12 feb 2023

1.7 La especificidad de la Estética trascendental y de la Lógica trascendental como disciplinas

 ¿Cuál es el campo trascendental en que se inscribe la Crítica de la Razón Pura?

La noción de “trascendental” es una noción de base en la Crítica de la Razón Pura. Sin embargo, el término es utilizado por Kant de una manera confusa y a veces contradictoria (Verneaux, 1952). Filosofía trascendental, sujeto trascendental, estética trascendental, lógica trascendental, esquema trascendental, son algunas de las expresiones utilizadas a lo largo de la obra. Para comenzar a comprenderla, nosotros vamos a tomar un pasaje de la Introducción a la 2da. Edición de la CRP:

Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa, no tanto de los objetos, cuanto de nuestro modo de conocerlos, en cuanto que tal modo ha de ser posible a priori. Un sistema de semejantes conceptos se llamaría filosofía transcendental (Kant, CRP, Introducción: A11/A12-B25)

[Ich nenne alle Erkenntnis transzendental, die sich nicht so wohl mit Gegenständen, sondern mit unserer Erkenntnisart von Gegenständen, sofern diese a priori möglich sein soll, überhaupt beschäftigt. Ein System solcher Begriffe würde Transzendental-Philosophie heißen]

Para nosotros, esta primera aproximación al término “trascendental” nos suministrará la clave de lectura que nos permitirá avanzar en el camino trazado por la Crítica. En primer lugar, a partir de allí es posible distinguir entre las disciplinas (conocimientos, Erkenntnis) que se ocupan de los objetos y la Filosofía trascendental, que no se ocupa de los objetos, sino de “nuestro modo de conocer/los… en general”. Y Kant agrega: “en cuanto esto es posible a priori”. En este punto, el campo de lo trascendental se aleja de la experiencia y se acerca al dominio de lo a priori.

Sin embargo, no debe confundirse el campo trascendental con todos nuestros conocimientos a priori, sino con aquellos que se presentan como “condiciones de posibilidad” de conocer a los objetos. En este sentido, no podemos llamar a este tipo de conocimiento (diferente de las ciencias y de la Metafísica, como hemos podido observar) una “doctrina”, sino que lo denominaremos simplemente “crítica trascendental” ya que pretende mostrar el valor de todo conocimiento a priori. Kant nos advierte que no se trata de ampliar el campo de nuestros conocimientos haciendo referencia a todos los conocimientos a priori o independientes de la experiencia y agrega una distinción muy interesante entre “organon” y “canon”:

Semejante crítica es, pues, en lo posible, preparación para un organon y, en caso de no llegarse a él, al menos para un canon de la misma según el cual podría acaso exponerse un día, tanto analítica como sintéticamente, todo el sistema de filosofía de la razón pura, consista éste en ampliar su conocimiento o simplemente en limitarlo (Kant, CRP, Introducción: A12-B26).

La filosofía trascendental se presenta entonces, si no puede constituirse en “organon” (en herramienta para la construcción del sistema de la razón pura) al menos como un “canon” (un conjunto de normas, preceptos o principios) que permitirá establecer los alcances y los límites de los conocimientos a priori. Y esto es así, dice Kant, porque no se ocupa de “la naturaleza de las cosas”, sino del entendimiento, de sus alcances y limitaciones como facultad de conocimiento.

En este punto, Kant propone a la Filosofía trascendental como “la idea de una ciencia cuyo plan tiene que ser enteramente esbozado por la crítica de la razón pura de modo arquitectónico, es decir, a partir de principios, -garantizando plenamente la completud y la certeza de todas las partes que componen este edificio” (Kant, CRP, Introducción: A13-B26). Nótese que Kant habla de la “idea de una ciencia” que está esbozada en la Crítica de la Razón Pura, pero que no se identifica con ella, puesto que esta última solo se ocupará de los principios del conocimiento sintético a priori.

Veamos entonces cuáles serían las partes que, por el momento, podemos distinguir en esta “ciencia” que vamos a exponer (la Crítica de la razón pura), teniendo en cuenta que hará referencia no a objetos determinados, sino al “modo de conocer”(los) tal como es posible para nosotros, los seres humanos. Para ello, tendremos que empezar por esbozar cómo se produce/construye el conocimiento. En este punto, veamos qué nos adelanta Kant al respecto en la Introducción a la Estética Trascendental.

