinados. En ese sentido, lo trascendental
consiste en la forma que tenemos de conocer en general a los objetos, y no en
un conocimiento de objetos dados a priori. Aquí, es necesario referirse
a lo que Kant nos había anticipado: debemos revertir la relación entre los
objetos y los conceptos, revolucionar nuestro modo de pensar para poder avanzar
con paso firme por el terreno del conocimiento válido.
Tenemos que aceptar
como punto de partida que el conocimiento humano está doblemente determinado, esto
significa que en el proceso de conocer actúan elementos de distinta índole que
se derivan de las dos facultades intervinientes, la Sensibilidad y el
Entendimiento. Por lo tanto, será necesario llevar adelante una analítica de
los elementos provistos a priori por esas dos facultades para reconocer
los límites de la validez de su uso. Cuando Kant asume la tarea de descomponer
el objeto de la experiencia científica en sus elementos constitutivos, divide a
la Crítica de la Razón Pura en dos partes: la doctrina de la intuición,
que es la Estética y la doctrina del pensar, del juzgar, que es la Lógica.
Puesto que
nuestra capacidad receptiva no es meramente pasiva en el acto de conocer, sino
que “ordenamos” la multiplicidad dada a la intuición empírica bajo ciertas
“condiciones” que son a priori, Kant considera que deberá existir una
ciencia que se ocupe de “la forma” que tenemos (el modo) de conocer a los
objetos partiendo de la intuición. En cuanto esta doctrina no se ocupa de los
objetos, sino de la manera que tenemos de conocerlos a priori, se
llamará Estética Trascendental:
La ciencia de todos los principios de la sensibilidad a
priori la llamo estética trascendental. Tiene que existir, pues, esa
ciencia, y ella constituye la primera parte de la doctrina trascendental de los
elementos, en oposición a aquella otra ciencia que contiene los principios del
pensar puro y que se llama lógica trascendental.
Así, pues, en la estética trascendental aislaremos primeramente
la sensibilidad, separando todo lo que en ella piensa el entendimiento mediante
sus conceptos, a fin de que no quede más que la intuición empírica. En segundo
lugar, apartaremos todavía de esta última todo lo perteneciente a la sensación,
a fin de quedarnos sólo con la intuición pura y con la mera forma de los
fenómenos, únicos elementos que puede suministrar la sensibilidad a priori.
En el curso de esta investigación veremos que hay dos formas puras de la
intuición sensible como principios del conocimiento a priori, es decir,
espacio y tiempo. Nos ocuparemos ahora de examinar esas formas (Kant, CRP,
I. Doctrina trascendental de los elementos. Primera Parte. Estética
Trascendental, Parágrafo 1: A21/A22-B35/B36).
Entonces, mientras
la Estética trascendental muestra las condiciones de aparición de los objetos
en la intuición, la Lógica trascendental se ocupará de las condiciones a
priori de pensar un objeto en general. Para caracterizar esta Segunda
Parte de la Doctrina general de los elementos (que componen nuestras
representaciones científicas), Kant va a distinguir entre Lógica general y
Lógica trascendental.
La lógica, por su parte, sólo puede ser considerada
desde una doble perspectiva: como lógica de lo general o como lógica del
peculiar uso del entendimiento. La primera incluye las reglas absolutamente
necesarias del pensar, aquéllas sin las cuales no es posible uso alguno del
entendimiento. Se refiere, pues, a éste sin tener en cuenta la diferencia de
los objetos a los que pueda dirigirse. La lógica del uso peculiar del
entendimiento comprende las reglas para pensar correctamente sobre cierta clase
de objetos. La primera podemos llamarla lógica de los elementos. La última
podemos denominarla el organon de tal o cual ciencia. La última suele
estudiarse en las escuelas como propedéutica de las ciencias, a pesar de ser
algo que la razón, de acuerdo con su proceder, alcanza en último lugar, cuando
dicha ciencia particular ya está acabada hace tiempo y no necesita para su
corrección y perfección más que un repaso final. En efecto, hay que poseer ya
un notable conocimiento de los objetos cuando se quieren señalar las reglas
sobre el modo de constituirse una ciencia de los mismos (Kant, CRP, Segunda
Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica
trascendental: A52-B76/B77).