Como introducción o nota preliminar, sólo parece necesario indicar que existen dos troncos del conocimiento humano, los cuales proceden acaso de una raíz común, pero desconocida para nosotros: la sensibilidad y el entendimiento. A través de la primera se nos dan los objetos. A través de la segunda los pensamos. Así, pues, en la medida en que la sensibilidad contenga representaciones a priori que constituyan la condición bajo la que se nos dan los objetos, pertenecerá a la filosofía trascendental. La doctrina trascendental de los sentidos corresponderá a la primera parte de la ciencia de los elementos, ya que las únicas condiciones en las que se nos dan los objetos del conocimiento humano preceden a las condiciones bajo las cuales son pensados (Kant, CRP, Introducción: A15/A16-B29/B30).

El campo trascendental quedó delineado entonces como aquel en que se encuentran las “condiciones” que posibilitan (a priori) el conocimiento de los objetos y no como un campo de objetos determinados. En ese sentido, lo trascendental consiste en la forma que tenemos de conocer en general a los objetos, y no en un conocimiento de objetos dados a priori. Aquí, es necesario referirse a lo que Kant nos había anticipado: debemos revertir la relación entre los objetos y los conceptos, revolucionar nuestro modo de pensar para poder avanzar con paso firme por el terreno del conocimiento válido.

Tenemos que aceptar como punto de partida que el conocimiento humano está doblemente determinado, esto significa que en el proceso de conocer actúan elementos de distinta índole que se derivan de las dos facultades intervinientes, la Sensibilidad y el Entendimiento. Por lo tanto, será necesario llevar adelante una analítica de los elementos provistos a priori por esas dos facultades para reconocer los límites de la validez de su uso. Cuando Kant asume la tarea de descomponer el objeto de la experiencia científica en sus elementos constitutivos, divide a la Crítica de la Razón Pura en dos partes: la doctrina de la intuición, que es la Estética y la doctrina del pensar, del juzgar, que es la Lógica.

Puesto que nuestra capacidad receptiva no es meramente pasiva en el acto de conocer, sino que “ordenamos” la multiplicidad dada a la intuición empírica bajo ciertas “condiciones” que son a priori, Kant considera que deberá existir una ciencia que se ocupe de “la forma” que tenemos (el modo) de conocer a los objetos partiendo de la intuición. En cuanto esta doctrina no se ocupa de los objetos, sino de la manera que tenemos de conocerlos a priori, se llamará Estética Trascendental:

La ciencia de todos los principios de la sensibilidad a priori la llamo estética trascendental. Tiene que existir, pues, esa ciencia, y ella constituye la primera parte de la doctrina trascendental de los elementos, en oposición a aquella otra ciencia que contiene los principios del pensar puro y que se llama lógica trascendental.

Así, pues, en la estética trascendental aislaremos primeramente la sensibilidad, separando todo lo que en ella piensa el entendimiento mediante sus conceptos, a fin de que no quede más que la intuición empírica. En segundo lugar, apartaremos todavía de esta última todo lo perteneciente a la sensación, a fin de quedarnos sólo con la intuición pura y con la mera forma de los fenómenos, únicos elementos que puede suministrar la sensibilidad a priori. En el curso de esta investigación veremos que hay dos formas puras de la intuición sensible como principios del conocimiento a priori, es decir, espacio y tiempo. Nos ocuparemos ahora de examinar esas formas (Kant, CRP, I. Doctrina trascendental de los elementos. Primera Parte. Estética Trascendental, Parágrafo 1: A21/A22-B35/B36).

Entonces, mientras la Estética trascendental muestra las condiciones de aparición de los objetos en la intuición, la Lógica trascendental se ocupará de las condiciones a priori de pensar un objeto en general. Para caracterizar esta Segunda Parte de la Doctrina general de los elementos (que componen nuestras representaciones científicas), Kant va a distinguir entre Lógica general y Lógica trascendental. 

La lógica, por su parte, sólo puede ser considerada desde una doble perspectiva: como lógica de lo general o como lógica del peculiar uso del entendimiento. La primera incluye las reglas absolutamente necesarias del pensar, aquéllas sin las cuales no es posible uso alguno del entendimiento. Se refiere, pues, a éste sin tener en cuenta la diferencia de los objetos a los que pueda dirigirse. La lógica del uso peculiar del entendimiento comprende las reglas para pensar correctamente sobre cierta clase de objetos. La primera podemos llamarla lógica de los elementos. La última podemos denominarla el organon de tal o cual ciencia. La última suele estudiarse en las escuelas como propedéutica de las ciencias, a pesar de ser algo que la razón, de acuerdo con su proceder, alcanza en último lugar, cuando dicha ciencia particular ya está acabada hace tiempo y no necesita para su corrección y perfección más que un repaso final. En efecto, hay que poseer ya un notable conocimiento de los objetos cuando se quieren señalar las reglas sobre el modo de constituirse una ciencia de los mismos (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A52-B76/B77).