Sin embargo, no
basta con tener en cuenta las “reglas generales del pensar” para no incurrir en
errores o contradicciones en lo que respecta a nuestros procesos de
conocimiento. La lógica general pura se ocupa de la forma del pensamiento en
general (la forma correcta del deducir y del juzgar), por lo tanto, “sólo tiene
que ver con principios a priori y es un canon del entendimiento y de la
razón, aunque sólo en relación con el aspecto formal de su uso, sea cual sea el
contenido (empírico o trascendental)” (Idem: A53/B77). Ahora bien,
puesto que podemos reconocer la existencia de conceptos empíricos y de
conceptos a priori (que no se derivan de ninguna experiencia), será
necesaria una ciencia que se ocupe del origen, la amplitud y la validez de esos
conocimientos a priori. De ese modo, será la Lógica trascendental la
encargada de ocuparse de las formas que tenemos de referirnos a priori a
los objetos.
Con la esperanza, pues, de que haya tal vez conceptos
que se refieran a priori a objetos, no en cuanto intuiciones puras o
sensibles, sino simplemente en cuanto actos del entendimiento puro —actos que
son, por tanto, conceptos, pero de origen no empírico ni estético—, nos hacemos
de antemano la idea de una ciencia del conocimiento puro intelectual y
racional, un conocimiento a través del cual pensamos los objetos plenamente a
priori. Semejante ciencia, que determinaría el origen, la amplitud y la
validez objetiva de esos conocimientos, tendría que llamarse lógica
trascendental, ya que sólo se ocupa de las leyes del entendimiento y de la
razón, si bien únicamente en la medida en que tales leyes se refieren a objetos
a priori, a diferencia de lo que hace la lógica general, que se refiere
indistintamente a conocimientos racionales, tanto empíricos como puros mismos
(Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea
de una lógica trascendental: A57-B81/B82).
A su vez, la
Lógica trascendental, como la Lógica general, puede dividirse en Analítica y
Dialéctica. La Analítica es aquella en que se descompone toda la labor formal del
Entendimiento y de la Razón en sus elementos (conceptos, juicios y
razonamientos) y los investiga como “formas” del pensar en general. En la
Lógica Trascendental, del mismo modo que en la Estética trascendental, aislamos
los elementos de nuestro conocimiento que provienen exclusivamente del
Entendimiento y empleamos la siguiente regla: los conocimientos a priori
que provienen del Entendimiento solo pueden utilizarse bajo la condición de que
se apliquen a objetos que han sido efectivamente intuidos, pues sin intuiciones
nuestros conceptos carecen de objetos y se encuentran completamente vacíos.
… La parte de la lógica
trascendental que trata de los elementos del conocimiento puro del
entendimiento y de los principios sin los cuales ningún objeto puede ser
pensado es, pues, la analítica trascendental y constituye, a la vez, una lógica
de la verdad. Pues ningún conocimiento puede estar en contradicción con ella
sin perder, al mismo tiempo, todo contenido, esto es, toda relación con algún
objeto y, consiguientemente, toda verdad. Sin embargo, resulta muy atractivo y
tentador el servirse de esos conocimientos puros del entendimiento y de esos
principios por sí solos, e incluso el utilizarlos más allá de los límites de la
experiencia, que es, no obstante, la única que puede suministrarnos la materia
(objetos) a la que pueden aplicarse dichos conceptos puros del entendimiento.
Por ello corre peligro éste último de efectuar, a base de vacías sutilezas, un
uso material de los principios meramente formales del entendimiento puro y de
formular juicios indiscriminadamente sobre objetos que no nos son dados, e
incluso sobre objetos que quizá no se nos pueden dar de ningún modo. Teniendo,
pues, en cuenta que esa analítica no debería ser, en realidad, sino un canon destinado
a enjuiciar el uso empírico, se hace de ella un empleo abusivo cuando la
hacemos valer como organon de uso universal e ilimitado, cuando nos
aventuramos a juzgar sintéticamente, a afirmar y decidir, con el simple
entendimiento puro, sobre objetos en general. En este caso, sería, pues,
dialéctico el uso del entendimiento puro. Consiguientemente, la segunda parte
de la lógica trascendental tiene que ser una crítica de esa apariencia
dialéctica. Esta parte se llama dialéctica trascendental, no como arte de
producir dogmáticamente semejante apariencia (un arte que, desgraciadamente, es
muy corriente en no pocas fantasmagorías metafísicas), sino como una crítica
del entendimiento y de la razón con respecto a su uso hiperfísico. Esta crítica
tiene como finalidad descubrir la falsa apariencia de las infundadas
pretensiones del entendimiento y reducir su ambición de inventar y de ampliar, que
cree lograr mediante meros principios trascendentales, a mera evaluación y
protección del Entendimiento puro frente a los artificios sofísticos” (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental
de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A63/A64-B88).
Sin embargo, la
mera forma lógica del conocimiento no es suficiente para dar cuenta de la
verdad objetiva de los conocimientos. Por ello, es muy tentador confiar
exclusivamente en las reglas de la lógica general cuando, en lugar de ser
utilizadas simplemente como canon, se las utiliza como organon para la
producción de nuevos conocimientos. Sin embargo, esto es, según Kant, un abuso.
Este uso de la razón recibe el nombre de Dialéctica.
Por muy diferente que haya sido la
acepción en que los antiguos tomaron la ciencia o el arte de la dialéctica, se
puede colegir, partiendo de la forma en que efectivamente la empleaban, que no
significaba para ellos sino la lógica de la apariencia. Se trataba de un
arte sofístico para dar apariencia de verdad a la ignorancia y a sus ficciones
intencionadas, de modo que se imitaba el método del rigor que prescribe la
lógica en general y se utilizaba su tópica para encubrir cualquier pretensión
vacía. Se puede, pues, anotar, como advertencia segura y útil, que la lógica
general, considerada como organon, es siempre una lógica de la
apariencia, esto es, una lógica dialéctica. La lógica no nos suministra
información alguna sobre el contenido del conocimiento, sino sólo sobre las
condiciones formales de su conformidad con el entendimiento, condiciones que
son completamente indiferentes respecto de los objetos. Por tal motivo, la
pretensión de servirse de ella como de un instrumento (organon)
encaminado a extender o ampliar, al menos ficticiamente, los conocimientos,
desemboca en una pura charlatanería, en afirmar, con cierta plausibilidad,
cuanto a uno se le antoja, o en negarlo a capricho. Semejante enseñanza está en
absoluto desacuerdo con la dignidad de la filosofía. Por ello se ha preferido
asignar a la lógica el nombre de dialéctica, en cuanto crítica de la
apariencia dialéctica, y éste es el sentido en que queremos que se entienda
también aquí (Kant, CRP, Segunda Parte de la
doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental:
A61-B85/B86).
Kant
no deja de insistir en que el Entendimiento no puede hacer un uso de las
categorías y de los principios puros fuera de los límites de una experiencia
posible (CRP, B 298). La Crítica de la Razón Pura, intentando desmontar
los mecanismos mediante los cuales la Razón puede inducirnos a error, va a
mostrar las reglas según las cuales es posible distinguir entre el conocimiento
“legítimo” al cual puede acceder el Entendimiento y el conocimiento “ilusorio”
al cual puede conducirnos el uso abusivo de nuestra facultad de pensar.
Desde el punto de vista del conocimiento, pensar “significativamente” es
el acto que consiste en relacionar un concepto con una intuición “dada”.
Nuestra naturaleza, dice Kant, está hecha de tal manera que la intuición no
puede ser más que “sensible” y no contiene más que el modo en que los objetos
nos afectan y que el Entendimiento es la facultad que nos permite pensar los
objetos de una intuición sensible. De este modo, ya no es posible pensar la
verdad de nuestras representaciones como mera “adecuación” del Entendimiento
con su objeto, sino mediante una elucidación de las condiciones materiales del
uso legítimo de la facultad de pensar. El trayecto que nos muestra la Crítica
de la Razón Pura es justamente el análisis de nuestras representaciones, la
descomposición de los elementos que configuran el objeto de legítimo
conocimiento. Si quebramos los cánones establecidos por la crítica, corremos el
riesgo de perder la certeza de la verdad de nuestras representaciones. Una vez
que hemos descifrado las inclinaciones de la razón, cuando transgredimos los
límites establecidos, nos perdemos en el amplio territorio de sus “vacías
sutilezas”, errores e “ilusiones”.
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