Sin embargo, no basta con tener en cuenta las “reglas generales del pensar” para no incurrir en errores o contradicciones en lo que respecta a nuestros procesos de conocimiento. La lógica general pura se ocupa de la forma del pensamiento en general (la forma correcta del deducir y del juzgar), por lo tanto, “sólo tiene que ver con principios a priori y es un canon del entendimiento y de la razón, aunque sólo en relación con el aspecto formal de su uso, sea cual sea el contenido (empírico o trascendental)” (Idem: A53/B77). Ahora bien, puesto que podemos reconocer la existencia de conceptos empíricos y de conceptos a priori (que no se derivan de ninguna experiencia), será necesaria una ciencia que se ocupe del origen, la amplitud y la validez de esos conocimientos a priori. De ese modo, será la Lógica trascendental la encargada de ocuparse de las formas que tenemos de referirnos a priori a los objetos.

Con la esperanza, pues, de que haya tal vez conceptos que se refieran a priori a objetos, no en cuanto intuiciones puras o sensibles, sino simplemente en cuanto actos del entendimiento puro —actos que son, por tanto, conceptos, pero de origen no empírico ni estético—, nos hacemos de antemano la idea de una ciencia del conocimiento puro intelectual y racional, un conocimiento a través del cual pensamos los objetos plenamente a priori. Semejante ciencia, que determinaría el origen, la amplitud y la validez objetiva de esos conocimientos, tendría que llamarse lógica trascendental, ya que sólo se ocupa de las leyes del entendimiento y de la razón, si bien únicamente en la medida en que tales leyes se refieren a objetos a priori, a diferencia de lo que hace la lógica general, que se refiere indistintamente a conocimientos racionales, tanto empíricos como puros mismos (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A57-B81/B82).

A su vez, la Lógica trascendental, como la Lógica general, puede dividirse en Analítica y Dialéctica. La Analítica es aquella en que se descompone toda la labor formal del Entendimiento y de la Razón en sus elementos (conceptos, juicios y razonamientos) y los investiga como “formas” del pensar en general. En la Lógica Trascendental, del mismo modo que en la Estética trascendental, aislamos los elementos de nuestro conocimiento que provienen exclusivamente del Entendimiento y empleamos la siguiente regla: los conocimientos a priori que provienen del Entendimiento solo pueden utilizarse bajo la condición de que se apliquen a objetos que han sido efectivamente intuidos, pues sin intuiciones nuestros conceptos carecen de objetos y se encuentran completamente vacíos.

… La parte de la lógica trascendental que trata de los elementos del conocimiento puro del entendimiento y de los principios sin los cuales ningún objeto puede ser pensado es, pues, la analítica trascendental y constituye, a la vez, una lógica de la verdad. Pues ningún conocimiento puede estar en contradicción con ella sin perder, al mismo tiempo, todo contenido, esto es, toda relación con algún objeto y, consiguientemente, toda verdad. Sin embargo, resulta muy atractivo y tentador el servirse de esos conocimientos puros del entendimiento y de esos principios por sí solos, e incluso el utilizarlos más allá de los límites de la experiencia, que es, no obstante, la única que puede suministrarnos la materia (objetos) a la que pueden aplicarse dichos conceptos puros del entendimiento. Por ello corre peligro éste último de efectuar, a base de vacías sutilezas, un uso material de los principios meramente formales del entendimiento puro y de formular juicios indiscriminadamente sobre objetos que no nos son dados, e incluso sobre objetos que quizá no se nos pueden dar de ningún modo. Teniendo, pues, en cuenta que esa analítica no debería ser, en realidad, sino un canon destinado a enjuiciar el uso empírico, se hace de ella un empleo abusivo cuando la hacemos valer como organon de uso universal e ilimitado, cuando nos aventuramos a juzgar sintéticamente, a afirmar y decidir, con el simple entendimiento puro, sobre objetos en general. En este caso, sería, pues, dialéctico el uso del entendimiento puro. Consiguientemente, la segunda parte de la lógica trascendental tiene que ser una crítica de esa apariencia dialéctica. Esta parte se llama dialéctica trascendental, no como arte de producir dogmáticamente semejante apariencia (un arte que, desgraciadamente, es muy corriente en no pocas fantasmagorías metafísicas), sino como una crítica del entendimiento y de la razón con respecto a su uso hiperfísico. Esta crítica tiene como finalidad descubrir la falsa apariencia de las infundadas pretensiones del entendimiento y reducir su ambición de inventar y de ampliar, que cree lograr mediante meros principios trascendentales, a mera evaluación y protección del Entendimiento puro frente a los artificios sofísticos” (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A63/A64-B88).

Sin embargo, la mera forma lógica del conocimiento no es suficiente para dar cuenta de la verdad objetiva de los conocimientos. Por ello, es muy tentador confiar exclusivamente en las reglas de la lógica general cuando, en lugar de ser utilizadas simplemente como canon, se las utiliza como organon para la producción de nuevos conocimientos. Sin embargo, esto es, según Kant, un abuso. Este uso de la razón recibe el nombre de Dialéctica.

Por muy diferente que haya sido la acepción en que los antiguos tomaron la ciencia o el arte de la dialéctica, se puede colegir, partiendo de la forma en que efectivamente la empleaban, que no significaba para ellos sino la lógica de la apariencia. Se trataba de un arte sofístico para dar apariencia de verdad a la ignorancia y a sus ficciones intencionadas, de modo que se imitaba el método del rigor que prescribe la lógica en general y se utilizaba su tópica para encubrir cualquier pretensión vacía. Se puede, pues, anotar, como advertencia segura y útil, que la lógica general, considerada como organon, es siempre una lógica de la apariencia, esto es, una lógica dialéctica. La lógica no nos suministra información alguna sobre el contenido del conocimiento, sino sólo sobre las condiciones formales de su conformidad con el entendimiento, condiciones que son completamente indiferentes respecto de los objetos. Por tal motivo, la pretensión de servirse de ella como de un instrumento (organon) encaminado a extender o ampliar, al menos ficticiamente, los conocimientos, desemboca en una pura charlatanería, en afirmar, con cierta plausibilidad, cuanto a uno se le antoja, o en negarlo a capricho. Semejante enseñanza está en absoluto desacuerdo con la dignidad de la filosofía. Por ello se ha preferido asignar a la lógica el nombre de dialéctica, en cuanto crítica de la apariencia dialéctica, y éste es el sentido en que queremos que se entienda también aquí (Kant, CRP, Segunda Parte de la doctrina trascendental de los elementos, Idea de una lógica trascendental: A61-B85/B86).

Kant no deja de insistir en que el Entendimiento no puede hacer un uso de las categorías y de los principios puros fuera de los límites de una experiencia posible (CRP, B 298). La Crítica de la Razón Pura, intentando desmontar los mecanismos mediante los cuales la Razón puede inducirnos a error, va a mostrar las reglas según las cuales es posible distinguir entre el conocimiento “legítimo” al cual puede acceder el Entendimiento y el conocimiento “ilusorio” al cual puede conducirnos el uso abusivo de nuestra facultad de pensar.

Desde el punto de vista del conocimiento, pensar “significativamente” es el acto que consiste en relacionar un concepto con una intuición “dada”. Nuestra naturaleza, dice Kant, está hecha de tal manera que la intuición no puede ser más que “sensible” y no contiene más que el modo en que los objetos nos afectan y que el Entendimiento es la facultad que nos permite pensar los objetos de una intuición sensible. De este modo, ya no es posible pensar la verdad de nuestras representaciones como mera “adecuación” del Entendimiento con su objeto, sino mediante una elucidación de las condiciones materiales del uso legítimo de la facultad de pensar. El trayecto que nos muestra la Crítica de la Razón Pura es justamente el análisis de nuestras representaciones, la descomposición de los elementos que configuran el objeto de legítimo conocimiento. Si quebramos los cánones establecidos por la crítica, corremos el riesgo de perder la certeza de la verdad de nuestras representaciones. Una vez que hemos descifrado las inclinaciones de la razón, cuando transgredimos los límites establecidos, nos perdemos en el amplio territorio de sus “vacías sutilezas”, errores e “ilusiones”.

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